domingo, 8 de septiembre de 2013

Ibón De Escarpinosa En El Valle De Benasque

Hará cosa de diez días, fuimos con unos amigos a este paraje, uno de los más prestigiados del valle de Benasque. Pasada esta localidad, siguiendo la carretera paralela al río Ésera, se abre a mano izquierda un valle tributario: el valle de Estós, con su tumultuoso y salvaje riachuelo. Hay que dejar el vehículo nada más entrar en el valle, pues la pista que recorre su fondo está, con buen criterio, cerrada a los turismos particulares. Algunos valientes se atreven a remontar en bici, pero la cuesta es dura y el piso, en algunos tramos, malo. No obstante, para caminar, la pista es muy cómoda y en una hora o menos se marca un desvío, otra vez a mano izquierda, que nos adentra en un bosque de ladera. Aquí el camino se torna pedregoso y empinado y nos aguarda una segunda hora donde vamos a resollar de lo lindo. Finalmente el bosque se abre en un rellano herboso donde, aparte de recuperar el aliento, podemos contemplar el ibonet de Batisielles, una charca grácil y pulida que invita a sentarse en su orilla a descansar y reponer fuerzas. Estamos en un valle colgado, de origen más o menos glaciar, muy característico en esta zona del Pirineo.

 
Este año, el pequeño laguito de Batisielles, debido a las lluvias abundantes, tiene un poco más de agua de lo habitual y los reflejos de los árboles de la orilla espejean nítidamente.

 
En dirección suroeste que es, justamente atravesando el llano, donde nos encaminaremos, se ve la cima de la aguja de Perramó, muy apreciada por el intrépido espíritu de los escaladores.

 
Ya sólo faltan cuarenta minutos más por un terreno quebrado, abrupto y cubierto de pinos que se agarran con desigual suerte a las rocas, muchos están secos, otros caídos y, sin pensar mucho, se me ocurre una etimología de andar por casa para el nombre del lago que nos aguarda. Se llama de Escarpinosa por lo escarpado y por los pinos: no, no me he quedado calvo. Remontamos el torrente de Batisielles por un camino fácil pero incómodo y aquí lo tenemos.

 
Cuando uno ve estas fotos en los calendarios, piensa en Canadá o en Suiza, pero este lago de postal está aquí, cerca de casa, como quien dice a la vuelta de la esquina.

 
Hace un día agradable, una suave brisa riza la superficie de las aguas, descomponiendo y fragmentando los reflejos.

 
En realidad, se trata de dos lagos unidos: este que fotografío es el lago Azul. A mi espalda, digamos, está el lago verde, más pequeño y casi colmatado por los sedimentos: no saca tan buen aspecto.
El lago azul de Escarpinosa tiene no demasiada profundidad y debe contar con unos ciento veinte metros de diámetro. Su agua está helada, como atestiguaron doloridamente mis pies. Es una zona bastante transitada, debido al hecho de que se trata de una excursión, ni muy larga, ni muy difícil. Un día bueno de verano le trae visitantes por decenas y, algunos de los menos cuidadosos, improvisan pequeños vertederos en sus orillas.
En el borde que da al valle por donde hemos subido, se refleja espectacularmente la cima del Perdiguero, una mole de piedra que sube hasta unos vertiginosos 3.222 metros de altura.
 

Unos caminantes habían acarreado una singular mascota: un conejo blanco, al que paseaban atado con una correa, igual que si se tratase de un perrito. Cosas veredes, amigo Sancho…

 
Hace unos cuantos veranos, había subido una mañana de Julio y tomé varias fotos para, empalmándolas, formar una panorámica lo más abierta posible. No anduve demasiado cuidadoso y me quedó una divertida chapuza: a mí me gustó y la uso aquí como telón de esta desenfadada entrada.
 
 
 
 

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