jueves, 13 de marzo de 2014

Llano De La Paúl en Jaca

Acabo de encontrar (buscando en el baúl de los recuerdos) tres imágenes que ilustran una curiosa historia de amor por un paisaje, cuando, en mi juventud me esforzaba por tener sensibilidad artística y otros adornos del espíritu de difícil acceso para los pobres.

El caso es que ejercía la costumbre, viviendo en Jaca por aquél entonces, de subir algún que otro verano, a la cima de la Peña Oroel, excursión que recomiendo a propios y extraños, pues hay muy pocas que puedan compararse en relación calidad-precio: por un esfuerzo razonable, accedes a un lugar espléndido cuyas vistas son impresionantes, un mirador privilegiado frente a los Pirineos. Actualmente se suele subir en coche, por pista asfaltada, hasta el Parador de Oroel y de ahí a la cima de la Peña se tarda una hora y media por camino bien trazado en un bosque de ladera, con pendientes razonables… Pero en mis tiempos de mozalbete, lo de ir en coche, nanay, así que te tenías que “chupar” la aproximación desde Jaca a golpe de calcetín y la cosa se ponía en tres horas y media por el camino de Barós que, a cambio, era muy grato y entretenido.

La foto del llano de La Paúl
Aquí quería llegar: conforme ibas ganando un poco de altura, quedaban, a tus pies, diversas panorámicas de lo más variado. A mí, que soy muy árido, me gustó ésta, que llaman por allí “el llano de La Paúl”, una extensa planicie con campos de cereal, poblada por algún árbol aislado y donde las lindes son, con frecuencia, barrancos muy erosionados y badlands. Para inmortalizar el flechazo, le hice una foto con una Werlisa Color o una Kodak Instamatic, populares y baratas cámaras que ponían entonces la fotografía al alcance de los bolsillos más deprimidos. Eso sí, como puede apreciarse, la calidad de imagen era bastante casposilla. Además tiene manchas de pintura en la esquina inferior izquierda porque…

El primer cuadro
Luego, como por aquél entonces, yo era un artista plástico, paisajista por más señas, la llevé al lienzo (aquellos económicos Taker) en la galería de mi casa, donde puede verse sobre el caballete el cuadro terminado. No creo haber pintado ninguno que me dejara tan satisfecho: creía haber captado y transmitido la emoción que la contemplación de este paisaje me había producido a mí. Y, claro, ese era el objetivo que, como paisajista, me proponía siempre y rara vez conseguía. No recuerdo a quién lo vendí o regalé y hoy no tengo ni idea de dónde puede estar. Se busca. Como los perritos perdidos.

El segundo cuadro
Pero no paró allí la cosa. Años después y, tomando como modelo la misma fotografía, volví a intentarlo, aunque esta vez el resultado no me convenció y no por aquello de que nunca segundas partes fueron buenas, pero el caso es que el paisaje y yo no vivimos otra vez el mismo idilio y eso creo que se nota. Pese a todo, el cuadro tuvo suerte y ganó el premio local en un concurso de pintura que hacen (¿o hacían?) en Monzón para las fiestas de San Mateo. Quizá aún debe rondar por alguna dependencia municipal o está arrumbado cogiendo polvo y telarañas en algún desván (en el de los Sueños No Realizados). Sé que la historia puede parecer algo insulsa pero hoy, como digo, al toparme con las tres imágenes, me ha parecido que tenía algún significado, así que la consigno aquí.

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