martes, 3 de noviembre de 2015

La Capilla Sixtina Del Expresionismo Abstracto 2

Ante el éxito masivo (casi tres lectores) de la entrada “La Capilla Sixtina Del Expresionismo Abstracto”, publicada en noviembre de 2012, cuando este blog proyectaba dedicarse a rescatar del olvido, la indiferencia y la incomprensión a relevantes artistas plásticos del siglo XX, volvemos a la figura, apenas conocida y muy poco valorada, de Gennady Artayev.

Como sabemos, el genial pintor kazajo consagró su existencia al cultivo del expresionismo abstracto y topó con la insensibilidad, el desprecio y el ánimo hostil de las autoridades soviéticas, cuya inquina destruyó, por acción u omisión, la práctica totalidad de la obra incomparable de este francotirador de la pintura no figurativa, siendo poquísimos las muestras de su talento descomunal que han llegado hasta nosotros, preservadas de la labor destructiva de sus, tan concienzudos como poderosos, enemigos.


Ignoramos por qué medio llega Artayev, a mediados de 1988, a la ciudad de Nueva York, capital artística del mundo occidental, también llamado “libre” en honor de sus taxistas. El pintor contaba con algunos admiradores en la metrópoli neoyorquina, que habían facilitado su salida de la agonizante URSS, con la intención de que el talento del genio pudiera ser exprimido económicamente en el hipermercantilizado mundillo artístico de la Gran Manzana.


Sin contar con que Artayev, en aquella época, ya estaba sordo, completamente alcoholizado y sufría delirios paranoicos (no tan controlables mercantilmente como los de Dalí), los que le habían brindado su apoyo se toparon con que no era un animal de galerías artísticas: las dimensiones de unos bocetos que el artista llevó a cabo en las tapias de una fábrica abandonada en Queens, desanimaron a los que proyectaban una exposición en la Forum Gallery.


El menor de sus once bocetos se extendía por un muro de 8 por 15 metros y el artista se había obstinado en que aquello eran miniaturas en escala 1:16, con lo que las obras definitivas, además de tener un coste material conjunto similar al del Taj Mahal, no cabrían en sala alguna, en el muy dudoso supuesto de que algún galerista o promotor se aventurara a tratar con aquel chiflado, que bebía a morro de una botella de alcohol metílico y se caía continuamente, ora por las trompas, ora por los vértigos, de las cestas elevadoras alquiladas para permitirle pintar las partes altas de sus ciclópeos murales, en algunos de los cuales fue necesario también alquilar camiones cisterna, provistos de mangueras, con las que se daban fondos grumosos, imprimaciones y capas de pintura muy espesas.


Por otra parte, su salud iba de mal en peor y el golpe definitivo se lo dio la empresa Fudge & Cobblers Ltd. que compró la fábrica donde Artayev estaba pintando sus bocetos, obtuvo todos los permisos y derrumbó los muros de la gigantesca factoría, sobre la que el artista no tenía derecho alguno, para construir viviendas sociales, dejando apenas tiempo de obtener testimonios fotográficos de los once bocetos. Los abogados de la constructora pactaron con los socios financieros de Artayev una indemnización de 800 dólares y éste convirtió su parte en vodka, lo cual le ocasionó un coma etílico que aconsejó su abandono en un hospital de la beneficencia.


Los socios protectores de Artayev trataron de enjuagar pérdidas imprimiendo camisetas con las fotografías de las obras malogradas, pero éste, a la salida del hospital, los demandó, consiguiendo que un juez dictaminara la destrucción de los stocks antes de ser distribuidos para la venta y la devolución de las fotografías originales al autor de las pinturas, el cual las extravió en el metro. Sólo quedó un lote, de talla XXL, que Artayev arrastró en su miserable vida posterior por las cloacas de la gran urbe. Le quedaban tan grandes, que parecía un sabanazas.


Sus protectores de antaño hicieron un último esfuerzo financiero para conseguir que una banda juvenil, por un módico precio, dispensara una paliza aceptable, con politraumatismos llevaderos (tarifa 6) al infortunado artista. Ese es el motivo de que uno de los bocetos muestre salpicaduras de sangre seca, al margen de la roña que todos comparten. Y es que las camisetas fueron halladas por un trapero en un solar abandonado de la calle 135 hacia el año 1994.


Tras la muerte de Artayev en 2008, sin familia ni herederos, hay que esperar todavía un par de años para que resurja el interés por su obra pictórica. Y no es hasta 2011 cuando se verifica la autenticidad de los bocetos impresos en las camisetas, ahora propiedad del fondo artístico financiado con donaciones de la empresa Fudge & Cobblers Ltd. que tasa cada ejemplar en 600.000 $, aunque a día de hoy, de ser subastadas en el mercado artístico, triplicarían esta suma.


Para su contemplación, facilitada en exclusiva por Entusiasco, hay que tener en cuenta que los bocetos se salvan en unos tejidos muy deteriorados por el rozamiento, el tiempo, el sudor y la mugre, donde no ha habido manera de recuperar la vivacidad y la belleza originales.


Sin dejar de mencionar que son reproducciones parciales de pinturas que cubrían paredes enormes, antes de su demolición. Seguimos sin tener suerte en lo referente a la conservación de la obra inmensa de este inmenso artista, Gennady Artayev, d.e.p.


No hay comentarios:

Publicar un comentario