jueves, 21 de enero de 2016

De Los Nombres De To' Cristo

La primera carga que los padres imponen a su vástago, aparte de la vida, es la de un nombre que, acertado o desacertado, será una gracia o una lacra, un adorno o un baldón que le acompañará toda su existencia.

Antiguamente, los nombres solían denotar pertenencia a un estrato social. Las clases altas, conscientes de la dificultad de la elección, hilaban largos nombres compuestos, para que el retoño o la retoña, alcanzada la madurez, usara del que le viniera en gana, teniendo un amplio muestrario procedente de los más variados ancestros y ancestras. Traigo aquí, a cuento de lo expresado, dos ejemplos hallados por mis infatigables investigaciones. Un varón de cuna ilustre, podía ser bautizado como: Ignacio Armando Leandro Tristán Leocadio de las Nieves y del Sagrado Corazón. Una damisela distinguida podía ser agraciada con el nombre de Sagrario Enriqueta Damiana Cristina Presentación del Señor.
 

Los pobres, por el contrario, solo gastaban un nombre. Si los progenitores eran prudentes o discretos, daban en un sencillo José, Juan o Antonio para el macho y María, Carmen o Pilar para la hembra y así ponían a ambos a salvo de ulteriores complicaciones, malentendidos o bochornos de aquellos que la originalidad de los humildes acaba acarreando casi siempre.

En este campo hay nombres cuya deliciosa obsolescencia me hace sonreír, ante la bizarría, la piedad insensata o la falta de cautela de algunos antepasados que usaron estos recios apelativos que, a día de hoy, se consideran decididamente arcaicos.
 

En la provincia de Teruel, conocí a una señora llamada Circuncisión, aunque usaban con ella el diminutivo Circun, éste para mí se lleva la palma como el nombre que me ha parecido más insólito. Otros que me han llamado la atención por su arcana singularidad, han sido: Sinforiano, Tiburcia, Venancia, Santiaga, Reparada, Policarpo, Restituto, Ulpiano, Mamerto, Práxedes, Gelsumina o Hermelando.
 

En nuestros días, los padres no son tan atrevidos y recurren a la seguridad infalible de las modas en vigor. En mis tiempos de docente me encontré, a menudo en una clase, con repeticiones, rayanas en la epidemia, de David, Daniel, Adrián, Alejandro, Vanesa y Jessica. A una muchacha de éste nombre (léase Yésica), le gasté la broma de contarle que unos padres, dudando entre poner a su hija Vanesa o Jessica, le pusieron “Vanésica” (y me dijo: ¡hala, qué feo!)
 

En la España del siglo XXI, las modas más asentadas son la territorial (entre padres autonómicos sensibles al hecho diferencial) y la exótica, entre los padres de las clases más desfavorecidas. A ésta última pertenecen los nombres que más me han llamado la atención en los últimos tiempos, sé que a alguno no le parecerán verosímiles, pero aquí están: Daglas, Brallan, Estifen o Estiven, Yónatan o Kevin Cosme (por homofonía con Kevin Costner). Si digo ahora que mis nombres favoritos se refugian en la sencillez de un Diego, Manuel, Ana, Julia o Alicia, como mi madre, les permito que me digan: “Ahí va, qué rancio”. A mandar.


Toda esta catarata de simplezas, me ha venido a raíz de consultar los nombres más frecuentes por provincias en los enlaces:
http://unadocenade.com/una-docena-de-nombres-de-chico-mas-puestos-en-espana/
 
Y no sacaré más conclusiones que las obvias: los nombres se van apegando al particularismo territorial y se van desapegando del santoral religioso, la historia sagrada y las fuentes tradicionales. Los mapas los he tomado de las páginas enlazadas. No están todos por no redundar.

 

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