martes, 19 de mayo de 2015

Sumisión - Michel Houellebecq

Tenía muchas ganas de leer la última novela de este impagable provocador, novelista y francés que, como mínimo, es garantía de una malsana diversión intelectual y, fiel a su costumbre, no me ha defraudado, aunque, a tenor de la polvareda levantada, me esperaba unas fabulaciones más pérfidas y contundentes del polémico y escurridizo Michel Houellebecq. Vamos, que contaba con divertirme más y, en lugar del humor sarcástico y la sorna hilarante que preveía, me he topado con una obra seria y, hasta cierto punto, circunspecta, que me ha hecho reflexionar más de lo que tenía pensado hacerlo este fin de semana.

Después de la apología del puterío desplegada en “Plataforma” y de las agudas y mordaces apreciaciones acerca del arte actual expuestas en “El mapa y el territorio”, mi intoxicador favorito se descuelga con una novela de política-ficción concebida para tocar las pelotas, tanto a occidente, como a oriente (próximo y medio), una breve fábula de contenido explosivo, que tuvo un desafortunado cruce con el cruento suceso del atentado a Charlie Hebdo, un hecho que la ha condenado a pasar un poco de puntillas para no echar más leña al fuego. “Sumisión” transcurre en el futuro inmediato, es una especie de “1984” pero con el plazo más corto. Dentro de unos años, o acierta o estará más pasada de moda que “Regreso al futuro II”, en la que viajaban a un 2015 donde los coches y los monopatines volaban y las zapatillas se ataban solas, ya te digo.

 
Francia, 2022. Elecciones presidenciales, segunda vuelta, quedan dos candidatos: Marine Le Pen por la extrema derecha y Mohammed Ben Abbes por la Hermandad Musulmana. Éste, con el apoyo de la izquierda y de los viejos republicanos laicos de derechas, será elegido Presidente de la República y dará comienzo al proceso de islamización de Francia. Tal es el marco de referencia de la narración y, conociendo los tics del bueno de Houellebecq, uno teme (o espera) que semejante escenario dé lugar a las más disparatadas y feroces elucubraciones. Pero, ay, es entonces cuando el autor decide ponerse comedido y serio, y se embarca en enjundiosas reflexiones sobre la fe religiosa, la educación, las cuestiones morales y el devenir histórico. De la prevista astracanada corrosiva e hilarante, pasamos a embarcarnos en un texto donde un ponderado Houellebecq quiere hablar de creencias, de costumbres, del cambio político y de la decadencia y el suicidio de la Francia nacida a partir de 1791, la Francia individualista, racionalista y laica que, según el autor reitera, está completamente acabada y vacía, cediendo de este modo ante la pujanza de unas convicciones mucho más fuertes.

 
Hay mucha elipsis, mucho pasar de puntillas, pero también mucha elucubración expuesta en forma de conversaciones entre el narrador/protagonista y sus colegas, profesores universitarios de letras o de humanidades en la Sorbona… El narrador escribe en primera persona y es, desde luego, como siempre, Houellebecq: alguien con ciertos privilegios y desahogo económico, desencantado y cínico, cultivado, misántropo y, por supuesto, obsesionado (o lo siguiente) con el sexo, sexo con las alumnas, sexo con profesionales, sexo solitario…

Cuando el régimen de Ben Abbes se instala en Francia, el profesorado universitario es obligado a convertirse al islam o jubilarse, con una buena pensión, eso sí, para eso están las petromonarquías. Nuestro hombre, en principio, goza de esta dorada exclusión y da en peregrinar, por ver si es capaz de aclararse o posicionarse ante los nuevos tiempos y sus cambios. Resulta que el protagonista (un Houellebecq más cauteloso, algo más sociable y aparentemente menos cáustico que muchos personajes de sus novelas anteriores) es un erudito, especialista en Huysmans, autor francés del siglo XIX que yo, soy así de ignorante, no había oído ni nombrar.
 
 
Este Huysmans, a finales de su vida, pasó por la experiencia de una conversión al catolicismo más místico; así que el protagonista, como antes Huysmans, su admirado maestro, se acerca a la vida monástica y a la devoción cristiana por ver si algo externo sacude su espíritu, pero esto no le ocurre, no se le aparece la Virgen ni nada parecido. Tras muchas meditaciones a caballo entre la metafísica y la geopolítica, regresa a París y… Hasta aquí puedo leer, que decían en el `programa “Un, dos tres, responda otra vez”, pues mi intención es recomendar muy mucho esta novela y no hacer un “spoiler”, como suelo.

Es un libro aún más erudito y mucho más francés de lo que es usual en Houellebecq, los que somos ajenos a la compleja vida intelectual y literaria del país vecino, aquí tropezamos con alguna dificultad más de las habituales. Por otro lado hay mucho de lo genuino y característico del autor: El pesimismo más desencantado respecto al humanismo occidental.

El menosprecio y la rechifla hacia la izquierda política y las ideas que eclosionaron en la Francia del 68.
Ver http://elpais.com/elpais/2015/01/14/opinion/1421240807_797267.html, para advertir como la izquierda, a su vez, se ofusca con él.

 
La acidez crítica hacia determinados aspectos de la cultura musulmana, aunque aquí está muy atemperada, pues siempre se nos presenta un islamismo muy tolerante y moderado en las directrices del presidente Ben Abbes.

Y ante todo, sexo, sexo desde el punto de vista más estrictamente masculino. Encantado con el regreso al patriarcado y la sumisión de la mujer preconizados desde el nuevo régimen, Houellebecq pondera sin recato las ventajas de la poligamia ¿o es su última ironía? Todo en el libro es algo ambivalente, atendamos al autor/protagonista en su regreso a París:

“Pero era sobre todo el propio público el que había cambiado sutilmente. Como cualquier centro comercial –aunque por supuesto de forma menos espectacular que los de La Défense o Les Halles– el Italie 2 atraía desde siempre una cantidad notable de mangantes: habían desaparecido por completo. Y la vestimenta femenina se había transformado, lo sentí de inmediato sin lograr analizar esa transformación; el número de velos islámicos apenas había aumentado, no se trataba de eso, y me llevó casi una hora de vagabundeo comprender, de golpe, qué había cambiado: todas las mujeres llevaban pantalones. La detección de los muslos de las mujeres y la proyección mental reconstruyendo el coño en su intersección, proceso cuyo poder de excitación es directamente proporcional a la longitud de las piernas desnudadas, eran en mí tan involuntarias y maquinales, genéticas en cierta forma, que no había tenido conciencia de ello inmediatamente, pero ahí estaban los hechos: los vestidos y las faldas habían desaparecido. También se había extendido una nueva prenda, una especie de blusa larga de algodón, hasta medio muslo, que eliminaba cualquier interés objetivo por los pantalones ceñidos que algunas mujeres hubieran podido lucir; en cuanto a los shorts, evidentemente ya no había más que hablar. La contemplación del culo de las mujeres, mínimo consuelo fantasioso, también se había vuelto imposible. Por lo tanto, efectivamente se hallaba en curso una transformación; había comenzado a producirse un cambio objetivo. Unas cuantas horas zapeando en las cadenas de la TDT no me permitieron advertir ninguna mutación suplementaria, pero de todas formas, y desde hacía ya mucho tiempo, los programas eróticos de televisión habían pasado de moda.”

 
Genio y figura. 
  

No hay comentarios:

Publicar un comentario