domingo, 31 de mayo de 2015

Ay, Ese Himno Sin Letra... 2

Los medios, según su orientación ideológica o empresarial, alentaban o reprobaban el ya tradicional espectáculo que se nos preparaba anoche a los aficionados al fútbol: el de la pitada masiva a los símbolos del actual “marco de convivencia”, por parte de las multitudes inflamadas por los repartidores de chuflos y los promotores de rechiflas. Así, pude leer en internet:

La libertad de expresión fue el argumento que esgrimió Ada Colau, candidata a la alcaldía de Barcelona por el partido Barcelona en Comú, ganador de las elecciones municipales en la ciudad. "En democracia es esencial la libertad de expresión siempre que sea de forma pacífica. Harían bien en preguntarse el porqué de las protestas y los abucheos", expresó Colau.

 
Olé por el becario del periodismo que redacta para la versión digital de El País y olé por “La Niña de los Escraches”, futura alcaldesa de Barcelona, expresándose en su línea (férrea), impartiendo como siempre lecciones de democracia (como falta de respeto al adversario político, en tanto no sea posible su eliminación física). Imaginen, pero muy remotamente por favor, que yo apruebo y participo en las protestas gratuitas y abucheos viscerales contra, voy a definirlo de la manera más atolondrada e irresponsable que se me ocurra, “la chusma que ha votado a semejante pazpuerca, contra la barragana en sí y contra todo lo que simboliza semejante caterva de gentuza”. Uso el entrecomillado para hacer notar al lector la carga de bajeza inherente a tan viles insultos a un colectivo englobado de manera artificiosa y a una individua a la que se hace representativa de todo lo que uno, en su estolidez y ceguera, odia de modo tan absurdo como irracional.

Pues sáquense conclusiones. En simetría perfecta, este edificante espectáculo de masas se nos ofreció anoche, en la final de la copa de fútbol de un país que no se respeta a sí mismo, entre clubes cuya incoherencia les lleva a participar en competiciones por cuyas formalidades y tradiciones sienten un profundo y vandálico desprecio.

 
Las multitudes exacerbadas pueden en su desenfreno pitar y abuchear a quien les disguste, cortar la cabeza de un rey, matar a las hijas impúberes de un zar o desfilar marcando el paso de la oca. Las multitudes son así, ¿quién podría pedirles responsabilidades? Pero claro, aquí son los supuestos responsables los que reparten silbatos, azuzan y justifican, disfrutando de la más cómoda y fantástica impunidad. Hoy he oído en la radio que se va a reunir la Comisión Antiviolencia para estudiar medidas de un eventual brindis al sol. Oigo a mi amigo el Resentido decir burradas: “Que se apunten, la temporada que viene a la Copa De Su Puta Madre y ahí, sí, que silben a gusto y con motivos”. Mi amiga la Conciliadora, que además es del Barça y disfrutó con el primer golazo de Messi, me hace en cambio reflexionar: “Fíjate si es sólida nuestra convivencia y está asentado nuestro espíritu democrático, que una manifestación así puede ser aceptada con la mayor naturalidad, es el modo que permite integrarse y participar a la gente disconforme”. Yo, sin embargo, no las tengo todas conmigo y me pregunto qué mueve a esta obstinada persecución de los símbolos del común. Se me ocurren varias posibilidades, a cual más nefasta:

 
¿Es un modo de manifestar una especie de odio étnico? ¿De marcar una supremacía de las comunidades ricas de nuestra Liga Norte sobre el casposo sureño, más dado a identificarse con semejantes símbolos? ¿Es una protesta contra un Estado opresor que no les deja ser lo que son, los más ricos, los más cultos y los más socialmente avanzados de la península? ¿Es un recurso para dar mala imagen en el exterior, donde pensarán que somos una monarquía bananera o, por lo menos, el hazmerreír internacional? ¿O son simplemente ganas de chufla y de pasarlo bien a costa de la inanidad ajena? Nadie me va a sacar de dudas (porque la duda es consustancial a la democracia), pero en el último caso planteado llego a la conclusión de que “La Niña de los Escraches”, la monja friki, el Dioni y Carlos Fabra SÍ NOS REPRESENTAN.

Por cierto, hoy ha vuelto a sonar ese himno sin letra en Milán, frente al podio del Giro. No ha habido silbidos ni abucheos. Contador lo ha escuchado con evidente respeto y, hasta Fabio Aru que es italiano, ha descubierto su cabeza, tal vez por la deferencia que caracteriza a un señor.

 
Las multitudes no aprenden nunca. Algunos de sus más deshonestos instigadores se encargan de ello.

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