lunes, 25 de marzo de 2013

Barry Lyndon - Stanley Kubrick

“El hombre es una pasión inútil”, según Sartre y esta película, una de las más luminosas y tristes que he visto, valdría como ilustración del citado aforismo. Antes de seguir, me pregunto qué me lleva a escribir una entrada sobre una de las películas más comentadas de la historia del cine y la respuesta es sencilla: mi puro gusto personal de reflexionar un poco sobre la que, quizá, es una de mis tres o cuatro películas preferidas.
 
Barry, sentado, no brinda.
 
Primero un poco de historia: fue estrenada en 1975, obteniendo un casi nulo éxito de crítica y público (era demasiado diferente a las demás películas históricas), a cambio, en poco tiempo, se convirtió en una película de culto. Obtuvo 4 Oscars, entre ellos el obvio de “a la mejor fotografía”, pero no obtuvo los de las categorías principales, al competir con la mucho más popular “Alguien voló sobre el nido del cuco”. Para mí, no obstante, son dos películas que no juegan en la misma liga, ésta es una película interesante y emotiva, mientras que “Barry Lyndon” es una absoluta obra maestra, tanto del séptimo arte, como de algunos de los anteriores.
 
 
¿Y qué hace de Barry Lyndon una película tan especial? Pues la conjunción de varios factores, entre los cuales el más alabado es la fotografía: pone ante nuestros ojos un espectáculo visual de una belleza casi insoportable, parece algo sobrenatural. El artista responsable fue un director de fotografía inglés, John Alcott, que hizo filmar todo con luz ambiental; en vez de recurrir a los focos, recurrió a ópticas Zeiss muy luminosas, de 0’7 de abertura (si te gastas mucha pasta en un objetivo, puedes bajar hasta 1’4, a menor número, mayor abertura para captar la luz y más posibilidad de filmar con poca luz). Son míticas las escenas iluminadas sólo con velas, aquí la calidad del fotograma y su calidez, la intimidad que sugiere, eran lo nunca visto. Y no creo que hayan sido superadas. También las escenas que se filmaron durante el día, en exteriores, tienen una luz que parece que uno ve los paisajes en una pantalla de cine por vez primera. El hecho es tan notorio y destacado que, tratándose además de un film de culto, ha dado lugar a especulaciones que han degenerado en tonterías asombrosas: la más pintoresca que oí relaciona el tema con la NASA. Según esto Kubrick habría filmado en 1968-69 el falso montaje de la operación Apolo, haciendo verosímil el engaño del alunizaje y, a cambio, la NASA le compensó, compartiendo con él secretos científicos sobre óptica y sofisticadas cámaras usadas en la investigación espacial, que le facilitaron la construcción de esta maravilla visual.
 
Un duelo.
Y plástica, puesto que la dirección artística, el vestuario y la ambientación en el siglo XVIII (Guerra de los Siete Años, 1756-63) es irreprochable. ¿Cómo lo consiguieron? Parece simple: todas las escenas están pensadas y compuestas como cuadros, están sacadas de cuadros de los que cuelgan en los museos, toda la pintura posbarroca, neoclásica y rococó desfila ante nuestros embelesados ojos: Fragonard, Watteau, Tiépolo, Hogart, Gainsborough (sobre todo, éste), Constable y otros pintores que llevaban casi 200 años muertos, trabajaron para esta película sin saberlo. Así cualquiera.
Barry es atracado.
La música, muy presente en toda la cinta, es música popular irlandesa, música de época (Haendel , Bach y algún otro) y el tema, adaptado para la película por Leonard Rosenman, un tema ubicuo, oscuro, solemne y muy triste, liderado por unos severos violonchelos, que ganó el Oscar a la mejor banda sonora y es uno de los más reconocibles de la historia del cine. Seguro que lo has oído.  
Un pugilato en el ejército inglés.
El guion, sobre todo el guion. Es lo que catapulta a esta película de una simple “historia interesante” a nada menos que un paradigma del destino y del comportamiento del ser humano, en todo sometido al capricho de la fortuna, que puede nublar su entendimiento, burlar su voluntad y torcer su determinación, siempre con los más crueles y dolorosos golpes. Fue adaptado (sobra decir, magistralmente) de la novela de William Thackeray, escrita en 1844 y titulada “Barry Lyndon”.Qué casualidad. Otro ilustre muerto trabajando para el film. Y de qué manera. Hay un narrador que lo encarna, explicando con un tono entre satírico y cariñoso, los afanes y desventuras de unos personajes, tan creíbles en su insensatez, tan bien dibujados, que sólo falta la etiqueta “Basada En Hechos Reales”. Es notable la ambigüedad moral de todos ellos: no hay buenos ni malos. El protagonista Barry Lyndon, nacido Desmond Barry, un irlandés ambicioso y desaprensivo, puede parecernos un ser sin escrúpulos, que sólo busca su provecho, tratando de medrar y ascender en la cerrada sociedad donde le ha tocado espabilarse y sobrevivir… Y es, por otra parte, un ser pleno de humanidad, de franqueza, cordial y honrado a su torpe manera, cuya codicia comprendemos íntimamente y al que compadecemos en su terrible caída, que encadena desgracia tras desgracia: pérdida de un hijo, fracaso y hundimiento social, mutilación… Nos acaba pareciendo un destino muy triste para un aventurero tan gallardo, un tahúr vanidoso, sí, un egocéntrico y un oportunista, también, pero sus errores son tan reconocibles en nosotros, o en cualquier hijo de vecino, que acabamos identificados con una representación emblemática de lo que el destino hace con cualquier ser humano: llevarlo dando tumbos por ahí y desgastarlo golpe a golpe hasta convertirlo en una sombra miserable, lista para el hachazo final. Todos somos Barry Lyndon (generalmente, en una versión más cobarde, o menos temeraria).    
  
Barry, a la luz de las velas.
El reparto es otro puntazo. Fabuloso Ryan O’Neal (Love Story, Luna De Papel) que tenía 33 años, durante un rodaje que le obligó a encarnar un rango de edad entre la primera juventud y la madurez, debido al carácter de biografía de la historia contada en la pantalla. Marisa Berenson es una de las criaturas más hermosas de todo el siglo XVIII, en su papel de pánfila, noble y bellísima esposa del bueno de Barry que, uno de los detalles más atroces de la película, en realidad no la ama y sólo piensa en servirse de ella para su medro en la escala social. Mal, Barry, muy mal. Otros personajes secundarios se encarnan como afinadísimos acompañantes o adversarios de Barry: su artera prima Nora que es su primer amor y le dispensa una catastrófica educación sentimental, el cobarde capitán Quinn que se casa con ella, Le Chevalier tahúr y espía que lo introduce en el gran mundo, Bullingdon, hijo de lady Lyndon e hijastro de Barry, que le odia tan comprensible como encarnizadamente y que al fin será el brazo ejecutor de su ruina, el clérigo untuoso e hipócrita que manipula a la esposa de Barry, convirtiéndola en una santurrona... y un largo etcétera.
Preparando la carnicería.

Son tres horas redondas de cine que transcurren en un abrir y cerrar de ojos. La peli es larga, pero no se hace larga, sí se hace un poco amarga, en la línea pesimista del minucioso trabajo de Kubrick, como director personalísimo, como creador de fantasías cinematográficas muy, muy sólidas. Ésta es una de las que mejor ha pasado el tiempo, yendo su apreciación siempre a más.
 
Condecorado en el ejército prusiano.
Si tienes tres horas libres y un quintal de palomitas, prueba este enlace para verla online:
Lady Lyndon

Ya son marido y mujer.
Un sastre antes del desastre. 
Lo siento: ésta no es de las que acaban con el beso final.
  

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