domingo, 3 de agosto de 2014

La Espuma De Los Días - Michel Gondry

Boris Vian es uno de mis escritores preferidos. Leí varias de sus novelas y relatos siendo muy joven y “El otoño en Pekín”, “La hierba roja” y “La espuma de los días” forman parte de los placeres de lectura que me dispenso cada cuatro o cinco temporadas. Por otra parte, Michel Gondry me parece un cineasta original e interesante, que me ha deparado sorpresas tan placenteras como “¡Olvídate de mí!” o “La ciencia del sueño”. El año pasado chocaron en el firmamento estas dos estrellas y ¿qué resultó? Pues una película que no han podido ver mis cansados ojos hasta hace poco y a la que le tenía unas ganas locas. Algo así como la impaciencia ante la noche de bodas.

No sé si “La espuma de los días (L’écume des jours)”, dirigida por Michel Gondry, estaba destinada a ser una película minoritaria o a pasar desapercibida, pero así ha ocurrido, en nuestro país al menos… Siendo, como era de esperar, singular y atrayente, hay algo en ella que no acaba de funcionar. ¿Es una obra difícil de entender? No hay nada que entender: es como la vida misma, un tanto divertida y emocionante al principio y luego absurda y dramática.

Cartel
¿Cuál ha sido el problema, pues? Está interpretada por la plana mayor de lo mejorcito del cine francés (que es mucho decir), está basada en un “libreto” de campanillas (la novela de Vian) y dirigida con unos recursos y una imaginación desbordantes… Y, sin embargo, no acaba de convencer, no impacta, no emociona, al menos, no en la medida de los ingredientes que se han utilizado para cocinar este extraño y difícil plato. Trataré de analizar y desentrañar qué me ha gustado en la película (muchas cosas) y qué era lo que me chirriaba (muchas cosas, también). Es difícil, porque en algunos aspectos de “La espuma de los días” andan aciertos y errores muy entreverados.

Para empezar el guion es muy muy fiel al libro. Los aconteceres en la película calcan minuciosamente lo narrado en la novela, con una salvedad: el tono. En la obra literaria todo es más surrealista, frívolo, iconoclasta e informal (y tiene mayor erotismo). Este contexto, al desequilibrarse hacia la hecatombe final, hace que resalte más el aspecto trágico y desgarrador de los otrora simpáticos destinos de los protagonistas. La película, que visualmente es excepcional, que monta un espectáculo impactante en cada secuencia, no acaba sin embargo de salir de un ritmo cansino, en el que los actores parecen proceder de forma rutinaria y profesional, sin destilar excesiva chispa ni emoción. Es como si no “se creyeran” la historia. Una historia de la que el propio autor, Boris Vian, escribe, a modo de prefacio:

“En la vida, lo esencial es formular juicios a priori sobre todas las cosas. En efecto, parece ser que las masas están equivocadas y que los individuos tienen siempre razón. Es menester guardarse de deducir de esto normas de conducta: no tienen por qué ser formuladas para ser observadas. En realidad, sólo existen dos cosas importantes: el amor, en todas sus formas, con mujeres hermosas, y la música de Nueva Orleans o de Duke Ellington. Todo lo demás debería desaparecer porque lo demás es feo, y toda la fuerza de las páginas de demostración que siguen procede del hecho de que la historia es enteramente verdadera, ya que me la he inventado yo de cabo a rabo. Su realización material propiamente dicha consiste, en esencia, en una proyección de la realidad, en una atmósfera oblicua y recalentada, sobre un plano de referencia irregularmente ondulado y que presenta una distorsión.”

Anda, lleva esto al cine, majete. La historia, como es muy frecuente en Vian, gira en torno a unas dobles parejas: Colin y Chloé, los enamorados protagonistas, y Alise y Chick, amigos de aquéllos. Se añaden unos descacharrantes secundarios, entre los que destacan el insigne cocinero Nicolás y el intelectual Jean-Sol Partre, personaje que Vian utiliza para mofarse a gusto del consagradísimo Jean-Paul Sartre a quien, precisamente, no parece admirar. Está muy bien recogido en la película todo lo relativo a Jean-Sol Partre, un filósofo mediático y “comprometido”, cuyas “nauseabundas” chucherías intelectuales Vian ridiculiza hasta el éxtasis.

Partre
Partre es además uno de los desencadenantes del final funesto de la obra, ya que Chick, el coprotagonista, interpretado por el muy polivalente Gad Elmaleh, siente una admiración tan reverente por el intelectual, que se arruina adquiriendo todo aquello que tiene relación con él, desde libros en ediciones imposibles, artículos manuscritos, bustos… hasta unos pantalones. Finalmente, su novia Alise tomará una decisión trágica. En cuanto a la pareja protagonista, Colin es guapo, rico y divertido y se casa con Chloé que es bella, sensible, joven e inteligente, pero ay, la dulce Chloé contraerá una extrañísima enfermedad que, no sólo se apoderará de ella, sino también de su entorno, de la casa, de la vida de los que la rodean… Esto Gondry lo refleja magníficamente en una película que comienza con un colorido vivo y cálido y acaba ¡en blanco y negro! Y en la que todo termina pareciendo un poco excesivo, aunque esté impregnado de una estética retrofuturista encantadora. Los efectos visuales saturan la percepción: aquellos que son artesanales molan porque son inventivos, pero hay unos cuantos efectos digitales de chichinabo (en el baile, en la pista de patinaje…) que devalúan el conjunto.

Otro tanto pasa con la banda sonora: hay una música original, de fondo, decente (¡en la que toca el bajo Paul McCartney!) Cuando se añade jazz clásico (del que Vian era incondicional), la cosa sigue funcionando, pero insertan unas cuantas cancioncillas que, sin ser malas, estarían mejor acompañando el episodio piloto de alguna serie norteamericana, aquí “no pegan”.

Chloé, en una ilustración

Y lo que tampoco me ha parecido que pegara mucho es el reparto: particularmente no veo a Audrey Tautou en el papel de la joven y virginal Chloé, aunque no deja de ser atractiva, es algo mayorcita y, tanto su aspecto y expresión, como sus recursos interpretativos, creo que no se adaptan al personaje imaginado por Vian. También está desacertada la elección de Omar Sy (Intocable), que es un tipo muy simpático, para el papel del estirado y redicho cocinero Nicolás. La humanización del ratón gris de los bigotes negros suma otro desacierto… Entonces, ¿qué estoy haciendo? ¿Recomendar la película o no recomendarla? Aquí caeré en el tópico: es mejor leer el libro y, si te gusta mucho muchísimo, como a mí, no dejarás de encontrar luego, en la película, algunas transcripciones e invenciones muy interesantes, junto a otras que, siendo más fallidas, no son como para tirar de la cadena. Por cierto, la historia finge irse escribiendo, en tiempo real, por unas mecanógrafas en una cadena de montaje. Algo muy inquietante.

Romántico fotograma
Por otra parte, si a ti el absurdo en la narración, lo surrealista digamos, te va como a mí la Fórmula 1, es decir, cero punto cero, ni te acerques a “La espuma de los días”. Estás avisado.   

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