jueves, 31 de octubre de 2013

Ordesa: El Turieto En Otoño

La carretera que, desde Torla, se interna en el valle de Ordesa hasta la Pradera, trepa en descarnadas revueltas por la margen derecha del río Arazas, pero se trata de una vía de comunicación relativamente reciente, el acceso de toda la vida remonta por la umbría y boscosa margen izquierda del río y es conocido como “camino del Turieto”.
 

Se trata de un camino de herradura, bastante bien acondicionado y apto para todo tipo de paseantes. Teníamos la intención, el pasado fin de semana, de recorrerlo con unos amigos. Para nosotros, la época idónea, por el colorido, el brillo y la humedad, es el otoño, aunque me temo que este año acudimos un poco pronto, ya que el verano se ha prolongado un mes más de la cuenta y el cambio tonal de las hojas estaba en una fase temprana, todavía no asomaban esos hermosos matices de cobre tan fotogénicos. Para compensarlo, he hecho trampas, tirando de los filtros cálidos de Photoshop.
 

 
 
La ruta arranca en Torla, justo antes de que la carretera atraviese el túnel bajo el pueblo, un camino en fuerte pendiente desciende hasta el río Ara, el cual se cruza por el llamado puente de la Glera. Remontando la margen izquierda no hay pérdida posible: primero es una pista llana y luego, bien señalizado, un desvío a mano derecha, ya por camino, se empina moderadamente. Al principio discurre por terreno más abierto y, después, se interna en el bosque.
 
 

En la excursión se salvan unos 300 metros de desnivel. Desde Torla a la Pradera de Ordesa hay unas dos horas a golpe de calcetín, a las que hay que sumar el tiempo que pierdas en extasiarte en el genuino “bosque del enanito” que se atraviesa: el musgo, las hojas, las setas, las cascadas que puedes bajar a contemplar tomando breves desvíos, en fin, un absoluto recreo para la vista, para el olfato con los olores de la tierra mojada y para el oído, con el persistente rumor del río que corre siempre unas decenas de metros más abajo. El regreso cuesta un poco menos, claro.
 
 

Esta vez, al llegar a la Pradera, la vemos inundada de vehículos, hay varios centenares y caigo en la cuenta de que ya no está operativa la restricción que, en verano, impide subir con un turismo particular. Pienso que, si yo mandara, esa restricción estaría vigente todo el año, pero tranquilos, lo mío no es la política activa, así que el señor del Mercedes todo terreno podrá seguir apestando la Pradera con la exhibición de su potente arrancada (luego seguro que es sensible a la conservación del entorno y está comprometido con el reciclaje, cada uno tenemos nuestras contradicciones).
 
 

El Turieto es un camino recóndito y umbrío en su mayor parte. También suele ser bastante solitario y silencioso, aunque en esta ocasión transitábamos una riada de gente por su casi perenne alfombra de hojas caídas. Es más hermoso de lo que reflejan unas fotos en las que, al tratarse de un lugar tan cerrado, nunca consigues suficiente perspectiva y campo visual. Además les falta el aroma de la tierra mojada y el rumor del río. Lo mejor es ir allí y sentirlo en persona.


 

 

martes, 29 de octubre de 2013

Adiós A Lou Reed

Ayer falleció, con 71 años de edad, el cantante y guitarrista Lou Reed, uno de los mitos de la música rock. No es que haya sido muy longevo, pero para un superviviente del lado desenfrenado de la vida, tampoco está nada mal: Jimi Hendrix, Jim Morrison o Janis Joplin, no lo consiguieron. Ayer se pudo aplicar al gran Lou Reed, lo expresado por él en su canción:
“Oh, it's such a perfect day
I'm glad I spent it with you
Oh, such a perfect day
You just keep me hanging on
You just keep me hanging on”

 
¿Qué hace tan significativa e influyente la figura de este hombre? Se preguntan algunos, que no tienen edad suficiente para recordar la importancia de la música como fenómeno cultural y de masas entre, por ejemplo 1967 (año de publicación de “The Velvet Underground & Nico”, el disco con la célebre portada del plátano de Andy Warhol, grabación que aquí, gracias a la censura, llegaría más bien un poco tarde) y 1974 (año en que se edita el archicélebre disco en directo “Rock N' Roll Animal”). Contestar a la pregunta no es fácil. He ensayado estas respuestas: también los malos necesitamos un director espiritual y también las sensibilidades torcidas o echadas a perder, necesitamos de un poeta que cante nuestras más abyectas y desdichadas epopeyas en la perra aventura de la vida.

Lou Reed hizo con solvencia ambas cosas. Viviendo su propia existencia entre el desorden y el caos (muchos entrevistadores y periodistas relatan que se chutaba delante de ellos, antes o después de un concierto). Pero hizo muchas cosas más: buena música, excelentes canciones, letras llenas a partes iguales de poesía y sordidez, de cinismo y de ternura hacia toda suerte de perdedores… Y, tras su relativa rehabilitación hasta se embarcó en “proyectos artísticos serios” y siguió dispensándonos una obra musical que, habiendo ganado en madurez, nunca llegó a perder el filo de su crudeza, siempre áspera y rigurosa.

Vale. No fue tan popular como Michael Jackson. Es cierto que tuvo siempre un aroma marginal. El público más joven lo desconoce, pese a las evidentísimas influencias del bueno de Lou y de su grupo matriz, la Velvet Underground, en la mayor parte de la música de los 90 y siguientes… Entre el público de más edad, los carcas deberíamos quedar descartados de su influjo, su temática no nos debería alcanzar: las últimas consecuencias del placer y del egoísmo, hedonismo y desesperanza, andanzas de drogadictos y pervertidos, autodestrucción y suicidio, menudo ejemplo. Pero claro, su magnetismo es incuestionable, incluso cuando pinta sus cuadros más afligidos, desoladores y terminales, va el tío y nos alcanza: está hablando con claridad meridiana de nuestro propio lado oscuro, de nuestra desventura metafísica y, encima, no deja de hacerlo con desarmante misericordia. Si a eso le sumamos que tenía glamour, no debe extrañarnos que hiciera del infierno un lugar más interesante.

 
Como disco que a mí me parece más significativo elegir, para hacer sonar en sus exequias remotas en este rincón perdido del mundo, me decanto por este “1969: Velvet Underground Live with Lou Reed” que recomiendo a cualquiera que guste de la música cruda, de las canciones en estado salvaje, de las tormentas eléctricas en plena noche, al aire libre. Es una lista, punto por punto, de todo lo que no me gusta, de todo lo que me desagrada en un disco, y sin embargo el compendio me parece fascinante, aterrador, sublime, inolvidable. Voy por partes: no aprecio los discos en directo, ni los discos dobles y este es ambas cosas. Los discos en directo suelen tener un sonido descuidado, plano y empobrecido, el de éste raya lo deficiente, con un omnipresente ruido de fondo en una grabación que parece casera y desaliñada. Los discos dobles suelen albergar material de relleno que la discográfica empluma al oyente con el señuelo de que el formato doble le sale más barato. Aquí algunas canciones se alargan en interminables tormentas de denso guitarreo distorsionado. Además los instrumentistas, con la salvedad de Lou, no son nada del otro mundo: particularmente la batería, Maureen Tucker, parece que ha aprendido a tocar tomando una semana de clases por correspondencia. Y el bajo tiene una presencia escasa. Creo que he trazado un panorama lo bastante impresentable y no te lo bajarás.

 
Pues te vas a equivocar. El disco funciona. De principio a fin. En el terreno de la más desnuda emoción, comunica con inaudita intensidad y acaba siendo asombroso. Claro, están las canciones, casi todas las buenas de la Velvet, desde “Sweet Jane”, “Pale Blue Eyes” o “I’ll Be Your Mirror”, hasta “Rock And Roll”. Una experiencia mesmerizante. Tuve el disco (que se publicó en 1974) varios años y lo puse hasta que se quedó casi transparente, luego se lo pasé a un amigo y más tarde he tardado un montón en encontrarlo por ahí. Si, como yo, crees que puede haber mucha belleza en cosas poco pulidas y acabadas, disfrútalo con este enlace:
     


viernes, 25 de octubre de 2013

Los Peces De Colores

El tío bromista se adelanta, en el paseo familiar, hasta el abrevadero, se apoya en el borde y grita hacia sus sobrinos: ”Venid a ver los peces de colores”. La chiquillería corre, entre ilusionada e incrédula, hacia el prometido espectáculo de maravilla. El tío, con la mano abierta y el brazo extendido, en un rápido movimiento semicircular, levanta gruesas salpicaduras de agua, rociando a los niños que se acercan y dejándolos casi empapados y con un chasco monumental. El engaño de los peces de colores, una vez más, ha dado resultado. Los que no lo sabían han sido burlados y se sacuden el agua más enfadados por la burla que por la mojadura.

 
Porque, ¿qué niño se resistiría al encanto de los peces de colores? Yo no, desde luego. Cuando era pequeño tenía una enciclopedia, con encantadoras ilustraciones en cuatricromía y me pasaba ratos y ratos mirando láminas de peces, de piedras preciosas, de uniformes militares o de volcanes. Al haber dado con ella de nuevo, no he podido resistir la tentación de compartir esas imágenes con las que combatía algunos tedios infantiles, en la época anterior a la televisión y la informática. He escaneado las láminas a mucha resolución, puedes hacer click para agrandar o descargar las imágenes originales si te gustan.

 
No se trata de fotografías, son ilustraciones pintadas, con mucho mimo y un cierto toque ingenuo, por laboriosos artesanos trabajando a destajo, por cuatro cuartos, para las editoriales. A tamaño natural, lucen más. Va una muestra:
 
 
 

jueves, 24 de octubre de 2013

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles 14

- Anda, chico, entra y dile a tu madre que ha venido un señor que pregunta por ella.

Ahora, lo seco de su tono y el ademán de apremio fueron yesca y pedernal de los que brotó la chispa que prendió un sofoco incendiario que casi me asfixia. ¿Y si el muy ladino venía a chivarse de lo de la minina? ¿Y si le decía a mi madre que cuando habíamos ido a ver “Tarzán de los monos”. yo mismo, sin haberme él instado a que tal hiciera, había desabotonado su bragueta y le había masajeado el monstruoso pepino, costumbre que, por lo que se ve, ya tenía yo asociada con el séptimo arte? Yo sabía que esas cosas no se hacen y, por mucho que el culpable fuera él, seguro que me la iba a cargar de todas formas. De esta reflexión absurda me sacó el orondo cinéfilo con un empujón asaz vehemente que, confundido respecto a su intención, traté de rechazar.

 - No, don Gregorio, yo no quería, no sé si se acuerda, pero usted me obligó y, si está feo, está feo para los dos; así que yo le pido perdón, de verdad, perdón y no se lo diga a mi madre, que le va a dar un disgusto muy gordo y me pegará con la zapatilla.

 - ¿Qué trastada habrás hecho ahora, so desgraciao, que en vez de leche parece que te di hiel?

La que así hablaba era mi madre, a mi espalda. Parecía la protagonista, venida a menos, del cuento de “La Ratita”, con un mandil astrosísimo de cuadros blancos y azules y una ruinosa escoba con la que malamente conseguía cambiar el polvo y la borra de sitio, de debajo del tocador a debajo de la cama, de debajo de la cama a debajo del armario ropero y así, en complicados círculos y arabescos, hasta que llegaba la hora de ir a hacer la misma operación al palacio episcopal.

  - Buenas tardes caballero, usté al chico ni caso ¿eh? Ni caso, que es un cantamañanas y un desustanciao. Tú vete padentro, que ya te arreglaré yo bien arreglao cuando atienda a este señor. ¿No me oyes? ¡Venga padentro, qué esque ni esque! ¡Cómo me quite la zapatilla, te voy a poner el culo lleno de cardenales, mamarracho, ya me dirá este señor la que has armao ahora y ya te ajustaré luego las cuentas! ¡Vas a ir tú al hospital y yo a la cárcel!

Jaca. Ciudadela. Óleo sobre tapa de caja de polvorones
Normalmente estas amenazas con las que el carácter de mi madre solía expresarse, no me hacían gran mella. Como cualquier niño de los más bajos estamentos, estaba habituado a las cotidianas manifestaciones de histeria que emanaban del ser madre en difíciles condiciones socioeconómicas, pero esta vez confieso que la sismicidad de mis entrañas hizo fluir un material pastoso y ardiente, semejante a la lava aunque de olor mucho más desagradable, así que me retiré envarado y rígido para evitar, en lo posible, que se derramara al exterior, cuando don Gregorio, repuesto de cierto embarazo que había advertido yo en él, me cogió del pescuezo:

 - No, no te vayas, chaval. Escuche, señora Anastasia, su chico es muy formal y no ha hecho ninguna trastada que yo sepa. Además, a su modo, es muy despierto y parece que le gustan mucho los libros. Creo con sinceridad que valdría para los estudios y que sacándose un bachiller, tendría más oportunidades en la vida. En nuestro Régimen, como usted sabe, hay gente que se toma sus desvelos para que ningún talento se pierda, el Caudillo mismo lo ha dicho, así que no tiene vuelta de hoja. Supongo que no habrían pensado en esto, pero me he tomado la libertad de solicitar en Sindicatos una beca para el chico. Me han dicho que primero tiene que sacarse el Ingreso y que no habrá ningún problema, si yo lo recomiendo, para que estudie el bachillerato con todo pagado, ¡hasta los libros! Si ustedes dan su consentimiento, puede empezar a preparar el examen de Ingreso ahora mismo, que se quede en la escuela una hora más con los de permanencias y en Junio lo presentamos a Ingreso. Yo, si quieren, me encargo de todo: abonaré el recibo de permanencias, tramitaré la beca, lo matricularé en el Instituto…

Ya, con esto, veía yo el futuro de color de rosa, acaso con un matiz pútrido por la emanación de la tempestad interna de cagarrina en burbujas, predecesora de la bonanza que fluía con la voz meliflua y persuasiva de don Gregorio. Me equivoqué una vez más, pues una vez más mi madre exhibió sus impredecibles arranques de carácter.

Jaca Puente Nuevo. Óleo sobre servilleta
 - Oiga, señor don Comosellame, nosotros, en esta casa vivimos, como usté ve, de nuestros sudores, que hay que ver lo que nos cuesta. Más mal o más bien, que eso a nadie le importa y desde luego, lo que no nos hace falta es que se nos arrime un señor forastero, de la calle, por mú buena voluntá que tenga, a hacenos caridades. Así que se ha equivocau de puerta, o le han informau mal. Éste, en cuanto tenga edá, trabajará si vale pa algo, o se irá a vivir del aire, si no vale pa nada; pero deso de estudiar, nanay, que no nos hace falta un notario en la familia pa que nos haga las escrituras del polvo o del humo. Así que vaya a dales sus dos duros y unas camisas viejas a los gitanicos, que quien no pide favores, no los agradece.

 - Pero señora Enriqueta, si no se trata de favores ni caridades. No es por su forma de vida, que yo eso lo respeto, es que el chico lo merece.

 - Dos hostias es lo que merece este melón, por andarle a usté calentando los cascos con sus fantasías, ques más fantasioso que Cantinflas…

 - Que no, señora Aniceta, si soy yo el que insiste porque, de verdad, el chico vale.

 - Ya veremos pa lo que vale este cirigüello. A mí ni se me ocurriría ponelo a estudiar, porque perras no nos sobran y pa tiralas ni soñarlo. No; ya le he dicho que no y es que no.

 - Piénselo, señora Anacleta, piénselo tranquilamente, que ya se convencerá de que no se pierde nada por probar. Ah, y por cierto, cambie al chico, que hay días que huele que apesta.

Aún no me había yo acabado de escagarruciar, que ya mi madre había cerrado la puerta en las narices de don Gregorio. Después, muy sofocada, me estuvo arreando con la zapatilla y sonaba como si yo fuera pateando los charcos por un camino lleno de barro.


martes, 22 de octubre de 2013

Los Sindicatos Vs. La Juez Alaya

Decía Rafael Alberti: ”yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos”. ¿Puede sin más el descrédito de las instituciones políticas alcanzar también a los sindicatos? Puede. ¿Y es conveniente para alguien? Para nadie. Ni siquiera aquéllos que desde la llamada “caverna mediática” jalean alegremente los supuestos tropiezos de las dos grandes centrales, aciertan a calcular el daño real que a esta sociedad, en su conjunto, se le haría en un cuerpo laboral descabezado, sin estructuras representativas y con los trabajadores al albur del populismo, las mafias o yo que sé, pero aún peor.

La prensa de derechas se sobra alegremente
con las connotaciones de su titular
Sólidamente dañados los partidos políticos, la Corona, la unidad del Estado, los derechos más básicos de la ciudadanía… Pues, ¿por qué iban a librarse los sindicatos? Por qué parar, si esto es el patio de Monipodio y no rige otra ley que la de la choricería. Una necesidad práctica de amparo colectivo es privativa de los que hemos desempeñado un trabajo. Eso lo sabemos todos aquellos que hemos trabajado alguna vez por cuenta ajena. No tiene vuelta de hoja, porque si la tiene rige la ley del más fuerte, basculando entre el abuso más desordenado y los desórdenes más abusivos, según lo que toque.

Las masas criticando al gobierno
A mí, como enseñante en activo durante treinta y ocho años, me hubiera gustado, de verdad, sentirme integrado en algún sindicato de trabajadores representativo y tal, que arropara nuestras reivindicaciones laborales, retributivas y por ahí. “Huelga” decir que jamás lo conseguí: primero Paquito “the Dictator” y sus famosos sindicatos verticales (Estado, patronos y obreros, formando parte de la misma organización, con aplicación rigurosa de la ley del embudo). Cuando Paquito se fue a su famoso valle, para morirse colegas: ¡los sindicatos en la enseñanza continuaron siendo verticales! Todo el mundo laboral tenía sindicatos de clase, menos nosotros. Me explico: el timo se llamó “Comunidad Educativa”. Padres, Estado, alumnos y docentes, para que no te enfrentes, todos juntos, en comunión de intereses. Un sindicato de pilotos, controladores y pasajeros, la comunidad aeronáutica, hubiera estado mejor… Aún se me ocurre otra más chistosa, el mismo sindicato para los jueces, abogados, fiscales, funcionarios de prisiones y reclusos, la comunidad penitenciaria. La monda.

Cierto que estuve circunscrito por algunos sindicatos, algunos más peores que otros… La experiencia más cochambrosa, la tuve en USTEC, allá por los ochenta. Cuando les llamé a una oficina que tenían, para consultarles respecto a si me asistía el derecho a ausentarme del Centro para presentarme a exámenes de la UNED, me contestaron que “no estaban allí para resolver problemas personales”, fastuosa respuesta que me dejó sin saber para qué estaban.

La airosa juez
Dejando aparte mis personales batallitas, me parece de singular enjundia la batalla entablada entre la juez Alaya y algunos importantes responsables de UGT y CC.OO. Aquella les ha instruido un expediente que, según airea la prensa de derechas, habla de estafas, falsedad de documentos, apropiación del erario público y lindezas por el estilo. Los comunicados sindicales por su parte, hablan de la restauración del Tribunal de Orden Público Franquista, de métodos dictatoriales y de un proceso-pantomima al sindicalismo democrático. Por otra parte, como la calle es de la izquierda, grupos de militantes se desplazan, tal vez desde sus lugares de trabajo, para increpar a la elegante juez y corear unas cuantas consignas insultantes. Es lo que tiene la izquierda en este país: si el presunto estafador es un “pez gordo”, nos presentamos a la puerta del juzgado para vociferarle nuestra indignación y repulsa. Como en “Alicia en el País de las Maravillas”, la sentencia es lo primero, el juicio vendrá después. En cambio si el encausado es “uno de los nuestros”, la indignación y la repulsa se la lleva el juez, de este modo la justicia no es ciega, sino más bien, estrábica.

Y aquí es donde a un perplejo servidor le urge saber quién tiene razón, o al menos quién la usa mejor. Y mucho me temo que, como ocurre con todo el resto de las nauseabundas tifas que jalonan la convivencia nacional, me voy a quedar una larguísima temporada sin saberlo. Lo que hace particularmente enojoso este caso, es que cualquiera de las dos soluciones da escalofríos.

Admitamos que los sindicalistas están siendo perseguidos: una derecha con todas las bazas a su favor y totalmente envalentonada, ha decidido acabar con ellos. Da miedo pensar que uno tras otro van cayendo reductos de derechos y libertades, de representación y participación, pero así parece ser, así parece que vienen los tiempos… Aunque no me lo acabo de creer. Si yo soy un campeón del capital, es mejor que mis adversarios tengan interlocutores representativos y estén organizados en torno a unas reglas de juego más o menos compartidas (como así ocurre con las actuales organizaciones sindicales), que tener que lidiar, caso por caso, con la incertidumbre: asambleas por aquí, desórdenes y sabotajes por allá, violencia y mano dura por acullá… No sé. Generalmente los poderosos, en los países democráticos actuales, no se comportan de una manera tan obtusa, aunque no descarto que estén aprendiendo.

Admitamos ahora que la denostada juez haya quitado la tapa al cubo de la basura: lo que va saliendo son las gabelas y sinecuras que han estado usurpando unos señores que se decían representantes de la clase trabajadora. Unos fulanos que han dado la vuelta al mito de Robin Hood, despojando a los parados de cursos de formación laboral, para otorgar a los ricos alguna parrillada de marisco adicional. Si la contaminación chollocrática se ha apoderado de las cúpulas de la burocracia sindical, ¿quién socorrerá a unos míseros currantes más desprotegidos que nunca? ¿La iglesia? Pues no te rías, preguntando en las crecientes bolsas de pobreza, no te van a contestar que les dan comida y techo en las “Casas del Pueblo”.

Errare humanum est. En todos los países occidentales modernos hay un potente grado de financiación ilegal en los partidos políticos y un buen muestrario de prácticas mafiosas en las centrales sindicales. En la película “Las invasiones bárbaras” procedente del avanzadísimo Canadá, dirigida por el nada sospechoso de ser reaccionario, Denys Arcand, se nos presenta con sintomática naturalidad la siguiente escena: en un hospital, a un joven ejecutivo le desaparece su portátil, allí mismo acude a la oficina de los representantes sindicales. No saben nada del asunto, así que les ofrece una buena cantidad de dinero. Al día siguiente le llaman porque su portátil “ha aparecido”.

Según UGT, todo está controlado (o casi)
En España se percibe una diferencia muy señalada: aquí se niega la mayor. En lugar de tomar medidas para minimizar tales casos, lo que se hace es negar que tal cosa pueda estar ocurriendo. Lo ha hecho el partido que gobierna, con el caso abierto y supurante de la financiación ilegal, conque ¿por qué iban a ser menos unos pobres sindicalistas que sólo son sospechosos de haber robado unas cuantas gallinas para comer? El atestado es un montaje y, si hace falta, los hechos son un montaje. Un montaje para erosionar su inmaculada imagen. Observemos que no se admiten responsabilidades, ni se hace un intento de saneamiento en institución alguna, ¿para qué, si son perfectas? Don Cándido Méndez lleva tanto tiempo al frente de la UGT, que algunos ya lo confundimos con Abderramán tercero… Renovación, ¿para qué, si nos va tan bien? Aunque haya idiotas que se caen del guindo y piensen que nos financiamos con las cuotas de los afiliados, nosotros vivimos en el país de tocarse los cojones y esperar que lluevan las subvenciones. Y si llueven, pues el agua entra en casa, qué vas a hacer.   

 

domingo, 20 de octubre de 2013

Castillo De Monzón: Vistas Nocturnas

Desde lo alto del cerro de la Alegría, hace ocho días, tomé esta vista del castillo de Monzón, en esa hora entre incierta y mágica en que cae la luz del día y los faroleros del municipio van encendiendo las luces de las calles y la lujosa iluminación que, sobre el cerro de areniscas y arcillas, hace destacar orgullosamente la fortaleza templaria. Seguramente he caído en una ensoñación infantil. Los recortes de hace cincuenta años sustituyeron la afanosa figura del farolero por unas prosaicas células fotoeléctricas que, al declinar los rayos solares, accionan las luces artificiales, o algo así.

 
El 3 de mayo de 1969 el, a la sazón, Ministro de Información y Turismo del régimen, el señor Fraga Iribarne, que luego sería lendakari de Galicia, llegó a Monzón y, dicen, prometió convertir el castillo en un Parador Nacional. La promesa quedó en nada y uno se maravilla al imaginar de dónde hubieran sacado los turistas para ocupar un establecimiento hotelero de tanto pedigrí, porque Monzón, por diversos motivos, no es Pineta ni Teruel. Así, durante bastantes años, el castillo siguió siendo una ruina irredenta, a la que varios porreros ocasionales nos encaramábamos algunas noches de verano, corriendo el riesgo de flipar bien fresquitos.

 
Las posteriores rehabilitaciones y restauraciones se encargaron de poner coto a la degradación de este Monumento Nacional, que es el emblema más reconocible de esta pequeña ciudad del Cinca Medio. A mí particularmente, como fotógrafo amateur, me gusta su aspecto con la iluminación nocturna, que lo engalana los fines de semana y días festivos. Considero que tiene mejor aspecto que a la cruda luz diurna, aunque cuando refleja la luz del atardecer también tiene una apariencia no desprovista de belleza. Aunque su faz nocturna está muy vista, no he podido resistir la tentación de reflejarla aquí. Y en tamaño de fondo de escritorio, toma ya.


 
 
 

viernes, 18 de octubre de 2013

El Peligro De Regalar Unas Gafas

Alguien que conoce mi inclinación por los chascarrillos, me hizo llegar por Whatsapp esta hilarante confusión. Me reí hasta que se me saltaron los puntos y lo transcribo aquí, porque se me olvidará y dentro de una temporada, me volveré a carcajear cuando lo redescubra. Mi hijo el mediano me ha desanimado un poco, lo encuentra viejuno y dice que ya pasaron los tiempos de Pajares y Esteso. Como veis, no le he creído.
 

LAS GAFAS 
Un amigo mío se fue a Madrid en viaje de trabajo, sabiendo que su novia necesitaba unas gafas para la miopía y, encontrando la ocasión de comprarle unas muy bonitas y baratas, entró en una óptica.
Después de ver unas cuantas, se decidió por unas y se las compró...  
La dependienta se las envolvió y él pagó la cuenta pero, al marcharse, en lugar de coger el paquete con las gafas, cogió otro muy parecido que había al lado. El paquete contenía unas bragas que una clienta de la óptica acababa de comprarse en una corsetería.    
Mi amigo, que NO se dio cuenta de la equivocación, se fue directamente a correos y le envió el paquete a su novia, junto con una carta.  
La novia al recibirlo se quedó extrañadísima con el contenido, así que abrió la carta y leyó:
     “Querida María:   
Espero que te guste el regalo que te envío, sobre todo por la falta que te hacen, ya que llevas mucho tiempo llevando las mismas y éstas son cosas que se deben cambiar de vez en cuando.    
Espero haber acertado con el modelo.    
La dependienta me dijo que era la última moda, de hecho me enseñó las suyas y eran iguales. Yo, para comprobar si eran ligeras, las cogí y me las probé allí mismo. No sabes cómo se rio la dependienta, porque esos modelos femeninos en los hombres quedan muy graciosos y más a mí, que sabes que tengo unos rasgos muy prominentes. Una chica que había allí me ayudó también a decidir. Me las pidió, se quitó las suyas y se las puso para que yo pudiera ver el efecto. A esta chica le lucían menos que a la dependienta, porque el pelo se las tapaba un poco por los lados, pero aun así, me pareció que le favorecían muchísimo.
Finalmente me decidí y te las compré. Póntelas y se las enseñas a tus padres, hermanos y, en fin, a todo el mundo, a ver qué dicen.    
Al principio te sentirás rara... acostumbrada a ir con las viejas, y últimamente a no llevar ningunas... pero sobre todo, mira que no te estén pequeñas, si no te van a dejar señal cuando te las quites.                
Ah!! ,y ten cuidado también de que no te estén grandes, no sea que se te caigan cuando vayas andando.              
Para que te sean útiles y resulten más bonitas, me han aconsejado que las limpies muy a menudo.        
Igualmente me recomendaron que tengas precaución con los roces porque se acaban estropeando. Llévalas con cuidado y, sobre todo, no vayas a dejártelas por ahí y las pierdas, que tú tienes la costumbre de quitártelas en cualquier parte. En fin, para que te voy a decir más...Estoy deseando vértelas puestas. Creo que este es el mejor regalo que podía hacerte.         
Un beso...de tu Paco.”
 
 
 
 

jueves, 17 de octubre de 2013

El Gatopardo - Giuseppe Tomasi Di Lampedusa

La historia de Giuseppe Tomasi Di Lampedusa es, muy pero que muy condensada, la de un hombre que tiene una gran historia que contar y la cuenta maravillosamente. Sólo escribió esta novela, que supongo fruto de sus vivencias personales, de su experiencia social y cultural y, sobre todo, de su pertenencia a una clase aristocrática, en declive por obsolescencia histórica, retratada de un modo grandioso en una narración más bien breve, más bien dramática y, sobre todo, ex-qui-si-ta.

El autor
Yo no conozco ninguna novela donde, como en ésta, se aúnen una delicadeza formal, una voluntad literaria y un cuidado de orfebre de la palabra, con una tal claridad, transparencia y sencillez clásicas. De este modo es en extremo rigurosa y asequible, culta y accesible, minoritaria y popular. Cualquiera que sea el nivel del lector, éste queda muy complacido: les encantaba a mi madre y a mi catedrático de Filosofía de la Educación. Además, ahora que está tan de moda la novela histórica, ésta, sin ser de género en sentido estricto, es una cita obligada.

 
De todas formas, para el escritor fue una triste historia. No se trató del genio que se muere de hambre, pues como he dicho se trataba de un miembro de una clase privilegiada, pero pasó por la amargura de no ver publicada su novela en vida. Las principales editoriales italianas (Einaudi y Mondadori) la habían rechazado y Lampedusa falleció en 1957 de un tumor pulmonar, sin saber el monumental éxito de público que la obra iba a cosechar: tras su publicación, entre 1959 y 1960, conoció un sinfín de reediciones, fue traducida a decenas de idiomas y premiada con los galardones más relevantes en Italia y fuera de ella.

Con la crítica literaria, la cosa anduvo más dividida: si bien todos los estudiosos reconocían su rigor literario, la perfección extraordinaria en la forma y la belleza y pulcritud de su lenguaje, las modas culturales del momento, existencialismo y marxismo a la cabeza, dictaron un veredicto que iba de lo tibio a lo decididamente adverso. Bien es verdad que un panegírico, o al menos un canto del cisne, de los valores de la aristocracia liberal e ilustrada, frente a la rapaz burguesía que la sustituyó, no era entonces el más candente de los temas de interés. Y también es cierto que la obra no hace la menor concesión a las vanguardias de su siglo: salvo por algunos detalles de distanciamiento, escepticismo o ironía, parece escrita por un contemporáneo de Stendhal, pero hay quien cree que la belleza es intemporal.

 
La historia de los Salina, una familia noble, algo venida a menos, en la Italia de 1860 es el tema del relato. Garibaldi, al frente de los camisas rojas, va a desembarcar en Marsala. Francisco II, el rey absoluto del reino de Nápoles y las dos Sicilias, de la casa de Borbón, va a ser depuesto en beneficio de Víctor Manuel de Saboya, un monarca de corte constitucional, con el que se unificará Italia y las milenarias castas nobiliarias perderán sus privilegios. Don Fabrizio, el último “Gatopardo”, príncipe de Salina, agudo aristócrata y prestigioso científico, ve que los tiempos en que todos inclinaban la cabeza con un respetuoso “excelencia”, están tocando a su fin. Su sobrino y ahijado, Tancredi, percibe que ha de unirse a los rebeldes garibaldinos porque “si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”, (¿nos suena, verdad?) Tras la fiebre revolucionaria, Tancredi recogerá los frutos de su hábil cambio de camisa. Se casará con la rica y hermosa Angélica, en detrimento de su prima Concetta, hija de don Fabrizio, con la cual su futuro político hubiera corrido riesgos por falta de dinero. En cambio Angélica es hija de don Calogero Sedara, un acaudalado miembro de la ascendente clase burguesa. Don Fabrizio opina que los gatos salvajes (como él) serán sustituidos por chacales (como don Calogero) y debe situar a su sobrino Tancredi, a quien quiere más que a sus hijos, en una situación ventajosa en el mundo que se avecina.  

Más allá de la historia, la novela es un poderosísimo tapiz, con un retrato colectivo de un pulso impresionante por lo certero, donde puedes pasear la vista por la decadencia de la aristocracia, su pérdida de poder, influencia y privilegios, el despilfarro de sus patrimonios en ruinas, que se lleva a cabo en ostentación, en rutilantes fiestas y bailes. También se pintan con vivos colores la vida rural en la Sicilia de 1860, la caza, la violencia en una tierra irredenta, el oscurantismo, la influencia de la iglesia, las intrigas, la vida sentimental en el postromanticismo, el tedio de la estrecha convivencia en círculos sociales cerrados, la miseria y el atraso seculares, todo en un clima inmisericorde, seco y abrasador. La combinación de lucidez, escepticismo y amargura no deja el menor resquicio a la esperanza.

 
Los dos capítulos finales son desgarradores. En el penúltimo, con un salto narrativo de veinte años, se narra la muerte de don Fabrizio con unos tintes tales que parece el final de toda una época, que se despide con una solemnidad y una tristeza inenarrables. Pero es el octavo y último el que ahonda en la desgracia y la futilidad de todos los destinos humanos: ya estamos en 1910 y las hijas de don Fabrizio son tres octogenarias, solteronas beatas, que han dilapidado el último rescoldo de su patrimonio en adquirir reliquias sagradas, por lo demás, falsas. Todos los tibios esplendores del pasado, las ambiciones, las esperanzas, se han finiquitado. Concetta no ha podido superar el desengaño amoroso que le produjo su primo Tancredi que, por lo demás, lleva años muerto, polvo al polvo, ceniza a la ceniza…

Más famosa que el libro se hizo la película, dirigida por Luchino Visconti, que se estrenó en 1963 y que tuvo en su época un portentoso éxito de público, gracias a su popular reparto: nada menos que Burt Lancaster, como don Fabrizio; Alain Delon, como Tancredi, y Claudia Cardinale, en el vértice de su sensualidad y belleza, como Angélica.
 
Burt Lancaster encarna al príncipe Salina, ¡qué clase!
La película, con un metraje que alcanza las 3 horas está, como casi todas las del cine italiano de aquella época, a mi modo de ver, un tanto sobrevaluada. No quiero decir que no sea buena, sino que no lo es tanto como su fama acredita, ni como el libro le hubiera permitido. Para las costumbres de visionado de hoy es lenta y larga y en algún momento (el baile final) roza el aburrimiento (pretende describir el tedio de la farragosa vida social y lo comunica de veras al espectador).
 
Alain Delon, el ambicioso ahijado del príncipe
Se ciñe mucho a la novela e, inexplicablemente, no transmite con fidelidad las emociones que ésta crea. Los detalles externos son recreados con morosidad y, sin embargo, el pathos de los protagonistas es levemente alterado: acaso retrata con fidelidad príncipe Salina (aunque no lo presenta como un destacado científico, Visconti se fiaba más de Marx que de Veblen). Los demás, un desastre, Tancredi (Alfonso, en la película) es un pan sin sal. Cuando Lampedusa lo describe, dice: “acaso no sea posible obtener la distinción, la delicadeza, la fascinación de un muchacho como él, sin que sus mayores hayan dilapidado una docena de grandes patrimonios. Al menos en Sicilia esto es lo que sucede”, pues bien, esto en la película no aflora por ninguna parte, el guaperas de Alain Delon, no lo transmite. En cuanto al jesuita, al padre Pirrone, no es presentado como un religioso culto y despierto, sino como el cura burda y puerilmente caricaturizado, típico de las películas italianas dirigidas desde una ideología izquierdista, que aquí da para pocas delicadezas.
 
Tancredi corteja a la sensual Angélica (Claudia Cardinale)
En general, hay mucho boato, mucho figurón, una sobredosis de purpurina y gran parte de la sutileza del relato se ha perdido. Considero la película un tanto fallida. No me gusta ni la iluminación de interiores, que es muy poco natural, ni los abundantísimos y largos planos generales que pretenden emular y darle una consistencia como de pintura histórica, sacrificando a cambio el ritmo narrativo que es muy moroso. El vestuario es magnífico y las lectoras del Hola lo contemplaron arrobadas. Las escenas de acciones guerreras son de las menos convincentes de la película y, por si fuera poco, son innecesarias. Además sólo alcanza a seis de los ocho capítulos del texto que la sustenta.
 
Hay conveniencias sociales y mucho amorrr
Yo creo que el gigantesco éxito que cosechó, se cimenta en la magnífica interpretación de Burt Lancaster. Si no conoces ni el film ni el libro, decántate por el segundo, es más entretenido y todo. Y no resisto, como despedida, la tentación de transcribir dos largas citas de esta obra maestra de la narrativa del siglo XX:

Primero, la descripción de una escena de caza:

“A los pocos instantes un culito de pelos grises se movió entre las yerbas, dos tiros casi simultáneos pusieron fin a la silenciosa espera. «Arguto» depositó a los pies del príncipe un animalillo agonizante. Era un conejo: la modesta casaca de color de arcilla no había bastado para salvarlo. Horribles desgarraduras le habían lacerado el hocico y el pecho. Don Fabrizio sintió sobre sí la mirada de los grandes ojos negros que, invadidos rápidamente por un velo glauco, lo contemplaban sin reproche pero poseídos por un dolor atónito dirigido contra el orden de las cosas. Las aterciopeladas orejas estaban ya frías, las vigorosas patitas se contraían rítmicamente, símbolos supervivientes de un inútil impulso: el animal moría torturado por una ansiosa esperanza de salvación, imaginando poder todavía librarse cuando ya había sido apresado, como tantos hombres. Mientras los piadosos pulgares acariciaban el mísero hocico, el animal tuvo un postrer estremecimiento y murió. Pero don Fabrizio y don Ciccio habían tenido su pasatiempo. El primero había experimentado además del placer de matar el goce tranquilizador de compadecer.”

Un plano general de banquete
Y ahora la escena del final del baile, con la que termina la película, que no el libro:

“El baile continuó todavía durante mucho rato y dieron las seis de la mañana: todos estaban agotados y desde hacía por lo menos tres horas hubiesen querido encontrarse en la cama. Pero irse temprano era como proclamar que la fiesta había sido un fracaso, y ofender a los dueños de la casa que, los pobres, se habían tomado tantas molestias. Las caras de las señoras estaban lívidas, los trajes marchitos, las respiraciones pesadas. «Virgen santa, ¡qué cansancio!, ¡qué sueño!» Por encima de sus corbatas en desorden, las caras de los hombres eran amarillas y estaban arrugadas, y las bocas llenas de amarga saliva. Sus visitas a un cuartito reservado, al nivel del estrado de la orquesta, se hacían cada vez más frecuentes; en él estaban colocados ordenadamente una veintena de grandes orinales, llenos casi todos a aquella hora, algunos de los cuales se habían desbordado. Advirtiendo que el baile estaba a punto de terminar, los criados amodorrados no cambiaban ya las velas de las lámparas: los cabos de velas expandían por los salones una luz difusa, humosa, y de mal agüero. En la sala del buffet, vacía, había solamente platos desmantelados, copas con un dedo de vino que los camareros se bebían apresuradamente, mirando en torno suyo. La luz del alba insinuábase plebeya por las rendijas de las ventanas.”

Un plano general de baile
Esplendor y miseria.
 
 

lunes, 14 de octubre de 2013

Un Nuevo Parque Y El Metro De Monzón

Hace cuarenta años, cuando empecé a trabajar en Monzón, había, corrígeme si me equivoco al contar, un parque en el pueblo (1). Para una población de catorce mil habitantes, era una dotación un tanto escasa, incluso para los criterios de la época. Tal parque estaba (y está) situado en la plaza Aragón, junto a la Carretera N-240 y era (y es) vulgarmente conocido como el “parque de la Churrería”.

Con el advenimiento de los ayuntamientos democráticos, la situación mejoró espectacularmente. En pocos años, el número de parques se quintuplicó y, ahora mismo, no sabría decir la cifra total de parques y parquecillos que alberga esto que ya se ha convertido en la segunda ciudad altoaragonesa.

Pero una cosa es inaugurar parques, que no deja de tener su mérito y otra muy distinta (y mucho más meritoria), conseguir que pueda diferenciárseles de otros espacios, como descampados, vertederos o solares abandonados. Asignar recursos al mantenimiento, parece ser la asignatura pendiente, frente al deterioro producido por la intemperie, la vandalización o el simple paso del tiempo.

Por tanto no deja de congratularme, a la par que me inquieta un poco, el acondicionamiento de un nuevo espacio público en el barrio de la Jacilla, un pequeño parque recién rediseñado, flamante, que propone un más original que acertado trampantojo: el fingimiento de que esta pequeña comunidad se ha dotado de ferrocarril metropolitano o, abreviadamente, “metro”. Lo cual no deja de ser un sarcasmo, teniendo en cuenta la imparable mengua que el ferrocarril no metropolitano viene sufriendo en los últimos tiempos, aunque no importa, hacemos como que tenemos “metro” y así los de Barbastro se mueren de envidia.

 
Un examen más detenido, permite determinar que no se trata de líneas de “metro”, ni siquiera en proyecto. Son propuestas de paseos, en bicicleta o a golpe de calcetín, que nuestro inefable concejo propone a la ciudadanía. Se adjuntan las distancias en metros y los tiempos estimados, calculados para un vecino con un grado de entrenamiento físico medio. Incluso es posible, extremo que no me he molestado en verificar, que, tal vez de cara al imaginario turismo, los itinerarios hayan sido parcialmente señalizados o balizados, la fantasía de algunos de nuestros gestores públicos, como se sabe, no tiene límites. No quisiera desanimar al eventual paseante, pero alguno de los paseos es un poco peligroso (en bici, todos). Un peatón que acometiera la “línea 4” (en verde), habría de disponer de tres “vidas”, como en los videojuegos, ya que al cruzar el Cinca por el puente de la carretera general, sin ningún acondicionamiento para viandantes, podría ser arrollado no menos de dos veces… En fin, más atrevidos fueron Orellana o Núñez de Balboa.

La placeta que alberga el nuevo parque está en el cruce de las calles San Francisco y Santiago. En un breve lapso de tiempo ha pasado de ser un solar vallado a lo que veis en las fotos. Tuvo un breve estado intermedio en el que, aprovechando hallarse el terreno cercano a la residencia de ancianos, se instalaron dos flamantes aparatos gimnásticos de esos que invitan a los pensionistas a combatir el entumecimiento, la rigidez y la artrosis, mediante completos y estudiados ejercicios físicos, adaptados a su idiosincrasia y necesidades, y tendentes a mejorar su calidad de vida, si bien es verdad que, pasando por allí diariamente, jamás vi a un abuelo hacer uso de ellos, así que los quitaron (dicen las malas lenguas que los llevaron al aeropuerto de Huesca-Pirineos, aunque este extremo no ha podido ser verificado).
 

Los inconvenientes de este parquecito de La Jacilla aparentan ser los habituales en las dotaciones al aire libre en Monzón. Por un lado las inclemencias del clima: tal como está orientado éste, puede ser más agradable pasar las tardes de verano en un microondas en funcionamiento que en los bancos de la foto, al menos en tanto no medre el arbolado. Por otra parte, al estar abierto al oeste, los numerosos días de cierzo le depararán, al que se siente aquí a leer el periódico, que éste se le volatilice, o incluso se le desintegre.
 

Por otro lado, el hecho de que en los medios nos llamen ciudadanos y en la escuela nos eduquen en valores, nos impartan un programa de “Educación para la Ciudadanía” y hasta nos den el carnet de recicladores, de ninguna manera parece impulsarnos a cuidar mínimamente el patrimonio común. Observemos la foto que acredita que la noche de la víspera del Pilar se celebró aquí un “pizzallón” y, aun sin alcohol, fueron capaces de dejarlo todo hecho un estercolero. Acredito que el contenedor está allí mismo, a pocos pasos. No escapará al observador más diligente que la cofradía de los empuerkamuros ya ha señalado con una diminuta “R” azul su próximo objetivo. O mucho me equivoco, o en unos días este muro perderá su decoración original para adquirir otra más espontánea y descuidada. Un amigo mío se quejaba de que la policía urbana es más aficionada a caligrafiar sobre los coches mal aparcados, que a “apatrullar” echando un ojo preventivo a algunos desmanes muy recurrentes. Pero yo creo que la cosa no tiene remedio, puede que el cumplimiento del deber esté ya sólo al alcance de los barrenderos municipales.
Que lo cumplen, doy fe. Hoy en el parque había menos detritus y eran nuevos. Los viejos, ya los habían retirado. 
 
 
  

jueves, 10 de octubre de 2013

Entusiasco Cumple Un Año

El miércoles, 10 de octubre de 2012, me propuse aliviar de mis sempiternas audacias verbales a la sufrida peña que me rodea y volcar mis interminables disquisiciones en una bitácora. De este modo, desistiría en parte de dar la brasa a aquellos a los que la proximidad les permite conocerme lo suficientemente bien como para hacerme ningún caso, dejando además abierta la posibilidad de purgarme de demonios, manías e inquietudes, en un lugar donde serían más inocuas: el que no quisiera, no lo iba a leer.

Doce meses, 180 entradas y 12.563 visitas más tarde, puedo decir que el tiro me ha salido por la culata: hay gente decidida a soportarme, lo cual debería propiciar que sea algo cuidadoso con las cosas que escribo, mitigando mi naturaleza gamberra, ramplona y deslenguada.

Huelga decir que no pienso hacerlo: me encomendaré al sabio emir Abdelupanar VI, a quien dios guíe certero hasta el esfínter de sus súbditos, para continuar, durante al menos 1001 noches más, con cuentos salaces, procaces y mordaces. O recomendaré establecimientos como el Bar-Restaurante “La Escupidera” o la Coctelería “El Inodoro”. O insistiré con el activismo político, promoviendo el despilfarro solidario, el mamoneo sostenible, la ONG “Limpiabotas Sin Fronteras” o la campaña “Comprometidos con la Indiferencia”. También puedo dedicarme a propalar rumores falsos y declaraciones inventadas, como esta de Uxué Lantxas: “nunca hemos apoyado ni enaltecido la gestión del conflicto que dictamina ETA pero, desde luego, la comprendemos y la azuzamos”. En fin, que las posibilidades son variadas y aterradoras.

El camino sigue (puente sobre el río Ara)
Lo que sí tengo decidido cambiar, cuando acabe de leer el libro “Blogger para torpes”, es la cabecera y la disposición del blog, para estar más al día dentro de la corriente informática en la que se muestran pantallas atestadas, con mayor grado de complejidad, saturación y retorcimiento, en pos de un mayor compromiso con la ineficiencia, la inoperancia y el ruido mediático en general.

Retiro, ya desde hoy, los datos personales de mi perfil, que no encontré modo de que cupieran completos y con un diseño decente en el margen cuando lo intenté, cosa que soluciono hoy fijándolos y enterrándolos en esta entrada-mausoleo. Ahí van, entre comillas:

“Himphame nació en 1953 en la pequeña ciudad episcopal de Jaca. Sus padres le pusieron Víctor y sus compañeros de clase “Pinchaúvas”, “Gregorié” y “Cuatrojos”. Ahora vive a caballo entre Monzón y La Higuera, disfrutando de la nacionalidad altoaragonesa (de inminente reconocimiento).

De pequeño, quería ser futbolista, pero era tan malo que sólo le dejaban jugar cuando era el propietario del balón y entonces únicamente en la demarcación de medio estorbo.

De joven fue moderno y comprometido, quiso ser artista y probó fortuna con casi todas las musas, pero ninguna se dio por aludida. Probó a pintar cuadros, escribir poemas, componer música, jugar al ajedrez, hacer teatro y extraer cerumen de sus conductos auditivos.

Finalmente de mayor fue maestro de primaria, profesor de secundaria y cantamañanas. Ahora quiere ser enidad y no quiere ser vidumbres.

Le gusta la música, los cigarrillos, la literatura, las matemáticas, caminar, el café, las bicicletas, los chascarrillos, el cine, el ajedrez, la familia, los ordenadores, la montaña, dar la brasa, el fútbol, las fotografías, el whisky, los paisajes rurales, el boxeo y la pintura del siglo XIX.

No aprecia las aglomeraciones, la intolerancia, la Fórmula 1, la ópera, los perros, los nacionalismos (incluido el español), la televisión, los mosquitos, el flamenco, lo políticamente correcto y las jotas navarras.”

Quién no será enterrado antes de tiempo

A estas tonterías que, a mi pesar, me retratan, añado una foto actual que sería más idónea para figurar en el perfil. Ahí va:

 
Soy consciente de que a este blog aún no pueden quitársele los pañales (tras un año), aunque me esforzaré en su desarrollo y mejora. Reitero mi intención de publicar menos: con la edad que tengo y la vista que me queda (< 10% de AV) no puede ser de otro modo. Y reitero también mi más sincero agradecimiento a todos los visitantes (habituales y casuales) y, sobre todo, a todos los que me insertan sus comentarios. GRACIAS.
 
Un añito, una vela.
Un barco de vela
 
 

martes, 8 de octubre de 2013

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles 13

8.                          DON GREGORIO ME ENCARRILA

Ni por asomo se les había ocurrido en mi casa que el vástago menor de una familia proletaria e iletrada hubiera de convertirse en un bachiller. Tenía, eso sí, la cabeza yo llena de pájaros, comía letras y cenaba números, llevaba siempre un libro a un palmo de la jeta que, para ellos, era un simple obstáculo a mi visión, un estorbo que me impedía usar las manos en tareas más útiles. Pero ya se me pasaría la ventolera y, a lo mejor, un día dejaba de ser un redomado inútil y me buscaba algo de provecho, como mi hermano el mayor, que trabajaba en un taller, donde arreglaban motos y bicis, de mecánico.
 
 - No sé qué haremos con este pequeño. – Decía mi padre sin molestarse en ocultar ni su repugnancia hacia mí, ni su pestilente aliento. – El mayor salió hace un par de años de la escuela con las cuatro reglas, vamos, lo justo, y ya está ganándose la vida como un hombre en el taller del Severino, que me le da doscientas pesetas a la semana, más de lo que gana un sargento chusquero. Y este gusarapo, que tiene más leyes que un notario, no va a servir ni para tonto del pueblo. Desde luego, no ha salido a mi familia.

Mi padre omitía decir para lo que había servido él y yo me guardaba muy bien de recordárselo. Además, el muy vivo, sableaba sin miramientos a mi hermano, más de la mitad del sueldo de éste se convertía en “anticipos”, que mi padre se había anticipado a beber, trasegando sin tregua en la barra de cualquiera de los ciento cincuenta bares que daban esplendor a “la Perla del Pirineo”. Esta relación parasitaria y no otra cosa era lo que desencadenaba los elogios de mi padre hacia su vástago el mayor.

De mi hermano Rosendo, que era un cabrito en vías de rápido desarrollo, tendré ocasión de hablar más adelante. Volviendo ahora a lo de mi ingreso en el bachillerato, propiciado por don Gregorio, mi mentor, mi mecenas, mi auténtico tutor, el cual era considerado por los de casa como “un señor muy bueno” que le había tomado cariño “al besugo este”, lo que, entre paréntesis, denotaba que era algo panoli, el tal señor.

Y el tal señor, un día que iba tan elegante que hasta chaleco se gastaba, bajo la americana gris con la que consuetudinariamente embutía lo que más certero fuera llamar hemisferio que barriga, se dejó caer por nuestra casa humilde y pobre como pocas.

Cloc, cloc, hizo el llamador de la puerta, pues en nuestra morada, la energía eléctrica no había sido puesta todavía al servicio de las visitas, y una pesada mano de latón sostenía una pesada bola de latón que, al golpear sobre un remache de latón enclavado en el paño de la puerta, hacía cloc, cloc, y entonces sabías que venía un cobrador y tenías que salir a decirle que tu mamá no estaba en casa, que no sabías cuándo iba a volver y que si quería dejar algún recado. El hecho de saber que se trataba de algún cobrador no presuponía ningún mérito detectivesco: en aquella época confiada, el pestillo de la puerta, la llave, o ambas cosas, estaban siempre por fuera y una genuina visita solía servirse ella misma de abrir, asomándose y gritando a voz en cuello:

 - ¡Nacletaaa! ¿Se pué pasaar?

Por tal motivo, el día de autos (don Gregorio había venido en coche), salí a abrir la puerta y solté a bocajarro:

 - ¡Mi mamá no está en casa! ¡No me ha dejau dicho cuándo golverá! ¡Si quié ustez dejar algún recau…!

Don Gregorio, apabullado por este despliegue de cazurrería, se limpió la saliva que la andanada le había dejado sobre los belfos y yo me quedé patidifuso.

- Don Gre… Don Gri… ¡Don Groguerio!

 - Hola chaval, ¿cómo va eso? – Y después de una pausa: – Hay veces que no acierto a explicarme cómo eres tan despierto, ¿cómo demonios sabes que venía a hablar con tu madre?… Vaya, pero si no está… Lo mismo puedo pasarme otro rato; es que me parece que lo que he de decirle es algo importante. Tendría que entablar una conversación bastante seria y puede que un poco larga con ella, no es algo que me puedas solucionar tú. Bueno, como no está, ya me daré una vuelta más tarde.

 - No… Sí, digo sí que está, acaba de volver ahora mismo, hace un momento y…

 - Bueno, pues entonces… ¿Puedo pasar?

 - Ha vuelto como de repente, sin yo darme cuenta y no sé cómo habrá entrado, porque no ha hecho nada de ruido…

Como un solípedo cabezota, empeñábame yo en darle explicaciones al buen señor y, en éstas, no me apartaba de la puerta, para que su sólida humanidad penetrar pudiera en el humilde recinto que nos albergaba. También me daba una vergüenza espantosa el que se apercibiera de la precaria rusticidad de nuestro patrimonio, enseres, mobiliario y ajuar.
 
Transcurridos un par de embarazosos minutos, don Gregorio abortó un gesto de impaciencia y cambió de estrategia.