martes, 9 de septiembre de 2014

Punto Y Aparte

El motivo de esta entrada es doble (o nada). Por un lado, estoy dispuesto a congratularme porque este joven y entusiasqueroso blog ha acogido a su visitante número 30.000 (¡treinta mil! La leche, me dan ganas de felicitarme) y, por otro lado, quiero agradecer una vez más, a todos aquellos que han dedicado a esta página una partícula de su atención, la molestia que se han tomado y ojalá les haya sido útil, les haya gustado, les haya molestado, les haya complacido o cualquier otra cosa que buscaran en su más o menos azarosa navegación por la red de redes.
Yo, cuando visito cualquier otro blog, cosa que hago a menudo, suelo sentir una punzante envidia: la mayoría están diseñados con más pericia técnica y ofrecen contenidos menos dispersos y de mayor sustancia. Pero esto es lo que yo he sabido hacer en estos últimos 23 meses y tampoco me voy a menospreciar en exceso.

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Una de las peculiaridades que más me intrigan respecto de los visitantes del blog, es el altísimo porcentaje de extranjeros que se asoman a sus entradas. En las estadísticas del último mes, que adjunto como imagen, se advierte que los extranjeros, con predominio de alemanes y norteamericanos, suman, de lejos, mayor número que los españoles. Lo cual me deja un poco perplejo, pese a que carezco de una red numerosa de contactos y amistades por aquí, no dejo de preguntarme: ¿qué buscará un colega teutón en la enrevesada prosa y la veleidosa temática de mis entradas? Misterio.

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Sin embargo, esta entrada tiene añadida otra causa: la de anunciar unos motivos personales que me llevan a tomarme unas obligadas vacaciones. Esta semana y la próxima me operan, por partida doble, de cataratas en ambos ojos y me quitan parte de las dioptrías que mi miopía ha atesorado con el paso de los años, mediante una lente intraocular. Punto y aparte. Si todo va bien, dentro de tres o cuatro semanas retomaré la sana costumbre de importunar a algún desprevenido lector, visitante o curioso. Hasta pronto.
 
Pues sí, cataratas
 
 

domingo, 7 de septiembre de 2014

Ajedrez. Jugando A Los Cuatro Peones

Este es un sencillísimo juego que puede ser utilizado como iniciación al ajedrez. Se juega en un tablero cuadrado de cuatro casillas de lado: el bando blanco tiene ante sí 4 peones en su primera línea, los mismos que el bando negro, situado enfrente. Así pues, es un juego para dos jugadores, más un número indeterminado de mirones, que pueden decirle al que pierde: “eres más melón que los de Villaconejos”, o expresiones similares que siempre animan los juegos de café. En fin, éste es tan simple que no creo que se vaya a poner de moda, ni habrá campeonatos mundiales ni nada por el estilo, ya veréis. 

 
Los peones mueven hacia adelante una casilla sin cambiar de columna. Como en el ajedrez, pueden tomar o “comer” al que tienen delante en diagonal, pero el que tienen enfrente los deja trabados o bloqueados.

Explico esto para los que se dicen legos en el noble juego. Oigo a menudo sus razones: lo encuentran aburrido, las partidas son muy largas, los jugadores piensan mucho rato y el resultado es, demasiado a menudo, unas insípidas tablas.

Bueno, pues aquí tienen la solución: el de los cuatro peones es un juego ágil, rápido, hay que pensar pero no demasiado, finaliza en pocas jugadas y no acaba nunca en empate. Sólo tiene un inconveniente que luego diré.

Con las reglas del movimiento de peones heredadas del ajedrez, comienzan a mover las blancas y gana el primero que:

a) Se come todos los peones del adversario.

b) Llega con un peón hasta la primera fila del oponente, o

c) Deja al contrario sin movimiento, es decir, cuando le toca mover al pobre, tiene todos sus peones bloqueados y se convierte en el hazmerreír de la parroquia.

Como una imagen vale más que mil palabrotas, añadiré, sin comentarios, dos secuencias de partidas en las que, jugando con las blancas, hago el más espantoso de los ridículos.

Partida 1








 
El peón negro ha llegado a mi primera fila, por tanto pierdo.

Partida 2

 

 








 
Me he quedado sin peones, he vuelto a perder.Y eso que, en mi segunda jugada, he cambiado de plan.

 
Interesante posición: ay de aquél al que le toque jugar, pues ha perdido (todos los peones están inmovilizados).

Espero que paséis un buen rato antes de dar con la clave de la cuestión: pese al nefasto ejemplo de mis partidas, si ambos jugadores piensan un ratito y ninguno de ellos está aquejado por ninguna obnubilación pasajera, siempre ganan las blancas. Analizar todas las posibilidades, para un ajedrecista pasable, es un reto sencillo. El reto de hoy.

Problema: juegan blancas y ganan
 
La solución al problema anterior: 1. … De1+ 2. Af1 Dxf1+! 3. Rxf1 Ah3+ 4. Rg1 Te1 mate. ¿Cómo te has quedado?
 
¿Permitirán vapear durante las partidas?
 
 
 

viernes, 5 de septiembre de 2014

Tres Amigos - Helme Heine

“A mí dame uno que tenga poca letra”, me exigía hace bastante tiempo, en la biblioteca de la escuela, un niño de ocho años a quien la obligación de leerse un libro, impuesta por su “señorita”, le caía como si hubiera tenido que llevar un cerdo en el llavero… Y es que la afición a la lectura estaba siendo desbancada por medios más interactivos y atrayentes. Es lo que hay.

“Dame ese tan chulo del cerdo, el gallo y el ratón”. Pero Rafaelito, le objetaba yo, si ya te lo has leído once veces. “Es que me gusta mucho”, me contestaba, “y además es muy corto”. Los escritores de libros infantiles y juveniles adquieren, de semejante modo, la obligación inexcusable de pergeñar textos breves y con gancho, si no el voluble lector a quien están destinados se cansa, se aburre y se va a jugar con el ordenador, al GTA III que, pese a no estar orientado al público infantil y carecer de valores formativos, era un rival muy duro para cualquier narrador.

Después de piloto kamikaze, la de escribir cuentos para niños sería la profesión que menos me hubiera gustado tener. Las ventas son escasas: pregúntale a un niño qué quiere que le regales: la camiseta de CR7 (o de Neymar, si es culé) o un libro de su escritor favorito: en el 99 % de los casos te responderá que si estás tonto (el 1 % restante te dirá que no tiene escritor favorito). Además, imagino que, estando las editoriales en crisis, los términos de sus contratos deben de ser leoninos: no sé si algún escritor tendrá la imposición contractual de hacer faenas domésticas en la casa de su editor, pero en los últimos años de mi desempeño profesional, asistí a charlas de escritores que se veían obligados a venir a los colegios para responder a preguntas tan interesantes como éstas: ¿Tú cómo te hiciste escritor? ¿Se gana mucho dinero siendo escritor? ¿Cuántos libros has escrito? ¿Cómo se te ocurrió la idea de este libro? ¿Cuánto tiempo te cuesta escribir un libro? Etcétera. Para colmo ahora, en Internet, va cualquier idiota y te arruina el negocio, colgando el fruto de tantos esfuerzos para que cualquiera se lo lea por la cara.

 
Eso voy a hacer yo con un libro que me gustaba muchísimo contarles a los niños en el aula. Los niños no leen, pero les encanta que cualquiera les cuente un bonito relato, como éste del escritor e ilustrador alemán Helme Heine, nacido en 1941, que trata de las relaciones de amistad, un tipo de relaciones de especialísima relevancia para los niños que además, pobres, piensan que se establecen para toda la vida (hasta que el otro se enfada y “no te ajunta más”, o viceversa. O hasta que el tiempo, con su infatigable tejer del cansancio en la trama y el olvido en la urdimbre, te desposee de todo lo prescindible y, finalmente, de lo imprescindible. Ya lo cantó John Lennon, “Nobody loves you when you’re down and out”). Pero, claro, el libro no habla de eso, que nada interesa a los niños, sino de esa primera fase de camaradería y esperanza. Precioso.

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