sábado, 6 de agosto de 2016

50 Años Girando El Tambor De Un Revólver

Por la prensa me acabo de enterar de que “Revolver”, el celebérrimo álbum de los Beatles acaba de cumplir 50 años. Fue publicado en Brexitlandia el 5 de agosto de 1966, yo estaba a punto de cumplir 13 años y solía ver un programa musical televisivo llamado “Escala en Hi-Fi”, donde hacían lo que hoy se llama playback (el término local “fonomímica” no tuvo eco alguno) con los éxitos musicales del momento. Con un poco de retraso, como era habitual por aquí, el impacto del sencillo “Yellow Submarine” hizo que durante quince o veinte domingos seguidos me tragara embelesado las imágenes de cuatro pavos haciendo como que cantaban, entre ocurrentes payasadas, el popular tema de los Beatles… Ocho años más tarde, habiendo conseguido un trabajo como pedagogo subalterno, pude adquirir el álbum en vinilo. Ya no estaba de moda, claro, pero lo escuché quinientas mil veces y aún lo conservo, como se aprecia en las fotos. Por cierto, la portada fue un icono de toda una generación: se trata de un collage en blanco y negro realizado con dibujos y fotografías por Klaus Voormann, que había tocado con el grupo a comienzos de los 60.


Durante un periodo, hacia el 2005-2010, tuve a Rate Your Music () como página musical de referencia, para la cosa de consultar e ilustrarme, y por aquel entonces, este “Revolver” era encumbrado por los usuarios de esta web al primer puesto de “mejor álbum musical de todos los tiempos”, lugar que ha perdido en beneficio de Radiohead y su “OK Computer”.


Me parece que lo que menos necesita el mundo a estas alturas es otra revisión pretendidamente crítica de “Revolver” (solo en la mencionada Rate Your Music hay más de 1200). No parece fácil pues desentrañar el misterio de este disco, así que me contentaré con unas cuantas ocurrencias subjetivas sobre sus desgastados surcos, la primera de las cuales es que no se trata del álbum de los Beatles que más me gusta: prefiero “Rubber Soul” que culmina su época flequillense y “Abbey Road” con el que despiden su época (a secas).



Dicho lo cual, no es ocioso añadir que la mayor parte de sus temas me alegrarían el día aunque sólo contara con ese motivo de felicidad y ninguno más. ¿Por dónde empiezo? Para mí siempre se ha tratado de un disco un tanto disperso: aunque los chicos del grupo están absolutamente poseídos por la gracia y la inspiración, parece que vayan tanteando dónde aplicar estos dos regalos de los dioses para hacerlos más presentes y tangibles… ¿En un cuarteto de cuerda de corte clásico? McCartney narra en dos minutos la desgarradora historia de la gente solitaria, retratando a la solterona “Eleanor Rigby”, cuando ésta recoge para consolarse el arroz arrojado en una boda. ¿En una melodía onírica? Escucha a John Lennon cantando las excelencias del sopor en “I’m Only Sleeping”. ¿En un rock desenfadado y experimental? Escucha al espiritual Harrison quejándose de los elevados impuestos en “Taxman” ¿En una balada romántica? McCartney canta un anticipo de lo que podrías escuchar cuando vayas al paraíso, si has sido bueno, en “Here, There and Everywhere” ¿Qué te gustan las cosas raras? Escucha la audaz y extraña prédica que Lennon se marca en “Tomorrow Never Knows”.



Acabo mucho antes si, de las catorce joyas musicales de esta corona, descarto las que para mí brillan un poco menos, que son sólo tres: “Love You To”, “She Said, She Said” y “Yellow Submarine”, ante ésta, que paradójicamente se hico la canción más célebre (¿o popular?) del álbum, tengo una actitud ambivalente: durante décadas me pareció lo más pachanguero, facilón e insubstancial de los Beatles, pero, de pocos años a esta parte, no deja de cautivarme su encanto ingenuo y psicodélico, que radica tanto en la letra como en la campechana dicción de Ringo, sin olvidar unos efectos de sonido a mitad de camino entre la inocencia y el delirio.


En el otro extremo, destaco una canción que habla de cuando el amor se acaba, “For No One”, y la pongo como mi favorita de esta cosecha del 66, no por nada en concreto: me saca del mundo y punto.



Aunque de pasada, señalaré dos fenómenos que el álbum pone de relieve. Uno es la sensación (subjetiva) de que, en esta grabación en concreto, el bueno de Paul McCartney parece el más inspirado del grupo. El otro es más sabido: a partir de este disco los Beatles ya no tocaron sus temas en conciertos en directo, limitándose a vivir de los réditos de sus grabaciones (mal les hubiera lucido el pelo hoy en día, ¿eh?). El caso es que un conjunto formado por dos guitarras, bajo y batería mal podía interpretar, por ejemplo, un tema como “For No One”, donde en el acompañamiento destaca el clavicordio y el solo se confía ¡a una trompa! Por no hablar de otros temas que se adornan con cintas grabadas y reproducidas al revés. Como conmemoración del aniversario, lo he escuchado hoy con atención (en Spotify) y me han parecido los 34 minutos mejor empleados de mi vida reciente.


Y como remate, un cover muy original, ¿o no? 


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