miércoles, 20 de noviembre de 2013

¡Revienta Ya! (20-11-1975)

Cuando yo era un joven airado escribí este airado soneto al fallecido dictador. La vehemencia que se explicita es debida al hartazgo del Régimen más que a consideraciones políticas más conscientes: tengo que decir que este hartazgo sumado a una incierta y temerosa esperanza era el sentimiento más compartido por aquel entonces. Creíamos que nada peor podía advenir.

 
Mira por dónde algo que sé ahora y que ni sospechaba entonces, se conforma como la ventaja (creo que la única ventaja) de un sistema dictatorial: la dictadura somete y empequeñece a los individuos, los ahorma a una rutinaria estrechez. Los espíritus así sojuzgados, o bien caen en el conformismo, o bien, en el caso de que no sea así, culpan al poder imperante de todos sus déficits y limitaciones. Tal era mi caso. Y el de muchísimas otras personas, a juzgar por el florecimiento de cuestiones básicas no resueltas que, a día de hoy, aún colean. Dicho en lenguaje poco sutil, la dictadura hace de cabeza de turco; todos más o menos pensábamos que con su desaparición volaríamos más alto, superaríamos todas las dificultades y hasta seríamos más guapos. Sucedió más bien lo contrario: cuando otro no decide por ti, es cuando surgen las incertidumbres… En ausencia del dictador, el pequeño tamaño de mi persona es cuando afloró sin las confortables excusas articuladas en torno a nuestra Némesis.
 
De todos modos, qué descanso, por supuesto. Estas complejas sensaciones y esta gozosa contradicción están magníficamente retratadas en una novela de Julian Barnes, una obra incisiva y breve, sobre el final de una dictadura (comunista, en este caso), un libro que se titula “El puercoespín” y que recomiendo a todos los interesados en tan espinoso tema, fuente de apasionamientos y enojos, de una intensidad tal, que me impulsaron a escribir este poema.   

 
 REVIENTA YA (20-11-1975)

  Lamento saber poco de agonías,
la tuya me parece esplendorosa,
ansiaba yo, con ansia rencorosa,
contemplar fin tan cruel para tus días.

  Seguro que tus manos están frías
esta noche, por ello más hermosa,
pronto podré mear sobre tu losa,
olvidando el pavor que me infundías.

 Ultrajaba tu aliento, desde lejos,
mis instantes, mi pulso, mis espejos;
sentía tu opresión hasta en la cama.

  Se acaba con tu aliento un gran tormento,
abrevia, viejo ruin, tu sufrimiento;
date prisa, el infierno te reclama.

 
"Adiós amigos"
 
 

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