domingo, 3 de noviembre de 2013

De La Noche De Halloween Al Día De Difuntos

Inmerso en un mundo que me va dejando atrás, me entrego a boquear de incomprensión respecto a los cambiantes signos de los tiempos y su carácter hermético o, directamente, incomprensible. Me toca hoy reflexionar sobre una fiesta desconocida hace unas decenas de años en este entorno cultural, pero cuyo éxito es, a día de hoy, de una evidencia palpable. Niños y jóvenes, sobre todo, han decidido incorporar al calendario la cita de Halloween con una contumacia, a mi juicio, sorprendente.
 

Vale que el fenómeno de la invasión (y colonización) cultural anglonorteamericana no es una sorpresa, hace ya mucho tiempo que los Beatles confinaron en un gueto musical a Manolo Escobar, o que Papá Noel le ganó la mano a sus majestades los Reyes Magos. Los prebostes municipales contratan su hormigón para pistas de skateboard, en lugar de frontones y los nuggets de pollo y las hamburguesas del McDonald’s han desplazado del corazón de los infantes a las churrerías de antaño. Aún no hemos llegado al extremo de celebrar por aquí (aunque quién sabe, tal vez lo presenciaremos) el 4 de Julio o el Día de Acción de Gracias, pero me sigue chocando lo espontánea que parece la vivencia de Halloween, al menos, para todo aquél que tenga menos de veinticinco años.
 

Otras fiestas han sido objeto de inducción política más o menos firme: las celebraciones políticorreligiosas del franquismo se han evaporado sin dejar apenas rastro en la memoria. Las fiestas políticas y civiles de la democracia languidecen penosamente, apenas han calado como motivo de celebración en este apesadumbrado país. Recuerdo una época en la que se promocionaba, desde las opciones políticas progresistas, lo que de transgresor y liberador podía tener el Carnaval, que se trató de implantar con firmeza en las escuelas, aunque también esta celebración profana ha quedado en agua tibia de borrajas, al menos en todos aquellos lugares donde no era avalada por un arraigo previo. Quedan pues tan sólo las fiestas tradicionales milenarias, las fiestas populares de cada lugar y este “qué coño sabe nadie qué es” del omnipresente y masivo Halloween.
 

Otra explicación fácil sería la de los intereses comerciales puestos en juego en esta festividad: disfraces, chucherías, calabazas, velas y parafernalia siniestra. En realidad, poca cosa, sin olvidar que los intereses comerciales se ponen en marcha ante cualquier evento festivo, es lógico, y en este no hay nada de excepcional que explique que su eclosión haya sido inducida por los grandes almacenes.

Mi mujer, que tiene explicaciones sensatas para casi todo, me da una mientras limpia los restos de huevos arrojados al portal. Los jóvenes de mi pueblo se han vuelto lo bastante perezosos como para no cansarse con lo de llamar disfrazados, preguntar ¿truco o trato? Y si no les das unas monedas o unas golosinas, premiar tu mezquindad arrojando huevos a la puerta. Esto solo lo hacen ahora los niños. Los adolescentes, en cambio, compran los huevos en el Mercadona (?), los arrojan directamente a los portales y se van de juerga, habiendo cumplido con el espíritu de la celebración. Qué majos. Mi mujer, digo, opina que la imaginería de brujas, esqueletos, vampiros, monstruos y demás es muy atractiva, por su misteriosa seducción, para los niños y adolescentes. Y como, hoy en día en las casas, el mundo entero gira en torno a las necesidades y apetencias de los hijos, pues estas celebraciones calan, de abajo a arriba, ya que se tiende a complacerles absolutamente en todo: de tal modo, no se les impone, en el caso que nos ocupa, una tradición, una fiesta con significado para los mayores, que ellos han de acatar y asimilar, sino que sucede al revés, son los mayores, en la vistosa fiesta de reciente y sólida importación, los que son arrastrados al capricho y a la voluntad de sus vástagos.
 

Como carezco de una teoría mejor, acepto ésta. Así pues, sólo me queda un rinconcito donde echar de menos sin remedio y evocar con una melancolía un poco pasiva, la rancia y olvidada celebración del Día de Todos los Santos y de la Noche de Difuntos. Uno tenía un pensamiento para el llamado “más allá” y un recuerdo para los ausentes de la familia, cuyas tumbas se visitaban, para adornarlas con unos claveles o unos crisantemos, incluso rosas si podías pagar más. La muerte se hacía una presencia un poco más cercana, era tenida en cuenta su proximidad, aunque fuera tan sólo por una fecha… Ah, y por supuesto en TVE, en la 1, echaban, en los tiempos del blanco y negro, el “Don Juan Tenorio” de Zorrilla con un reparto de primera línea, por ejemplo, con Paco Rabal como don Juan y Concha Velasco como doña Inés y era una cita obligada, había que verla, año tras año, hasta recitar los versos más célebres de memoria. El don Juan Tenorio, qué tiempos. Me temo que sobre esto volveré, pues me marcó y forma parte del sustrato de mis escasas neuronas supervivientes.
 

Dentro de unos años, éste será el “puente de Halloween” y a los Santos Todos, que les frían un paraguas. Cuando los niños que anteayer se disfrazaron de zombies voten, lo harán por el ocurrente político que cambie la denominación de la festividad: ¡Vivan los muertos vivientes! ¡Mueran los “difuntos”! 
 

 

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