martes, 7 de abril de 2015

Ascensión A Mondotó

Conforme nos va cayendo encima el lastre ineludible de los años y nos vemos aligerados de energías y de “reprise”, va quedando un elenco más reducido de excursiones y ascensiones: ya sólo nos atrevemos con los picos más bajitos y, aun éstos, nos salen respondones y nos echan encima una considerable carga de fatiga.

 
El fin de semana pasado, un numeroso (y nutrido) grupo de amigos (con niños, aunque sin mascotas) nos acercamos en un par de vehículos a Nerín, por la carretera que remonta el cañón de Añisclo y llega literalmente a donde Cristo dio las tres voces.

 
En una pista que accede al caserío diminuto del citado pueblecito de Nerín, antes de una valla que restringe el tráfico rodado a los territorios del Parque Nacional de Ordesa, dimos en aparcar con la intención de ponernos las botas (en sentido literal).

 
Un camino de ladera, bien señalizado, arranca a la derecha de la pista, ganando rápidamente altura. El trazado es bueno y es casi imposible perderse. La ascensión no es muy larga, ni incómoda, aunque sí bastante dura, debido a que la pendiente no afloja ni ese instante que te permitiría recuperar el resuello. Son casi ochocientos metros de desnivel a palo seco, sin una sombra, sin un descanso que no sea el que te quieras tomar.

 
El camino pedregoso, entre matorrales, llega a un collado que aboca a una ladera herbosa, donde aquí y allá hay neveros, o se insinúa un lapiaz y piensas, ya estoy salvado, esto se acaba, ya estamos llegando. ¡Y una leche! Bienvenido a la inclinada pradera interminable: sigue picando para arriba, para arriba…

 
Como si fueras en un helicóptero que remonta el vuelo, aparece ante tus maravillados ojos el macizo de Monte Perdido enfrente, parecería que extiendes la mano y lo puedes tocar. Con mucha nieve aún. Precioso.

 
Cuando estaba a punto de arrojarme al suelo y encomendar a los más jóvenes (todos los demás) que siguieran sin mí, zas, se abre un acantilado descomunal: abajo está el cañón de Añisclo y enfrente las paredes de las Sestrales: hemos llegado, el mundo se acaba aquí.

 
La sensación aérea es impactante: como soy un tanto prudente (tres puntos por encima de precavido y sólo uno por debajo de gallináceo), no me acerco en exceso (ni falta que hace). Un extenso muestrario de rapaces vuelan por encima de nosotros, por al lado y por debajo (inmersas en el cañón). Más vale que me calle y deje hablar a las imágenes de la belleza del panorama.






 
Reponemos fuerzas con un refrigerio y bajamos. Otro par de horitas, estas más descansadas por motivo de la pendiente, ¡cuánto hemos subido!

 
Aunque, dejando a un lado exageraciones, para una persona en forma, es una excursión tan sólo de una mañana: se puede bajar a comer a Nerín. De todas maneras, aquél que quiera ir, que no lo deje para el verano: la loma es muy soleada e imagino que dentro de un par de meses, o se sale muy temprano, o se corre el riesgo de sufrir una completa evaporación, porque no es terreno muy elevado (entre 1150 y 1950 metros se transita, más o menos).

 
Para todo tipo de amantes del senderismo, ésta es una excursión fácil y con una excelente relación esfuerzo/recompensa. Lo único que te puede disuadir es una larga aproximación en automóvil.
 
Hasta aquí hay que subir. Desde la izquierda, claro.
 

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