miércoles, 26 de noviembre de 2014

Dos Minutos De Odio 2. La Culpa De Todo La Tienen Los Maestros

Siempre que un político, un periodista o un presentador se dirigen a los ciudadanos en el contexto de temas educativos, gustan de poner a los docentes en el punto de mira: que si no están tan preparados como los de Finlandia, que si insisten en la desfasada lección magistral, que si habría que evaluar su competencia y productividad… ¿Por qué no azuzan a las masas contra los veterinarios, los fontaneros o los pensionistas? Misterio.

En las series y en la publicidad, es frecuente presentar la figura del profesor como la de un ogro reaccionario, ¿te acuerdas de aquel anuncio institucional para promover el folleteo seguro, donde un profesor rancio y malcarado encontraba un condón en el instituto y, con expresión torva, preguntaba de quién era? Menos mal que al final vencía la solidaridad y se levantaban todos los estudiantes como un solo magma voluptuoso.

Anteayer, en un noticiario aragonés de la radio, don Celso Alertas, presidente de una compañía de las telecomunicaciones digitales, no se me quedó si era Vomistar o Jodafone, más un cetáceo que un pez gordo de las actuales minorías directivas/lavativas, aprovechó la tribuna que los micrófonos le bringdaban para echar otra palada de excrementos sobre el sufrido gremio de la enseñanza, diciendo algo así como que los niños eran digitales y sus profesores todavía no habían sido capaces de hacer un esfuerzo de adaptación y seguían utilizando retrógrados métodos antediluvianos y obsoletos medios analógicos, así que ya era hora de reciclarse (en el oportuno contenedor). Este tirón de orejas a los de la tiza fue la gota que colmó el vaso, me encendió: santo cielo, ¿qué niño de hoy en día necesita ser adiestrado en el manejo de un móvil, una Tablet, un ordenador, una PS Vita, una Nintendo DS, una Wii? ¿Es que aún quieren venderles más chufas? ¿Es que todavía quieren lavarles el cerebro con más pantallitas?

Los niños son, en este país, nativos digitales. Usan estos medios mejor que el peine o la cuchara. Si tienes alguna duda sobre cómo enviar un Whatsapp, configurar la conectividad de un móvil o crear, guardar, compartir o borrar un archivo y hay en tu casa un niño entre cinco y dieciocho años, consúltale a él… Ahora, si eres de Vigo, no le preguntes dónde está Santiago y si eres de Daroca, no quieras saber (por su boca) qué tal es Tauste.

 
Las cosas como son: la “generación más preparada de nuestra historia”, según repite una celebérrima (y cacatuérrima) locutora que uno de estos días terminará la carrera de periodismo, la generación que va a tener que irse a Alemania a desintegrar el átomo, porque aquí los recortes, en opinión de la briosa reportera (que no ha necesitado de los estudios reglados), condenan a nuestros vástagos a desintegrar la caspa o las mondas de patata y la I+D se ha detenido en el asa del botijo.

Pero si la solución pasa por denostar sin descanso a la escuadra de la función docente, apañados estamos. Tal vez he mencionado ya que, entre los hindúes, que creen en la transmigración de las almas, existe la presunción de que aquellos que no hacen caso de sus maestros y se dedican a injuriarlos o a burlarse de ellos, en su próxima reencarnación habitarán la forma de un asno. Es probable, claro, que esta convicción fuera difundida por el gremio de los preceptores, pues eran parte interesada en asunto tan punitivo.

Aunque aquí, hoy y entre nosotros, advierto que ya ha ocurrido, ya nos hemos reencarnado en la bestia que tomamos como epítome de la ignorancia. Desposeídos los pedagogos de a pie de cualquier preeminencia o autoridad, escarnecidos a todas horas, mal pueden ser culpados de los conocimientos que han dejado de adquirir sus pupilos que, eso sí, han crecido felices, pues la ignorancia acarrea una inocencia que no deja de ser muy saludable.

Lo que no entiendo es la saña con la que los medios azuzan a la opinión pública para que siga aborreciendo e inculpando a estos sufridos encargados de las guarderías, donde los infantes de dos a dieciocho años son atendidos en todas sus necesidades, excepción hecha de las intelectuales si las hubiera.
 
Nuestra puerta al futuro: cerrada y sin llamador
 

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