viernes, 10 de enero de 2014

Babel - Alejandro González Iñárritu

Tres películas por el precio de una. Y las tres, más que buenas, extraordinarias. En algo más de dos horas y cuarto, a veces trepidantes, a veces remansadas, se dibuja en “Babel” el destino de cuatro grupos de personas, pertenecientes a cuatro culturas diferentes, esparcidas por tres continentes distintos. Un hilo azaroso y dramático ensarta y va hilvanando, de Marruecos a Japón, de Estados Unidos a Méjico, la aventura vital de unos personajes aturdidos por sus conflictos, a los que la cámara mira con una desgarrada ternura, con una estremecedora emoción, con una palpitante complicidad, retratados en trances que les resultan, más que duros, abrumadores.

 
Muy a menudo, no entiendo la velocidad con la que los medios de comunicación introducen y descartan, en una actualidad vertiginosa, los productos, los logros, las propuestas culturales, los escándalos y otras polvaredas… Para cuando te quieres dar cuenta, el foco ya está en otro lado y todo el mundo ha dejado de atender a lo que, unos instantes atrás, se hacía acreedor a la máxima expectación. Esta película tiene apenas ocho años, un periodo de tiempo muy malo: pasó de moda, ya no es de actualidad… y faltan, al menos otros diez, para que se la empiece a considerar un clásico del cine, o sea rescatada como una obra maestra.
 
En su día, quizá ya nadie lo recuerde, causó un considerable revuelo, incluso un cierto escándalo, al tratarse de una propuesta que atiende poco a la corrección política. Los nuevos censores la tacharon de etnocentrista, de racista o de dar una visión despectiva de la pobreza, con un tono peyorativo y denigrante para los países emergentes. Por otra parte, el hecho de tratarse de una cinta ambiciosa hasta rozar la pretenciosidad y de mostrar una elevada complejidad formal, hizo que la crítica norteamericana la acogiera con una frialdad rayana en el desprecio.

Afinando la puntería
Cuando la vi hace unos años, me gustó, aunque algunas cosas me quedaron poco claras y hubo bastantes detalles que no advertí. La he vuelto a ver esta semana, en formato DVD, y me ha parecido una película monstruosa, inmensa, una especie de representación completa del cosmos que habitamos, que da para reír y llorar, alegrarse y sufrir, en un tumultuoso tapiz lleno de furia y vitalidad, probablemente una de las obras más intensas que pueden verse en una pantalla.

...Y dio en el blanco
La acción comienza en un Marruecos árido y montañoso. Abdullah compra un fusil para espantar a los chacales y que no se coman a sus cabras. Sus hijos son traviesos e inconscientes. Yussef, probando el fusil de su padre para ver el alcance que tiene, dispara desde un cerro sobre un autobús, hiriendo accidentalmente a una turista americana. Este hecho fortuito, fruto de la irresponsabilidad, desencadenará, como una piedra arrojada a un estanque, una onda expansiva de consecuencias globales…
 
Richard (Brad Pitt) y Susan (Cate Blanchett) son una pareja de turistas norteamericanos en viaje por Marruecos, decididos a superar el trauma de la pérdida de un hijo y reencontrarse sentimentalmente. Ella es la persona herida por la bala del fusil. Pierde mucha sangre y el hospital está a cuatro inalcanzables horas de viaje. La desesperación se instala en ellos, mientras su gobierno, el norteamericano, se obstina en denunciar un ataque terrorista. Los otros dos hijos pequeños de Susan y Richard se han quedado en Estados Unidos, a cargo de Amelia, una robusta y amable niñera mejicana.
 
Debido al dramático incidente, los padres de Debbie y Mike, que así se llaman los niños, se retrasan y el tiempo corre en contra de Amelia, cuyo propio hijo se va a casar en Méjico. No tiene con quién dejar a los niños, así que ¿qué hace? ¡Se los lleva a Méjico a la boda de su hijo! Cuando ésta concluye, vemos que es más fácil salir de Estados Unidos que volver a entrar: tienen problemas en la frontera del Primer Mundo y una alocada huida los llevará a extraviarse en el desierto…
 
Amelia, una niñera prodigiosa
Un tercer hilo argumental enlaza con Chieko, una hermosa adolescente japonesa a quien el hecho de ser sordomuda y el trauma de haber perdido a su madre que se ha suicidado, sumen en la marginación, la desesperanza y una frágil perplejidad. La animosa Chieko se pasa toda la película salida como una gatita en celo, intentando seducir sin éxito a los jovencitos de su edad, a un dentista y a un detective de policía que está indagando la procedencia de un fusil. Un fusil que era del padre de Chieko, el cual se lo regaló, tras una cacería a su guía marroquí. Que se lo vendió a Abdullah. Y sí, aquí se cierra el círculo que relaciona a tan dispares personajes.
 
Siento haberte chafado el final, pero es que no hay tal: en la cinta se van contando las tres historias en un abigarrado puzzle y con una inexacta coincidencia temporal. Digamos que no se narran sincronizadas y que hay un cierto desfase… Si vas a enfrentarte a tanta complejidad, conviene que vayas sobre aviso. Un ejemplo: verás una emotiva conversación telefónica entre Mike y su padre, Richard. La verás desde ambos extremos del hilo ¡y separada, en la película, en dos secuencias distantes más de una hora de lapso!

Pero, aparte del fondo, que versa sobre las abismales diferencias y las impredecibles interrelaciones que hay entre todos los mundos que conforman nuestro mundo, los aspectos formales de la película, como espectáculo visual, son insuperables. Hay momentos donde el abigarrado montaje y el maravilloso colorido hacen desfilar el esplendor emocionante del mismísimo palpitar de la vida ante nuestros ojos, casi prohibiéndoles parpadear. Yo me quedo con dos secuencias de espléndido dinamismo: la boda en Méjico y la tarde/noche de fiesta en Japón.

En la boda mejicana del hijo de Amelia, la plasticidad de los planos, su vivacidad, su ambiente festivo un poco despendolado, los tempos del baile, los niños correteando en libertad, la novia hundiendo sus mejillas en la tarta, los momentos de coqueteo y romanticismo, configuran un todo espléndido, vitalista y emotivo, un prodigio de montaje. Algo vibrante y cautivador, antesala del drama que van a vivir Amelia y los niños norteamericanos, en su azarosísimo regreso a casa.

Esta novia está comestible
No exactamente paralela, con algunas pastillas y un poco de alcohol, y tras deshacerse de sus bragas en un lavabo, Chieko en su fiesta urbana, con sus jóvenes amigas y amigos japoneses, se muestra en un abigarrado caos de planos, que culmina en una multitudinaria discoteca, donde asistimos al siguiente experimento cinematográfico: alternamos entre fuera y dentro de la mente de Chieko, momentos de estruendo musical, entreverados de momentos de denso silencio e incomunicación. Muy fuerte.

Chieko se columpia
2006 fue sin duda un buen año para la creación cinematográfica: “La Vida De Los Otros”, “Infiltrados”, “Pequeña Miss Sunshine”… “Babel”, la película que nos ocupa, estuvo nominada para 7 Oscars, pero al final solo obtuvo uno, el de mejor banda sonora original, gracias a la música de Gustavo Santaolalla, de corte “étnico”, cuya expresividad subraya los numerosos momentos emotivos (de buena ley y sin trampas) del film.
 
También merecieron una mención especial el magnífico (y complejo, repito) guion original del escritor Guillermo Arriaga y la dirección de González Iñárritu, cuya batuta hace brillar a los actores, a las estrellas consagradas y a los de reparto. Aparte de los árabes, cuyas dramatizaciones son espléndidamente “naturales”, quiero yo apuntarme aquí dos actrices conmovedoras en particular: Adriana Barraza, en el papel de Amelia, la niñera (de lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso, pero ella está sublime, sin tropiezos) y Rinko Kikuchi, en el difícil papel de la joven atormentada y sordomuda, Chieko, de la que aún ando un poco enamorado (cuando vea “Pacific Rim”, igual se me pasa).

Y el montaje. El montaje, repito una vez más, es soberbio (es el “plus” de esta película, lo que la hace vibrar en otra dimensión).

 
 

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