jueves, 26 de febrero de 2015

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles 36

23. EN MANOS DE TALIA

El lector que haya tenido la paciencia de llegar a este punto de la narración, quizá se asombre al comprobar que no, no le había conseguido dar esquinazo a Nines. Mis esfuerzos por ser desconsiderado, evasivo, descortés y desdeñoso con ella, en suma, mi comportamiento mezquino de rufián sin recato, daba en una pétrea determinación que ella había afianzado: en su versión, salíamos juntos y punto. No importaba que, herida por algún doloroso desplante, buscara consuelo en su hermana Antonia y ésta tratara de hacerla desistir de su obstinación:

 - Teo es un gilipollas – le dijo un día y Nines vino a renglón seguido ¡a contármelo a mí! – Harías mejor en desalojar a semejante mendrugo de tu cabecita: no te da más que morradas y disgustos. La verdad es que no se parece en nada a su hermano Rosendo, que es tan sensato, tan formal y que ya se gana la vida como un hombre, en lugar de seguir haciendo palotes en las libretas… Alguien de quien te puedes fiar. Y no un cantamañanas y un extravagante. Ya ves, qué pelos lleva y qué pintas de mariquita que saca, si todo Jaca se ríe de él. ¿Estás segura de que no es un mariquita y por eso no le gustas? Olvídate de ese membrillo: cuanto antes, mejor. Dentro de un par de años, se irá a estudiar fuera y si te he visto, no me acuerdo. Te la pegará con una gordita gafosa, de esas pedantes y redichas como él, y entonces te darás cuenta de que has estado perdiendo el tiempo con semejante imberbe. Es un cretino, Nines, no te merece.

En éstas tres últimas palabras estaba yo de acuerdo, aunque, pese a todo, la tenía pegada a mi sombra todo el día. Josemari que, como se ha visto, era muy bueno dando consejos, me aleccionaba:

 - No tienes nada que hacer. La Mejillones está obsesionada contigo. Tu única posibilidad de que te deje en paz, pasa por que te ligues a otra y no pueda soportar el despecho de los celos, pero viendo el éxito que tú tienes con las gachís, el asunto, ciertamente, va para largo. Mira, haremos una cosa: si cuando vayamos al viaje de estudios, aún no has conseguido sacártela de delante, nos inventaremos un idilio apasionado que habrás tenido durante esos diez días. Algo que haya ido hasta el final. Tú estarás enamorado y nosotros sostendremos la fantasía, para eso estamos los amigotes. Diremos que has vivido una tórrida pasión con una tal Macarena, por ejemplo, ya le pondremos rasgos y atributos. Y ella, en la noche andaluza olorosa de azahar, te habrá preguntado: ¿quieres que me saque las bragas? Eso es definitivo, Pinchaúvas, nosotros seremos los testigos de esa historia y la Mejillonera no te lo perdonará nunca.

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Todos en El Arcángel, acogieron con risotadas esta perorata. Todos menos Serafín que me dio una moneda para que pusiera “Los chicos con las chicas” y, cuando la canción distrajo a todos con su potente embeleso, me dijo en un aparte:

 - Esto que estás haciendo con esa chavala no es honesto, Teo. – Otro que me llamaba así y no Pinchaúvas. Y que, sin venir a cuento, iba poco a poco tratando de convertirse en una especie de mentor y consejero espiritual, siempre dispuesto a corregir mis desatinos con su sabiduría estrafalaria y beata, pero adulta. – Si no sientes un verdadero cariño por ella, no deberías darle pie a que albergue ilusiones de ninguna clase. Tú te dejas querer, porque no tienes nada mejor y te aprovechas un poco. Ella es muy cabezota y está un poco pirada, pero no se merece que andes dándole largas, hoy me vales, mañana te planto. No señor. Si tuvieras un poco de decencia, cortarías: le dirías no y no, en cualquier situación es no. Aunque esto a tu amiguita le afectaría mucho, a la larga, sería mejor para ella, que se encamina hacia una grandísima decepción. Y mejor para ti, que te quedarías con la conciencia más tranquila: ¿acaso no te remuerde por plegarte a esa insensata conveniencia? El Señor te va a escarmentar un día de estos, ya sabes que Dios castiga y sin dar voces. Sé valiente, anda, afronta ante ella que no quieres seguir con este engaño.

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Esto era muy fácil de decir y muy difícil de hacer. Chus y Josemari se mofaban a dúo, ora de mi humilde procedencia y mis escasos medios como galán rumboso, ora de su categórica ignorancia, que remedaban como si Nines fuera la mismísima tonta del bote.

Andábamos a la sazón enredados con la obra de teatro que los de sexto íbamos a interpretar en el instituto. Esta representación era un ardid maravilloso para sacarnos unas perricas, con las que hacer frente a los costos desmesurados del citado viaje de estudios, que habíamos urdido con ayuda de los profesores y que allá por el mes de mayo nos llevaría a conocer la exótica tierra andaluza. Villalobos, un profesor de literatura más paciente que un san Francisco de escayola, nos había dado a elegir entre varias obras teatrales y nosotros habíamos escogido “El médico a palos”, en versión de Fernández de Moratín, que era la más fácil de comprender y la de más risa, aunque sabíamos que él hubiera preferido algo de Lorca, o “Luces de Bohemia de Valle-Inclán, que era un tostón indescifrable, claro que así eran los profesores, sofisticados como el Martini. Para más inri, a las chicas les cayó mal la elección y, como si se tratara de una sola sosaina con más cabezas que la hidra, todas se negaron a hacer el papel de Martina porque, argumentaban, al tratar de dárselas de dicharacheras y graciosas, quedarían ante todo el pueblo como unas ridículas payasas.

Chus se había ganado, en reñida competencia, el papel protagonista del supuesto médico, Bartolo, que mi amigo se aprendió en dos días y declamaba con una cómica voz de palurdo y con una desenvoltura y un desparpajo que nos dejaba turulatos. Pero Villalobos estaba desesperado: no conseguía dar con una Martina cuyo desenfado la hiciera creíble porque las chicas boicoteaban con su ñoña pasividad el papel.

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Yo, relegado a un modesto desempeño de ayudante de tramoyista y decorador, a las órdenes de Mateo, cometí el imperdonable desliz de comentarle a Nines el problemita y ella, con un aplomo que no le sospechaba, me contestó:

 - Si quieres, puedes preguntarle a tu profesor si puede darle el papel a alguien de fuera del instituto. A mí se me da muy, pero que muy bien, hacer comedias, todos los que me han visto lo dicen: piensan que me sale con mucha gracia. Y no paso ni un tanto así de vergüenza.

Le iba a responder que no dijera animaladas, que sólo me faltaba eso, que iba a ser, una vez más, la rechifla de todo el pueblo… Pero Josemari había oído su insensato ofrecimiento y decidió meter baza:

 - Pinchaúvas, no seas moro. Deja que se lo digamos al Villalobos: por intentarlo no se pierde nada. La Meji… Nines, si él está de acuerdo, va al instituto, dice unas frases de Martina a modo de prueba y entonces decidimos si vale o no vale. ¿Qué te parece, chata?

 - Pero, ¿os habéis vuelto locos o queréis tomarme el pelo hasta que la cabeza me brille como una bombilla? ¿No os dais cuenta de que las otras víboras, que ni comen ni dejan, se van a reír de ella y de mí hasta que se les salten las varillas del sostén? – Respondí, ya bastante amoscado.

 - Tranquilo, Pinchaúvas que te va a dar un infarto: tú deja que la niña demuestre su talento.

 - Va, Teo, por favor, por favor. Me hace mucha ilusión y sé, porque lo sé, que tengo facilidad para hacerlo bien.

Me rendí: me iban a coronar como el mayor idiota de la clase. Y el Villalobos despacharía a Nines en seis décimas de segundo: no había más que oírla hablar con su voz de pito desafinado.

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miércoles, 25 de febrero de 2015

Ay, Ese Himno Sin Letra...

La materialización más convincente que encuentro del sentimiento nacionalista es la de un pedo: el mío me produce satisfacción y puede parecerme, en determinadas situaciones, incluso gracioso. El de los demás es asqueroso y apesta.

Puestas así las cosas, no entiendo por qué habría de sentir una emoción negativa ante, por ejemplo, la pitada al himno español en la final de la Copa del Rey de baloncesto por parte de la hinchada barcelonista en Las Palmas, este año; o el aquelarre de Vitoria en la final de 2013; o la madre de todas las pitadas, en la final de la Copa de fútbol, entre el Bilbao y el Barça, en el Vicente Calderón en 2012. Admito que las masas tienen derecho a manifestar su opinión colectiva y hay libertad de expresión, faltaría más. Para redondear la diversión, sólo hubiera faltado que las autoridades de Las Palmas, en un inimaginable ejercicio de cintura e imaginación política, hubieran dado paso a continuación, en la megafonía, a una grabación de “Els Segadors”. Eso hubiera puesto el pabellón calentito, calentito. Aunque, ¿se imagina alguien por un momento que los hinchas del Real Madrid, en un ataque de respeto, se ponen a escuchar en silencio el himno de la comunidad de sus adversarios deportivos? ¿A que no? Y es que las masas se expresan de un modo muy previsible. Masa y masacre son palabras de la misma familia, creo.
 
Pero más allá de una indignación que no siento, o que lamento mucho sentir, la reflexión que me trae hoy a esta página, es la nula articulación de nuestro pedo patrio: no tiene letra. Un himno sin letra, qué anómala carencia. En los pasados mundiales de fútbol, de los que fui telespectador asiduo, todos los combinados nacionales, en respetuosa formación, con una mano en el pecho y los ojos entornados, canturreaban la letra, al sonar el himno propio. Los chilenos que se enfrentaban a nuestra selección, tras entonar algo tan bizarro como: “Que o la tumba serás de los libres, / O el asilo contra la opresión”, nos pasaron por encima, claro, nosotros sólo habíamos cantado: “Lolo loro-lo loró lo-loró lolololó loló lorololooo looo-ló” y así no se va a ninguna parte. Esta es la letra con la que se entona últimamente nuestro himno y, claro, no infunde ánimos. Franceses y catalanes tienen himnos con una bonita letra, aunque yo, personalmente, prefiero la del de Asturias.
 
Y no es que no haya habido intentos por dotar a nuestra marcha real de una letra adecuada: en tiempos de Su Excelencia era extremadamente popular esta versión: “Franco, Franco, / que tiene el culo blanco / porque su mujer / lo lava con Ariel… / Burro, zopenco, / cuadrúpedo, animal, / que con el tiempo lle / garás a re / buz / nar.” Naturalmente está muy lejos de mi intención pedir que se oficialice esta letra. No sólo está pasada de moda, sino que además su carácter bufo nos acarrearía la rechifla de la Asamblea General de la ONU.
Por otra parte, también del lado oficial hubo un intento de corte falangista que no prosperó. Lo recojo aquí, porque el poeta José María Pemán dio lo mejor de sí con una letra que, en definitiva no cuajó:
 
¡Viva España! / Alzad la frente, / hijos del pueblo español / que vuelve a resurgir. // Gloria a la Patria / que supo seguir / sobre el azul del mar / el caminar del sol.
 
¡Triunfa, España! / Los yunques y las ruedas / canten al compás / nuevos himnos de fe. // Juntos con ellos / cantemos en pie/ la vida nueva y fuerte / del trabajo y paz.”
 
Con esto arreciarían los silbidos. Y a día de hoy, encontrar una letra de consenso y una música que concitara el respeto o el afecto de la mayoría de los moradores de las diecisiete autonomías es… Misión Imposible. Ni con la ayuda de Tom Cruise podría llevarse a cabo.
 
Yo, por si acaso, dejo aquí esta propuesta, por si este año Bilbao y Barça vuelven a la final de la Copa:
 

viernes, 20 de febrero de 2015

Boyhood (Momentos De Una Vida) - Richard Linklater

Voy a permitirme decir cuatro tonterías (más) acerca de la película sobre la que todo el mundo habla, a la que le pueden caer 6 oscars (o ninguno) y que se tiene (con razón) como una de las obras cinematográficas más originales de los últimos cincuenta años (por lo menos).

 
Se trata de Boyhood, escrita y dirigida por Richard Linklater. Esta película permite un experimento la mar de desconcertante:

Tómese una escena aislada, suelta, de unos diez o quince minutos al azar: uno creerá estar viendo un telefilme de la sobremesa de los sábados, uno de los más anodinos, un adocenado pastelazo sobre los típicos modos de vida norteamericanos, con todos los topicazos al uso, apto para sestear con un ojo abierto y otro cerrado.

A continuación, ábrase uno una amplia ventana temporal, sin compromisos ni obligaciones, para ver de un tirón una película de una duración desaforada (viene a ser tan larga como las del Señor de los Anillos), póngase cómodo, provéase de medio quintal de palomitas, atenúe la luz ambiental y dispóngase a asistir al milagro.

Así se abre
 
Tengo que contradecir a Mason, el niño/muchacho/joven de la historia: sí, chaval, hay magia en el mundo. Yo he sido testigo de un suceso que sin duda pertenece al ámbito de la hechicería. De lo contrario, no me explico el fenómeno que se desarrolló ante mis ojos: una sucesión de hechos banales, una secuencia de situaciones trilladas, vistas hasta la náusea en el cine americano reciente, una cadena de anécdotas entre lo insípido y lo melodramático, acaba trenzando un conjunto monumental, conmovedor, épico, de una sinceridad devastadora, redondo, contundente… ¿Es o no es un milagro? ¡Existen los elfos, Mason! Explíqueme usted eso en términos racionales. Imposible: como dice el padre del chico, “todos estamos igual de confusos”. Maravillosa no, lo siguiente.

... Y así se cierra.
 
Intentaré remitirme a los hechos:

Una familia un tanto desestructurada es filmada en su cotidianeidad a lo largo de doce años. La narración se centra en Mason que, al comienzo de la cinta es un niño de seis años, al que seguiremos en su evolución y desarrollo hasta que tiene dieciocho e ingresa en la universidad. Ya está toda la historia contada. Como siempre, te acabo de chafar el final.


El protagonista en tres momentos de la película
 
El chiste es que, tanto Mason (Ellar Coltrane), como su hermana Samantha (Lorelei Linklater), su madre Olivia (Patricia Arquette) y su intermitente padre (Ethan Hawke), están encarnados por los mismos actores a lo largo de un transcurso real de doce años de filmación. Lo nunca visto, desde luego: en la primera secuencia del film, Mason es un niño de seis años que le dice a Olivia, su madre, que ya sabe de dónde vienen las avispas: “creo que si echas agua al aire de una forma especial, se convierte en avispa.” En la última secuencia, una encantadora muchacha de la que Mason, a juzgar por las miradas que le echa, se está enamorando, dice: "¿Sabes eso que se dice de aprovechar el momento? No sé, empiezo a pensar que es como al revés: que el momento se aprovecha de nosotros.” A lo que un Ellar Coltrane doce años mayor, en el papel de Mason, contesta: “Sí. Sí, es verdad. Es constante. El momento es como… Como que siempre es ahora mismo, ¿no?” “Sí.” Más miraditas e irrumpen los créditos, pero… ¿Por qué coño es tan emocionante? A mí no me preguntes: ya se me había parado el corazón antes una docena de veces. Puede que ahí esté el secreto. El tal Richard Linklater escribe, dirige y filma con el corazón. Y, como decía el filósofo Pascal, “el corazón tiene razones que la razón no entiende”. Y si la ves y dices ¡pero si es un truño! Pues mira, te daré la razón (y con ella te quedarás).

La madre
 
Creo que el secreto de este mosaico tan bello, hecho con unas piezas tan humildes, está en su sinceridad, en su verdad vital sin tapujos, sin amaños, sin escamoteos, sin moraleja. Las contradicciones de la existencia, tal como la desarrollamos actualmente en los países del primer mundo, están mostradas con un grado tal de franqueza y penetración que desarman casi todos los prejuicios, los míos por ejemplo. ¿Puede mostrarse la descomposición familiar con ternura? Individualismo, tolerancia, soledad, competencia, comprensión, angustia, solidaridad… ¿Pueden ser las facetas de una misma situación? Y la pregunta del millón: si somos o nos sentimos tan libres, ¿por qué estamos tan demostrablemente programados? La articulación de estas cuestiones en el ámbito más cotidiano, sin artificios ni intenciones de demostrar nada, compone el entramado de un tapiz donde, al final, nada es tan insignificante como parecía.

La hermana
 
La obsesión por ser enrollado, la importancia del perfil de Facebook y el éxito laboral, consistente servir mesas en un restaurante, están filmados con una fotografía funcional de telefilme setentero. Solo cuando vemos a través de los ojos de Mason, que tiene vocación de fotógrafo, apreciamos la belleza de los paisajes deslavazados y semidesérticos de Texas. A mí se me han despertado las ganas de ir a conocer el Big Bend. La contención de los actores le da, a toda la película, una sencillez de documental, reforzando la naturalidad de la ambiciosa propuesta. ¿Se convertirá como apunta en un referente generacional, algo así como le pasó a Forrest Gump? No tengo ni idea, pero he disfrutado como un orco.

El enrollado e irresponsable padre
 
Y, sin saber por qué y sin venir a cuento, dejo aquí apuntado que me ha recordado a Fanny y Alexander de Bergman. Casi nada la del ojo y lo llevaba en la mano.
 
Mason en bici.
 

miércoles, 18 de febrero de 2015

Paisajes, De La Fotografía Al Lienzo

Cuando tenía quince años y cursaba sexto de bachillerato en el instituto de Jaca, una asignatura de las comunes, ahora no recuerdo si se llamaba historia del Arte Universal o Historia Universal del Arte, me hizo concebir una de las ideas más disparatadas que he tenido en mi vida. Tras rumiarla un rato, me dirigí a la cocina y dije: “Madre, quiero ser artista.” “¿Cómo Marisol y Rocío Durcal? Pero hijo, si además de que no sabes cantar, eres feúcho y llevas unas gafas de culo de vaso que no habrá cámara que pueda disimular.” “No madre, no me refiero a los artistas de la canción o de la pantalla, yo quiero ser pintor, como Van Gogh, Cezanne o Gauguin.” “No sé quiénes son esos, ¿van a tu clase?” “No. Me refiero a unos artistas célebres que fueron bohemios y pintaban cuadros.”

Cuadro de una postal de Laspuña
 
Mi madre quiso disuadirme, porque entonces era ya cosa sabida que ese tipo de artistas se morían de hambre. En cambio, mis amigos de aquel tiempo despreocupado y feliz, me animaron con el siguiente argumento: “Si Beethoven que era casi completamente sordo, componía una música maravillosa y sublime, tú que eres casi completamente ciego, partes con mucha ventaja para ser un genio de la pintura, ¿o no?”

Bueno pues dicho y hecho: me compré un caballete de madera, un par de lienzos con bastidor marca Taker, unos pinceles y espátulas económicos, una paleta rectangular de madera y un surtido de tubos de pintura al óleo marca Ticiano, que eran los más baratos que encontré en una maravillosa tienda de Jaca, que se llamaba Rufas y que, según creo, tras su desaparición fue trasladada intacta al callejón Diagon, al mundo mágico de la saga Harry Potter.

Cuadro de una postal de Bielsa
 
Como, sin ser consciente de ello, estaba dotado con un talento plástico muy limitado y no tenía ni idea, por aquél entonces, de lo que era el arte (luego lo aprendí: consiste en pasar muchísimo frío), mis primeros tanteos fueron un tanto mamarráchidas. Hacía arte naïf sin saberlo, qué cosas. Al final, me instalé en la paisajística, estudié los amenos manuales de Parramón y practiqué copiando cuanta reproducción, postal, lámina o calendario caía en mis manos. Probé lo de pintar del natural, pero vivo en una tierra donde hace muchísimo viento, y caballete, lienzos y demás enseres salían volando a menudo, mientras mis reniegos abochornaban a pastores, labriegos y carreteros, que se ruborizaban al oír determinadas expresiones…

Foto del Cinca cerca de Monzón
 
Cuadro del Cinca cerca de Monzón
 
El caso es que tomé la costumbre de hacer una fotografía cuando un paisaje me decía algo. Luego, en casa, tranquilamente, reinterpretaba la toma y pintaba sin desmayo. Hoy me he dado de bruces con dos más de esas viejas fotos que se transmutaron en obra pictórica. Qué tiempos.

Antes de abandonarlo por completo, hice, con uno y otro colega, alguna exposición, no del todo catastrófica que, estás avisado, amenazo con traer en un futuro cercano a esta página. Lo dejé, sin excesiva amargura, cuando me di cuenta de que ni con el más intenso trabajo se suple la carencia de talento.
 
Foto del Pino de Binaced
 
Cuadro del Pino de Binaced
donado al Ayuntamiento de Monzón
 
 

domingo, 15 de febrero de 2015

Dimorfismo Sexual

Apasionante fenómeno, éste del dimorfismo sexual, que se da cuando, en una especie animal determinada, la hembra y el macho tienen un aspecto exterior muy diferenciado. Puede ser distinto tamaño, diferente color, presencia o ausencia de apéndices, órganos o caracteres en marcada disimilitud, excluyendo, claro está, los del aparato reproductor, cuya desigualdad puede ser más o menos patente, pero siempre estará allí.

En esto, como en todo, hay grados: la cornamenta distingue exteriormente a machos y hembras de diferentes ungulados, en muchos casos los ciervos se suelen distinguir así de las ciervas. Otro ejemplo cercano: entre los patos salvajes, suele darse un leve dimorfismo basado en el color del plumaje, que es pardo terroso en las hembras y con algún color más vivo, verde brillante en el cuello y la cabeza, en los machos. Aquí se nos ilustra el “interés” de la naturaleza por la preservación de la especie y no del individuo: como la hembra es la que cría, se facilita su camuflaje. El presumido macho es más prescindible, aquí ser “bonito” no es ningún privilegio, pues  te hace más visible para los cazadores y otras bestias dispuestas a darte matarile.


En ocasiones, el dimorfismo sexual es tan acentuado, que a los ojos de un ignorante como yo, el macho y la hembra parecen dos bichos diferentes, de tal modo que si me fuera dado contemplar su apareamiento, creería estar asistiendo a un episodio depredatorio o a una inimaginable perversión.


Entre las láminas de mi vieja enciclopedia, que consulto las tardes en las que no tengo nada mejor que hacer, he hallado ésta que me parece muy atractiva y oportuna para ilustrar la festividad de san Valentín, si no fuera porque ya ha pasado. En el punto del dimorfismo sexual, adolezco de un sesgo que no soy capaz de esquivar: hay uno que me parece interesante en extremo y los demás, simplemente curiosos. Me refiero, claro está, al que se da en la especie que los zoólogos especializados en taxonomía denominan “homo sapiens”. Los caracteres sexuales secundarios de la hembra de esa especie son de sumo interés incluso para algunos profanos entre los que me cuento. En internet, de todos modos, se encuentran infinidad de láminas monográficas sobre el tema, de modo que no creo necesario ahondar aquí en ello.


jueves, 12 de febrero de 2015

Vuelve La Censura En Su Forma Más Sutil (La Dura Autocensura)

… Y también en su forma más brutal: penas de muerte ejecutadas, no ya sin garantías jurídicas, sino sin juicio previo. Penas de muerte por delitos de opinión en la Europa de hoy: legisladores, jueces y verdugos, “todo en uno” para ganar eficacia. Efivacia (se te va la sangre por los agujeritos). Así que no es cierto que en Europa no esté vigente la pena de muerte (siempre la ha habido), lo único que, en estas últimas décadas de feliz recobardecimiento, es aplicada por grupos paraestatales.

No hubiera retomado este escabroso tema (que me da mucho más asco que entusias) de no ser por un muy apreciado amigo de una vida anterior, donde todos éramos muy progresistas (a algunos el progreso nos ha pasado por encima). Discutiendo con él sobre las recientes condenas a muerte de los periodistas gráficos franceses, mi colega que, ni muchísimo menos justificaba el proceder de este atroz Leviatán que nos ha crecido dentro de nuestro propio Leviatán, sugería de una manera un tanto inconcreta que “hay determinadas cosas que deben respetarse”, porque “convivimos hoy con personas que tienen una sensibilidad distinta de la nuestra en determinados temas”. Vale. Admitamos que esto sea cierto y la blasfemia volverá a ser delito. Más adelante regresarán Torquemada, la Santa Inquisición, el Estado confesional… Y una temporada más de la serie “Eterna lucha entre el sumo pontífice, sucesor de Pedro y el califa de Damasco, comendador de los creyentes”… ¡Y nosotros que pensábamos que ya no tenían share! ¡Con lo que costó echarlos de la vida civil, política, mercantil…!


Los delitos y crímenes que yo cometa contra mis conciudadanos, júzguenlos los tribunales, con las leyes democráticas que mis conciudadanos se están dando en los últimos decenios. De los delitos y crímenes que yo cometa contra Dios, antaño llamados pecados, ya me juzgará Dios, que para eso es Todopoderoso. Fin.

Parece sencillo, pero no lo es en modo alguno, por el tema de los daños en la “sensibilidaz” de la ciudadanía. Y aquí es donde se nos vuelve a colar la blasfemia como delito y entramos en un bucle sin fin. Para empezar, yo creo en el derecho a la blasfemia como uno de los que acreditan verdaderamente a un sistema democrático, en el sentido en que está expresado en este magnífico artículo: http://garciala.blogia.com/2006/091901-el-derecho-a-la-blasfemia.php


“Bastante oprimen las religiones el pensamiento de sus fieles, sólo faltaría permitirles que extiendan sus dogmas a los infieles.” Ahí le has dao. Imagínate amigo, que yo ahora te digo que soy el fiel creyente y único practicante, por el momento, de una religión monoteísta, en la que dios hizo, no al hombre, sino al cerdo, a su imagen y semejanza. Y que me ofenden gravemente todos aquellos que consideran al cerdo un animal inmundo, asqueroso o, simplemente, impuro.

¡Ah! ¡Ahí estamos! Vuelvo a pertenecer a una minoría irrelevante, como cuando era fumador. Siempre sometido, es mi destino, pero, puestos a ello, prefiero estarlo por una ley de carácter jurídico racional, que por la fuerza bruta, o por la autocensura que yo me imponga… Bueno, lo peor, si como parece, se va a poner de moda, es la fuerza bruta. Ya me impondré yo un poco de autocensura si lo creéis necesario.

Como hicieron los de la editorial Salvat/Alfaguara. Parece que no viene a cuento, pero os hablaré de un cuento muy recomendable: “Konrad o el niño que salió de una lata de conservas” de Christine Nöstlinger.
Otro día os contaré por qué considero que todos los niños pertenecientes a nuestra cultura, deberían leer, al menos una vez, este libro, entre los nueve y los doce años; pero para lo que hoy hace al caso, me ceñiré a que Konrad es un niño perfecto: educado, respetuoso, considerado, prudente… El problema es que es un producto manufacturado, pertenece a una fábrica, que lo envió por error a la señora Bartolotti. Como ella le ha cogido un cariño enorme, no quiere devolverlo. Solución: hay que conseguir que Konrad sea un tanto defectuoso, para que la fábrica piense que no se trata de un producto suyo. Por tanto, hay que enseñarle a Konrad a ser travieso, deslenguado, desconsiderado y gamberro. En la versión española antigua que yo tengo, tal gamberrismo se pretende poner de relieve en este chusco pasaje:

“Konrad había ido palideciendo y estaba ya blanco como una sábana. La señora Bartolotti se dio cuenta y, para animarle, cantó:

¿Qué es aquéllo que reluce
en lo alto del castillo?
Es el culo de Mahoma
que le están sacando brillo.

En aquel momento, Konrad empezó a llorar.

—Konrad, ¿qué te pasa?”


No sé cuál será la coplilla original, porque ignoro cuáles serán los equivalentes alemanes o austríacos de los poemas deslenguados… Aunque ¡¡Tachaaan!! En las últimas ediciones, hallamos el texto convenientemente “maquillado” para no herir sensibilidades. Sobre todo, las de aquellos cuyo quisquilloso dios pone en sus manos un fusil de asalto y en su cabeza el down que hay muy por debajo de cualquier down. Desde aquí te animaré a que lo compres y lo descubras por ti mismo. Más saludable. ¿Verdad?

En cambio, estoy casi seguro de que no va a pasar nada relevante (y menos entre los cristianos de Qatar), si yo escribo:

¿Qué es aquéllo que reluce
en lo alto del castillo?
Es el culo de san Pedro
que le están sacando brillo.


O, de modo más inadmisible y explícito en lo teológico:

¿Qué es aquéllo que reluce
en lo alto del castillo?
Es el culo del Cordero
que le están sacando brillo.

Pero no te fíes un pelo: hoy puedes estar leyendo esto y mañana ya no. La libertad de expresión es un derecho que, aquí en Animal Farm, lo encontraremos cualquier día escrito en la pared como si siempre hubiera puesto “libertad de expulsión”. Dale tiempo. (Como mostró "Frankie", con apasionada verba porteña, rápidamente se ponían de acuerdo los clérigos de varias confesiones para encender de nuevo las teas, qué tíos).

domingo, 8 de febrero de 2015

Auge Y Decadencia De La Discoteca Altoaragonesa

Como es domingo por la tarde, el solaz y el sesteo me han propiciado un recuerdo que emerge de la noche de los tiempos: el de otro domingo por la tarde, en el que me estoy lavando la cabeza con un champú en seco. Agitaba el espray, pulverizaba una rociada de una especie de caspa sintética, sobre la propia y natural y, al cabo de unos minutos, un enérgico cepillado dejaba el pelo pseudo limpio y con un penetrante olor a esmalte industrial… ¿Y por qué no te lavabas la cabeza en la ducha, pedazo de guarro? Ay hijo, espero que no te toque vivirlo, pero el agua caliente era un bien de lujo en las casas… Ya solo faltaba untar Clearasil en las espinillas recalcitrantes, frotarse el sobaco irredento con crema desodorante Byly, una maravilla a la hora de enmascarar el hedor incontinente de macho joven, y rociar la dentadura y sus aledaños con Halazon, un aerosol para combatir el mal aliento con un pésimo aroma de mentol de laboratorio. Listo para triunfar. Había quedado con los colegas e íbamos a pasar la tarde dominguera “moviendo el esqueleto” en la discoteca local. Se llamaba Piscis 2.

Irrumpíamos en un local, atestado no, lo siguiente. Las luces caleidoscópicas, estroboscópicas y psicodélicas hacían que anduvieras la media hora siguiente como un sonámbulo deslumbrado, el rostro contraído en una mueca de simio a medio evolucionar. El aire era tan denso, debido al humo de los cigarrillos, que se hubiera podido cortar en porciones de la consistencia de las del queso El Caserío, solo que algo más pringosas. Unos altavoces rebosantes de vatios, saturaban la abarrotada pista con las flamígeras proclamas de James Brown: “Get up, (get on up) / Get up, (get on up) / Stay on the scene, (get on up) / like a sex machine (get on up)”. Bueno, esto lo he sabido después, entonces me sonaba algo así como ¡Guirepa! ¡Guiroulé! Así todo el rato y solo entendía el quid de la cuestión ¡Laca Sex Mashín! Porque esa era nuestra pretensión: algo no muy tajante pero, en todo caso, relacionado con la maquinaria sexual ¡Faltaría más! ¿A qué íbamos si no? Tras ser flagelados, exprimidos, aturdidos y burlados, domingo tras domingo, nos volvíamos a presentar allí con la secreta esperanza de desatar algún día la dichosa máquina que, una y otra vez se veía privada del funcionamiento redentor.
 

Podrá parecer increíble viendo hoy el vídeo del tema, pero era lo más paroxístico y excitante, lo más desenfrenado y provocativo que había martillado los oídos humanos hasta la fecha. En fin. Carpe diem, que decían los de letras. Íbamos a ver lo que pescábamos en aquel estanque aparentemente tan revuelto y, lo confieso sin sonrojo, tarde tras tarde izábamos las redes vacías: tras hacer el oso media hora con los ritmos tribales, se atenuaban las luces y comenzaba una tanda de temas lentos, para bailar agarrado a una pareja, pero la pista quedaba casi despoblada y los maromos esquivados nos íbamos a la barra a tomar otro cuba libre, con lo que acabábamos la sesión zorros como canastos, estado éste que aligeraba notablemente nuestra frustración.

 
Sábado noche y domingo tarde, éste era el régimen de tan singulares establecimientos que hicieron de puente entre la OJE y el teléfono móvil, en la distracción masiva del rebaño juvenil… Piscis 2 (luego Clash) en Monzón, Chrysalis en Binéfar, El Hexágono en Barbastro, Penny Lane en Huesca, Melibea en Jaca… Todas han conocido tiempos mejores. Algunas han desaparecido. La de mi pueblo, hela aquí, está en ruinas. Las discotecas ya no molan: hubo un glorioso y espectacular repunte en los años 90, con el auge del House, el Trance, el Techno… en fin, lo que la gente llamaba el bakalao. Se materializó esta segunda hornada en otro tipo de locales, algo así como naves industriales, algo de una dimensión enorme y de una nocturnidad más manifiesta. A mí me pilló generacionalmente fuera de circulación, aunque creo que, a día de hoy, tampoco les va muy bien.

Así son las sobras de los seres humanos, lo que antaño fueron templos de Dionisos, hoy son locales más cerrados y en peor estado que las pirámides, las tumbas de nuestra faraónica juventud. Ya nos decían bien los de letras: carpe diem.

 

martes, 3 de febrero de 2015

Ocurrancias

Hace ya días que no nombro a mi amigo el Resentido y hoy que no encuentro nada mejor en que ocuparme, hablaré de este espécimen, arquetípico y a la vez singular, que me bombardea, siempre que tiene ocasión, con su cosmología deprimente y sus opiniones sobre casi todo lo que desconoce, en particular sobre este blog.

Se trata de un individuo que tiene una alta opinión de su talento y agudeza: cree de buena fe que, si cierta inconstancia o desinterés no se lo hubieran vedado, sería una versión atlética de Stephen Hawking, de haberse dedicado a la ciencia, o un Louis Armstrong blanco, si hubiera seguido con la corneta cuando se licenció del servicio militar, o un Voltaire particularmente pesimista si le hubiera dado por emborronar papeles con sus elucubraciones filosóficas. Yo no sé si asisto a un paradigma individual propio de Aragón, de España o de Occidente, por la frecuencia con que me tropiezo con seres humanos que tienen un tan elevado concepto de sí mismos. Los psicólogos dicen que se trata de una manera de disfrazar la inseguridad, puede ser, pero habrían de ver el esmero en el disfraz que gastamos por estas tierras.


Yo, que no voy sobrado de amigos, ni de aprecio por los que conservo, a éste lo estimo de manera inevitable y especial, por dos características que nos prestan una complicidad rayana en la de los gemelos (aquéllos que golpeaban dos veces).

Una es la incontinencia verbal, es deslenguado, patán y grosero como yo querría ser si no tuviera tantas inhibiciones: el otro día íbamos a cruzar un paso de peatones y el apresurado carro del audiota de turno nos levantó el doble del pantalón y nos aireó los calcetines. El Resentido vociferó: “¡Este pueblo está lleno de hijos de puta!” Y, al reparar en un escandalizado viandante, redondeó: “yo mismo, sin ir más lejos”.

Otra es la necesidad de agradar al auditorio diciendo toda clase de paridas, juegos de palabras y chistes desustanciados y viejunos, hasta el punto de verse incapacitado para llevar una conversación, no ya seria, sino siquiera normal. A mí me ocurre otro tanto: en las dos o tres cenas de carácter más o menos social a las que he acudido esta temporada, he advertido como la conversación se bifurcaba: los de mi derecha hablando, por ejemplo, de si el Atlético de Madrid repetirá título de Liga (parecían de acuerdo en que no) y los de mi izquierda hablando de la posibilidad de que Podemos (valga la redundancia) gane las próximas elecciones generales (parecían de acuerdo en que tampoco). En medio, como un marciano náufrago, yo sacaba la antena, sin saber hacia qué lado inclinarme… ¡Para decir una parida, claro!

Las chorradas del Resentido, hacen gala de un pesimismo acerbo: hay crisis porque nos pusimos todos a fabricar puros mentolados y al final, claro, hubo que cerrar los estancos. La corrupción, según él, no la atajan los jueces porque su patrona es Nuestra Señora del Cohecho, la del Inmaculado Berberecho. Si una fémina le cae mal (cosa frecuente, pues es bastante misógino), dice que es una prostipeja, añadiendo otros títulos como Rufina Rufiana o la marquesa de Culorrugoso. A los que aprovechamos los ratos libres para pasear por la web, nos llama ciberzotas. A los aficionados a la ópera, les comenta que deben escuchar el aria del triángulo. Si uno descuida su aseo, lo llama transpirata. Cuando se refiere a una relación física, habla de amor cerdadero. O va y entra a una tienda y, como es diabético, pregunta si tienen miel sin azúcar. Es infatigable.


A veces dispara contra sí mismo: “yo no escribo nada, porque tengo tantas faltas, que lo mío es abortografía”. Su mayor deseo sería que se le ocurriera la chorrada madrina. Y se muestra animoso porque, según él, el fin del mundo aún no ha terminado.

Un figura. Si se digna leer esta entrada, lo hará lleno de autocomplacencia y, cuando me vea, me dirá: no has puesto aquella vez que esa especie de predicadores se nos pusieron tan pesados y les solté: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de tu culo, que una aguja entre en el reino de los cielos”... Porque su fuerte es la incorrección política y religiosa, tal vez, a estas alturas, un efecto secundario del franquismo (eso sí que fue terrorismo yihadista, afirma el nota).