martes, 10 de septiembre de 2013

La Verdad Sobre El Caso Harry Quebert - Joel Dicker

Saludable institución ésta de “el libro del verano”. Indica que hay, al menos, una estación del año en la que el personal dedica parte de su ocio a leer o, al menos, a hacerse con un libro cuando va de compras. Estoy aquí tratando de comprender el motivo de un pelotazo editorial similar al de la trilogía aquella de Stieg Larsson, cuya primera entrega arrasó en el verano de 2008. “Los hombres que no amaban a las mujeres” era un notable thriller escabroso y efectista, cuyas dos secuelas rozaban lo desaconsejable, en particular el tercer volumen, que recuerda a “Cuarenta años en el catastro de Albacete” de don Soponcio Velludo. Traigo a colación la trilogía de Larsson, porque la crítica ha comparado el libro de Joel Dicker con los del autor sueco y, sin haber parecidos muy evidentes, es la única comparación que se sostiene. Porque también he leído que comparan “La verdad sobre el caso Harry Quebert” con Philip Roth y con Nabokov, lo cual me parece excesivo, incluso tratándose de marketing.

Estas críticas, un poco amañadas, y el hecho de que viniera con la vitola de Premio Goncourt (des Lyceens, ojo al truco), el Premio Lire y otros buenos auspicios, me hicieron “picar” y “tragarme” esta voluminosa novela, ¡de 666 páginas! “Original y entretenida, con ciertas matizaciones que luego expondré”. Eso diría, si tuviera que ser positivo, que no tengo ninguna necesidad… Pero, dado que hoy me posee el reverso tenebroso de la fuerza, revisaré sus aspectos menos convincentes. Que son muchos.

Je l'ai pas lu en français
Sinceramente no entiendo dos cosas para empezar: una, de dónde sacan críticos tan despistados. La novela, sin ser del todo trivial, está tres divisiones por debajo de aquélla en la que juegan Philip Roth y Vladimir Nabokov. Pensando que esto pudiera no ser cierto, probemos a dejar pasar unos diez años y así la decantación producida por el tiempo habrá hecho su labor: si encumbra el libro de Dicker a la categoría de “un clásico de nuestro tiempo”, reconoceré mi ridículo y dejaré de hacer reseñas de libros, concentrándome en los rosarios con implementación wi-fi, que entonces estarán muy en boga. Comparo el personaje de Quebert, de esta amable novela de detectives, con el del profesor universitario de “La mancha humana” de Philip Roth y áquel es plano y simple, poco más que un estereotipo, frente a éste que es complejo y matizado, mucho más rico e inquietante. Gana Roth por goleada. Comparar la novela de éste verano con Lolita de Nabokov, sin ser gratuito, puesto que el propio Dicker se pone a tiro, ya que el personaje de Nola es, hasta cierto punto, una paráfrasis del de Lolita, es como comparar los Teletubbies con Toy Story, no sé si me explico, media un abismo…

Y dos, ¿cómo demonios se lo monta la industria editorial para fabricar un best-seller de este tamaño? ¿Cómo un escritor consigue un diagnóstico tan afortunado de lo que el público del momento está dispuesto a asimilar? ¿O es una labor empresarial a muchos niveles, encaminada a dar con el producto literario idóneo para facturar unos cuantos cientos de miles? ¿Que el libro es muy bueno en el contexto de las letras francesas actuales? Seamos sensatos: muy bueno es “La vida: instrucciones de uso” de Georges Perec y no creo que haya recaudado, en su primera temporada, ni la décima parte que éste. Claro, al público nos pasa lo mismo con la comida: es innegable el éxito de la bollería industrial, yo mismo me atiborro en cuanto me descuido; en cambio, la comida sana y nutritiva requiere un cierto esfuerzo consciente: la fruta, la verdura al vapor, el pescado hervido o los copos de avena no son tan apetitosos como determinada repostería y lo mismo ocurre cuando se trata de alimentar el espíritu: es más difícil leer a Camus que a Dicker y acabamos un poco empachados e incluso, tal vez, flatulentos.

El feliz autor
Resumo estas digresiones, estableciendo que, como entretenimiento, como libro de verano, funciona, pero como literatura tiene poca entidad y, ni siquiera como novela detectivesca acaba de situarse entre los maestros del género.

La supuesta originalidad es la de un libro que narra cómo se está escribiendo otro libro que, a su vez trata, en tiempo real, de desentrañar un suceso criminal extremadamente enrevesado: una niña de quince años, llamada Nola Kellergan, desaparece en 1975 en circunstancias misteriosas y truculentas. Reaparece 33 años más tarde, convertida en cadáver y enterrada en el jardín de un escritor enamorado de ella, un tal Harry Quebert, que es inculpado. Marcus Goldman, amigo de Harry y también escritor, iniciará una investigación y, paralelamente, un libro con el que pretende esclarecer el asunto y demostrar que su amigo Harry es inocente. El problema es que no hay muchos sospechosos en la tranquila ciudad de Aurora, donde se centra la narración, y además han pasado un montón de años… Hay una primera resolución del caso, aparente, previsible y falsa. Entonces se produce un rápido movimiento de prestidigitación narrativa y el libro culmina con la resolución real, “verdadera” y definitiva. Ninguna de las dos me pareció del todo satisfactoria, en el sentido en que lo son en las novelas del género (las de Donna Leon o Henning Mankell), pero mientras disentía, me fui devorando el libro a toda velocidad y esto ya es un mérito, ¿o no?

La novela es también una historia de amor eterno, al estilo de “La princesa prometida” y aquí reside su mayor endeblez: buscando un romance poco convencional, se interna en una pasión gazmoña y panoli. El escritor Harry Quebert ha escrito, basado en su amor por Nola, un libro que, saludado como una obra maestra, ha conmovido a toda América, pero el discurso literario de este genio, expresado en una carta, no parece gran cosa:

“Mi Nola, mi querida Nola, mi amada Nola. ¿Qué has hecho? ¿Por qué querer morir? ¿Es por culpa mía? Te quiero, te quiero más que a nada. No me abandones. Si mueres, yo moriré también. Todo lo que importa en mi vida eres tú, Nola. Cuatro letras: N-O-L-A.”

Ahora pondré un extracto de su genial libro titulado “Los orígenes del mal”, que alberga más cartas, como ésta:

“Querido mío: Sé que no me quiere. Pero yo le querré siempre. Aquí tiene una foto de los pájaros que tan bien dibuja, y una foto nuestra para que no me olvide nunca. Sé que no quiere verme más. Pero, al menos, escríbame. Sólo una vez. Sólo unas pocas palabras para tener un recuerdo suyo. No le olvidaré nunca. Es la persona más extraordinaria que he conocido. Le querré siempre.”

Y así, en decenas de ocasiones, hasta aburrir un poco a todos menos a Nola y a Harry. Vamos, un cruce de Salinger con Hemingway, por lo menos, no me extraña que arrasara en América. En general, hay en toda la obra un tufillo de grandes-escritores-y-artistas-geniales-a-la-vez-que-mediáticos de lo más inverosímil, un mundo donde los escritores son más populares que Britney Spears y Lady Gaga juntas.

Aunque quizá esté equivocado, aprecio otro error en la ambientación de la época del asesinato. Corre el año 1975 en la América cuyas mujeres han renunciado al sostén, han asistido al festival de Woodstock y se colocan con buena hierba, pero nuestro autor sigue encasillándolas en los clichés de los años 50. Todo tiene cierto deje de “American Graffiti”. Asistimos, por ejemplo, a esta bronca de una madre a su hija que, una emancipada muchacha de 25 años, difícilmente hubiera encajado en 1975:

“Ya es hora de que encuentres a un hombre, ¡y considérate afortunada de que un chico guapo te corteje cuando estás todo el día con el delantal puesto!

—¡Mamá!

Tamara imitó los gemidos de un niño con voz aguda e infantil: —¡Mamá! ¡Mamá! Deja de lloriquear, ¿quieres? ¡Vas a cumplir veinticinco años! ¿Quieres terminar siendo una solterona? ¡Todas tus compañeras de clase se han casado! ¿Y tú? ¿Eh? ¡Eras la reina del instituto, por amor de Dios! Cómo me has decepcionado, hija mía. Mamá está muy decepcionada contigo. Travis comerá con nosotros el domingo y se acabó. Ahora mismo le llevas su plato y le invitas. Y después, les pasas el trapo a las mesas del fondo, que están asquerosas. Así aprenderás a no llegar siempre tarde.”

Tenemos aquí a una madre, Tamara Quinn, que poco menos que concierta el matrimonio de su hija. Hubiera parecido algo rancio en muchas pelis de los años 40.

 
Por último añadiré que el texto es funcional hasta el punto de que no alberga un solo adorno, no se permite una sola figura literaria que distraiga de la narración a palo seco. La cual al final es un poco reiterativa. Y no es una apreciación personal: reitera, es decir, pone dos veces, páginas enteras, confiando en que, en distinto contexto, harán distinto efecto. Esto podría no ser cierto, pero al tratarse de un libro para leer en la tumbona de la piscina de un hotel, tiene una indudable ventaja: si se te cierran los ojos y te pierdes algunos párrafos una vez, no temas, más adelante volverán a aparecer.

1 comentario:

  1. Para ser de cabecera, este blog es poco cabecero (como sí lo eran los tradicionales vinos locales de mi pueblo).

    Un abrazo

    luis

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