viernes, 4 de septiembre de 2015

El Libro Negro - Giovanni Papini

Podríamos decir de este libro que es la segunda parte, o la continuación, de Gog. Sin embargo, es diferente en bastantes aspectos y, en mi opinión, es una lectura de mayor interés. No cambia, eso no, la estructura del libro: capítulos breves de una diversidad desconcertante, extraídos de un supuesto diario que, de modo desordenado, lleva el personaje, narrando sus experiencias, pensamientos, encuentros, viajes, distracciones y preocupaciones, un diario donde desfila de nuevo una muchedumbre de genios, heterodoxos, excéntricos, famosos, lunáticos… Una fauna variada, a veces real, a veces ficticia, que salpica al lector con todas las inquietudes y fruslerías, con todas las angustias y vilezas de la época.

Papini publicó Gog en 1931 y El Libro Negro veinte años más tarde, años éstos de los que, los primeros, hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, constituyen, para el autor y para varias decenas de millones de víctimas, una de las etapas más desesperanzadoras y negras de la historia de la humanidad: los totalitarismos, la guerra, los campos de exterminio, la bomba atómica… Acontecimientos espantosos y, para un humanista cristiano como es Papini, indescifrables. Y es que, desde luego, no parece fácil comprender un plan divino de Redención en semejante desastre: no siendo cristiano, no me tengo que esforzar lo más mínimo, el caos y el horror del mundo es tal cual es, pero el apasionado autor italiano se debate entre la íntima fe y el atroz despropósito circundante. Este hálito de ortodoxia religiosa sopla en los recodos de casi toda la obra: no es que Gog, como personaje, se haya convertido en un Padre de la Iglesia o algo así, pero tiene en cuenta el peso de creencias que, en la primera parte le eran, por decirlo suave, ajenas.

 
¿Y en qué se refugia el ahora hipersensible Gog de la tempestad de fuego y lodo que está cayendo…? Hombre, para empezar, es rico y aunque “los ricos también lloran” el dinero es una defensa eficaz contra los más tremendos asaltos de la calamidad colectiva. Pero el refinado señor Gog encuentra un valioso refugio en las artes y en las letras: este es un libro donde la presencia de lo “literario” es abrumadora, así que si no te estudiabas bien los autores en la asignatura correspondiente, vas a ir un poco perdido.

Como en la anterior entrega, la curiosidad de Mr. Gog le lleva a entrevistarse con los hombres más relevantes de su época: abre el libro con un ficticio encuentro con Ernest O. Lawrence, un físico considerado el “padre” de la bomba atómica. “¿Qué experimenta usted, mister Lawrence, ante el pensamiento de los estragos debidos a su descubrimiento, y de los otros, quizá más vastos, que sobrevendrán en el futuro?” Siguen reuniones apócrifas con Molotov (“vuestros gobiernos, impulsados por la necesidad de las cosas, están preparando en sus propios países un embrollo de «controles», vínculos, planes económicos, intromisiones burocráticas y estatales, que concluirán por crear en todas partes regímenes del tipo colectivista y conformista, los que a su vez no diferirán mucho del tan temido comunismo”), con García Lorca, que habla de toros (“la corrida es la representación pública y solemne de esa victoria de la virtud humana sobre el instinto bestial”), con Dalí (“estoy dando vuelta al mundo que todos conocen a fin de mostrar la otra parte”), con Picasso (“poco a poco, a medida que las nuevas generaciones se enamoren de la mecánica y de los deportes, se vuelvan más sinceras, mas cínicas y más brutales, dejarán el arte en los museos y bibliotecas, como restos inútiles e incomprensibles del pasado”), con Marconi, Huxley o Hitler (“mi infelicidad es tan grande que un día u otro provocaré una guerra, más terrible que la anterior, a fin de salir de la caverna de mi secreta miseria”), entre otras celebrities del pasado. Como ves, se trata de una especie de Disneylandia del mundo cultural y político de ochenta años atrás. Si te van las atracciones del pensamiento, la creación artística y tal, la diversión está asegurada.

 
Pero lo novedoso en El Libro Negro es que el protagonista se embarca en el coleccionismo: adquiere manuscritos inéditos de los más grandes escritores del pasado. Y Papini tiene el acierto, la osadía o el morro de imitar, suplantar o parafrasear a Cervantes, Goethe, Tolstoi, Walt Whitman, Unamuno, Victor Hugo, Stendhal, Kafka y, en fin, casi toda la pandilla de las letras de molde (claro que, para eso, cuenta con una prosa magnífica, potente y limpia). El intento planteado es el colmo de la mistificación y… hombre, no se le da del todo mal, hubiera sido un buen falsificador de papel moneda.

Pese a que la riqueza y variedad de propuestas es embriagadora, algunas tan condensadas como flashes, hay capítulos que podrían haber pertenecido a su anterior “Gog”, por su extravagancia (La fábrica de novelas, El pianista célebre, El congreso de los Panclastas, son soberbios), por su horror (El mercado de niños), por su misoginia (Las Venus feas, El masculinismo), pero aquí aparece un palo nuevo de apuntes muy reaccionarios que, sin embargo, tienen un carácter entre ingenuo y delicioso (El atontamiento progresivo, La conversión del Papa, el Neocosmos…) Alto ahí: si tu tiempo o paciencia son escasos y solamente puedes darle una oportunidad a esta obra, tan magnífica como obsoleta, no te pierdas el capítulo de Los vendedores de imposibles. Yo anduve soñando como un iluso, durante años, con lo que se propone en este breve y chocante relato.

 
Italiano como el amaretto. Te adjunto un enlace para que te bajes el libro y sus erratas, porque creo que A) merece la pena y B) No se encuentra así como así. 
  

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