domingo, 14 de febrero de 2016

Carnaval En Un Colegio De Hospitalet, Años 80

Aprovecharé el hallazgo de estas fotos, tomadas hace más de 30 años, para explicar mi vivencia subjetiva del Carnaval que, para mí, es la festividad más triste del año, superando en desolación y pesadumbre al día de Difuntos o al Viernes Santo.

 
Tengo que aclarar que procedo de un lugar sin la menor tradición carnavalesca.Sin duda, si me hubiera criado en Santa Cruz de Tenerife, en Cádiz o en Venecia, es posible que comprendiera un poco el sentido y el significado de la fecha.

 
Aunque la teoría me la sé: cuando los hombres tenían temor de Dios y la Iglesia imponía sus fieras restricciones a los deleites de la carne y al engañoso disfrute de este valle de lágrimas, había algunas válvulas de escape.

 
Por ejemplo, el pasado martes, 9 de febrero, martes de Carnaval, era la fecha límite para el disfrute de la vida. Al día siguiente, el 10, haría su presencia en el calendario el Miércoles de Ceniza, idóneo para recordar que “polvo eres y al polvo has de volver”. Y se acababa lo bueno, daban comienzo los 40 días de ayuno, mortificación y penitencia: entrábamos en Cuaresma.

 
Así el martes de Carnaval era la última posibilidad de transgresión, de abandonarse a un febril y atolondrado esparcimiento.

 
Cojonudo pero, ¿qué significado tiene ahora? ¿Qué transgredimos? Al no haber freno, tampoco sentimos la pulsión de un auténtico desenfreno… Hacemos lo de siempre, consumir disfraces, un atrezzo a la medida de las posibilidades de cada uno. Al no tener sentido más allá de las propuestas del Corte Inglés y de los locales de moda, no hay un verdadero motivo (ni tampoco una oportunidad singular) de disloque, ebriedad y orgiástico desorden.

 
Aún abundaré más en mis motivos de rechazo: los disfraces, aborrezco los disfraces, porque siempre he tenido un cierto problema de identidad. Es decir, si supiera quién soy, no sería mala idea abdicar durante unas horas o unos días de mi identidad y adoptar la de un arlequín, un canónigo, un superhéroe Marvel o una majorette…

 
Pero en una sociedad o en un tiempo que nos incapacita para ser algo, lo que seamos, cualquier destello que nos habitara o nos construyera… pues eso, acabo llegando a la conclusión de que no me voy a disfrazar de payaso, porque tal vez sea ya un payaso; ni de muerte, porque tal vez esté ya muerto; ni de mono, porque tal vez no haya evolucionado lo suficiente… y así, ad nauseam.

 
Un viento fresco y un sol oblicuo desangelan el patio de hormigón donde los niños desfilan confusos entre la identidad no alcanzada y ésta del momento, impostada y un tanto cutre. Así, donde me parece particularmente melancólica la fiesta de Carnaval es en un colegio. Este humilde y suburbano, donde estuve dando clase, se encarna de nuevo estimable a mis ojos, incluso en el desgarrador momento que las imágenes reflejan: su lejanía e irrepetibilidad, me han traído a un extraño Miércoles de Ceniza, hoy domingo.
 
 
"Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris" (Génesis, III, 19).


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