lunes, 18 de marzo de 2013

La Ermita Románica De Santa María De Chalamera

Llegando desde la cara norte
En el borde oriental de una terraza que se alza unos setenta metros sobre el cauce del Cinca encontramos la ermita de Santa María de Chalamera, que data de finales del siglo XII o comienzos del XIII, una construcción de considerables dimensiones, situada justo en medio de ninguna parte, batida por el cierzo, con la portada principal orientada a poniente, un edificio románico grande, sólido y armonioso. Una inesperada preciosidad de piedra. Una joya.


Puerta principal, a poniente

La primera vez que la vi, allá por 1990, aunque sabía que era un monumento de considerable valor, me quedé impresionado, ¿qué hacía en aquel despoblado una ermita de semejante tamaño? El empaque, la nobleza y la antigüedad de la edificación saltaban a la vista, su aparente estado de conservación era bueno, aunque unos años después se benefició de una restauración encaminada, sobre todo, a reparar sus cubiertas. Cuando llegué por la penosa cuesta, entonces sin asfaltar, el exterior del templo me pareció deslumbrante, a un lado había una pequeña extensión con césped (¿o lo he soñado?) y allí, atado a la sombra, un burro silencioso y paciente, cuyo dueño no debía de andar lejos.

Cara sur
 Este sábado aprovechamos la gentileza del depositario de la llave y alcalde de Chalamera, pueblo situado a un par de kilómetros río abajo, al sureste de la ermita, y tuvimos ocasión de visitar el interior del edificio. Allí reinan la oscuridad y la ausencia de mobiliario, el gastado suelo es irregular y, donde se asoma, la penumbra dibuja un espacio amplio y muy bello, fresco y apacible: hay una nave principal casi desierta y un pequeño crucero.

Altar, detrás ábside con 3 ventanas
Parece ser que perteneció a la orden del Temple y eso explicaría su porte y sus orgullosas dimensiones. Los que entienden y aprecian el arte románico destacan el cimborrio octogonal que remata en lo alto el crucero y la portada occidental, con sus arcos superpuestos (arquivoltas) y capiteles con figuras y motivos que llevan ocho siglos peleando con un durísimo viento, que los remodela y simplifica. Yo aprecié la quietud y el misterio de su interior con ecos de alguna letanía que debían salmodiar, hace ochocientos años, los monjes guerreros de estos territorios, que eran y siguen pareciendo, territorios fronterizos.
 
Pila de agua bendita



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