martes, 22 de octubre de 2013

Los Sindicatos Vs. La Juez Alaya

Decía Rafael Alberti: ”yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos”. ¿Puede sin más el descrédito de las instituciones políticas alcanzar también a los sindicatos? Puede. ¿Y es conveniente para alguien? Para nadie. Ni siquiera aquéllos que desde la llamada “caverna mediática” jalean alegremente los supuestos tropiezos de las dos grandes centrales, aciertan a calcular el daño real que a esta sociedad, en su conjunto, se le haría en un cuerpo laboral descabezado, sin estructuras representativas y con los trabajadores al albur del populismo, las mafias o yo que sé, pero aún peor.

La prensa de derechas se sobra alegremente
con las connotaciones de su titular
Sólidamente dañados los partidos políticos, la Corona, la unidad del Estado, los derechos más básicos de la ciudadanía… Pues, ¿por qué iban a librarse los sindicatos? Por qué parar, si esto es el patio de Monipodio y no rige otra ley que la de la choricería. Una necesidad práctica de amparo colectivo es privativa de los que hemos desempeñado un trabajo. Eso lo sabemos todos aquellos que hemos trabajado alguna vez por cuenta ajena. No tiene vuelta de hoja, porque si la tiene rige la ley del más fuerte, basculando entre el abuso más desordenado y los desórdenes más abusivos, según lo que toque.

Las masas criticando al gobierno
A mí, como enseñante en activo durante treinta y ocho años, me hubiera gustado, de verdad, sentirme integrado en algún sindicato de trabajadores representativo y tal, que arropara nuestras reivindicaciones laborales, retributivas y por ahí. “Huelga” decir que jamás lo conseguí: primero Paquito “the Dictator” y sus famosos sindicatos verticales (Estado, patronos y obreros, formando parte de la misma organización, con aplicación rigurosa de la ley del embudo). Cuando Paquito se fue a su famoso valle, para morirse colegas: ¡los sindicatos en la enseñanza continuaron siendo verticales! Todo el mundo laboral tenía sindicatos de clase, menos nosotros. Me explico: el timo se llamó “Comunidad Educativa”. Padres, Estado, alumnos y docentes, para que no te enfrentes, todos juntos, en comunión de intereses. Un sindicato de pilotos, controladores y pasajeros, la comunidad aeronáutica, hubiera estado mejor… Aún se me ocurre otra más chistosa, el mismo sindicato para los jueces, abogados, fiscales, funcionarios de prisiones y reclusos, la comunidad penitenciaria. La monda.

Cierto que estuve circunscrito por algunos sindicatos, algunos más peores que otros… La experiencia más cochambrosa, la tuve en USTEC, allá por los ochenta. Cuando les llamé a una oficina que tenían, para consultarles respecto a si me asistía el derecho a ausentarme del Centro para presentarme a exámenes de la UNED, me contestaron que “no estaban allí para resolver problemas personales”, fastuosa respuesta que me dejó sin saber para qué estaban.

La airosa juez
Dejando aparte mis personales batallitas, me parece de singular enjundia la batalla entablada entre la juez Alaya y algunos importantes responsables de UGT y CC.OO. Aquella les ha instruido un expediente que, según airea la prensa de derechas, habla de estafas, falsedad de documentos, apropiación del erario público y lindezas por el estilo. Los comunicados sindicales por su parte, hablan de la restauración del Tribunal de Orden Público Franquista, de métodos dictatoriales y de un proceso-pantomima al sindicalismo democrático. Por otra parte, como la calle es de la izquierda, grupos de militantes se desplazan, tal vez desde sus lugares de trabajo, para increpar a la elegante juez y corear unas cuantas consignas insultantes. Es lo que tiene la izquierda en este país: si el presunto estafador es un “pez gordo”, nos presentamos a la puerta del juzgado para vociferarle nuestra indignación y repulsa. Como en “Alicia en el País de las Maravillas”, la sentencia es lo primero, el juicio vendrá después. En cambio si el encausado es “uno de los nuestros”, la indignación y la repulsa se la lleva el juez, de este modo la justicia no es ciega, sino más bien, estrábica.

Y aquí es donde a un perplejo servidor le urge saber quién tiene razón, o al menos quién la usa mejor. Y mucho me temo que, como ocurre con todo el resto de las nauseabundas tifas que jalonan la convivencia nacional, me voy a quedar una larguísima temporada sin saberlo. Lo que hace particularmente enojoso este caso, es que cualquiera de las dos soluciones da escalofríos.

Admitamos que los sindicalistas están siendo perseguidos: una derecha con todas las bazas a su favor y totalmente envalentonada, ha decidido acabar con ellos. Da miedo pensar que uno tras otro van cayendo reductos de derechos y libertades, de representación y participación, pero así parece ser, así parece que vienen los tiempos… Aunque no me lo acabo de creer. Si yo soy un campeón del capital, es mejor que mis adversarios tengan interlocutores representativos y estén organizados en torno a unas reglas de juego más o menos compartidas (como así ocurre con las actuales organizaciones sindicales), que tener que lidiar, caso por caso, con la incertidumbre: asambleas por aquí, desórdenes y sabotajes por allá, violencia y mano dura por acullá… No sé. Generalmente los poderosos, en los países democráticos actuales, no se comportan de una manera tan obtusa, aunque no descarto que estén aprendiendo.

Admitamos ahora que la denostada juez haya quitado la tapa al cubo de la basura: lo que va saliendo son las gabelas y sinecuras que han estado usurpando unos señores que se decían representantes de la clase trabajadora. Unos fulanos que han dado la vuelta al mito de Robin Hood, despojando a los parados de cursos de formación laboral, para otorgar a los ricos alguna parrillada de marisco adicional. Si la contaminación chollocrática se ha apoderado de las cúpulas de la burocracia sindical, ¿quién socorrerá a unos míseros currantes más desprotegidos que nunca? ¿La iglesia? Pues no te rías, preguntando en las crecientes bolsas de pobreza, no te van a contestar que les dan comida y techo en las “Casas del Pueblo”.

Errare humanum est. En todos los países occidentales modernos hay un potente grado de financiación ilegal en los partidos políticos y un buen muestrario de prácticas mafiosas en las centrales sindicales. En la película “Las invasiones bárbaras” procedente del avanzadísimo Canadá, dirigida por el nada sospechoso de ser reaccionario, Denys Arcand, se nos presenta con sintomática naturalidad la siguiente escena: en un hospital, a un joven ejecutivo le desaparece su portátil, allí mismo acude a la oficina de los representantes sindicales. No saben nada del asunto, así que les ofrece una buena cantidad de dinero. Al día siguiente le llaman porque su portátil “ha aparecido”.

Según UGT, todo está controlado (o casi)
En España se percibe una diferencia muy señalada: aquí se niega la mayor. En lugar de tomar medidas para minimizar tales casos, lo que se hace es negar que tal cosa pueda estar ocurriendo. Lo ha hecho el partido que gobierna, con el caso abierto y supurante de la financiación ilegal, conque ¿por qué iban a ser menos unos pobres sindicalistas que sólo son sospechosos de haber robado unas cuantas gallinas para comer? El atestado es un montaje y, si hace falta, los hechos son un montaje. Un montaje para erosionar su inmaculada imagen. Observemos que no se admiten responsabilidades, ni se hace un intento de saneamiento en institución alguna, ¿para qué, si son perfectas? Don Cándido Méndez lleva tanto tiempo al frente de la UGT, que algunos ya lo confundimos con Abderramán tercero… Renovación, ¿para qué, si nos va tan bien? Aunque haya idiotas que se caen del guindo y piensen que nos financiamos con las cuotas de los afiliados, nosotros vivimos en el país de tocarse los cojones y esperar que lluevan las subvenciones. Y si llueven, pues el agua entra en casa, qué vas a hacer.   

 

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