martes, 29 de noviembre de 2016

Agua, San Marcos, Rey De Los Charcos

Que en mi pueblo llueva, es casi noticia (la España seca, ya te digo). Que llueva mucho, es milagroso portento y la abundancia colma los charcos, fenómeno este que me gusta fotografiar. Y esta vez no tenía otra cosa a mano que el móvil, con su focal fija, no obstante intenté reflejar el cielo, con los resultados que se ven.


Y, cuando contemplo los charcos, me habita de nuevo el maestro de primaria que fui y no puedo evitar la tentación de enseñarte un poemita infantil muy conocido en mi pueblo, donde se usaba como nana, canción de corro y salmodia con la que nos confortábamos los espíritus simples. Es más primaveral que otra cosa, pero tendrá que valer para noviembre.



Porque igual en primavera no nos llueve:



Agua, San Marcos,
rey de los charcos,
para mi triguito
que está muy bonito;
para mi cebada
que está muy granada;
para mi melón
que ya tiene flor;
para mi sandía
que ya está florida;
para mi aceituna
que ya tiene una.
La ovejita y el pastor
lloviendo y con sol.



lunes, 28 de noviembre de 2016

Comenzar Con Buen Pie

Un amigo me envía una referencia de un artículo de Manuel Rodríguez Rivero, donde se habla de los comienzos de novela más aptos para despertar el interés del lector con un arranque sugestivo. Traigo aquí la cita literal:

 « ...Algún día tengo que escribir algo acerca de los incipit novelescos que más me han inquietado: por ejemplo, los de Anna Karenina, de Tolstói (“Todas las familias felices se parecen...”); Historia de dos ciudades, de Dickens (“Eran los mejores tiempos, eran los peores tiempos...”); Malone muere, de Beckett (“Pronto, a pesar de todo, estaré por fin completamente muerto..”); Mañana en la batalla piensa en mí, de Marías (“Nadie piensa nunca que pueda ir a encontrarse con una muerta entre los brazos...”); El extranjero, de Camus (“Hoy, mamá ha muerto. O tal vez ayer, no sé). Primeras frases como aldabonazos, que ponen al lector en guardia y prometen algo que, finalmente, dan. El principio de la novela maldita de Lawrence también está en esa lista: “Nuestra época es fundamentalmente trágica, por eso nos negamos a tomárnosla trágicamente”... »



Mi amigo opina (y le doy la razón) que el artículo es flojo, la selección de inicios tópica y, particularmente, que el comienzo de la novela de Marías es catastrófico, dado lo cual, mi colega apostilla: “Para que luego digan que no es suficiente con leer el primer párrafo para hacerse una idea de lo que dará de sí una novela. ¡Y hasta un escritor!”



Inmerso en lo tópico y lo previsible, me pregunto: ¿cuál es, para mí, el mejor arranque de una novela que yo haya sido capaz de leer? ¿El de Orgullo y Prejuicio, de Jane Austen? ¿El de Don Quijote de la Mancha?... No, ya lo sé:



«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo... »


 “Cien años de soledad”, de Gabriel García Márquez. Can you beat this?



domingo, 27 de noviembre de 2016

Día Del Maestro 2016

Abro el Buscador de Google para ver si aún perdura el interés que he suscitado (como consumidor) con motivo del Black Friday, que me ha llevado a recibir más de cien correos interesándose por mi salud, mi bienestar, mi comodidad y mi calidad de vida, un desvelo inaudito si considero que hace casi tres meses que solicité una revisión de oftalmología en el mejor sistema sanitario del (tercer) mundo y aún estoy sentado, esperando respuesta... Dejo de divagar: abro Google y me encuentro un simpático “doodle” con lapiceritos que me recuerda que es el “Día del maestro”, cosa que, al hallarme retirado, había olvidado por completo.

El dibujo que me regaló Álvaro

En el paseo matutino le doy vueltas al tema: con un punto de melancolía y dos de amargura, me pregunto ¿por qué me hice maestro, en lugar de carnicero, delineante o electricista? ¿Tenía vocación? (Porque hace falta, palabra) ¿Fui un buen profesional?... A la primera pregunta, respondo con un casi obvio “porque me gustaba la escuela”, recuerdo con afecto y admiración a mis maestros, don José en Sabiñánigo y don Eusebio en Jaca, evoco con cariño la Enciclopedia Álvarez... Y la balanza se inclinó al final porque me dieron una beca (30.000 pesetas de 1969) que me posibilitó estudiar en la Escuela Normal de Zaragoza... Y no, no creo que tuviera vocación, ni que, sobre todo al principio, fuera un buen profesional, aunque “malmetiendo se aprende” y, con obstinación y paciencia, cualquiera puede llegar a hacer cualquier cosa, excepto pilotar un avión.


Pintura mural 1

Pintura mural 2

Consultando aquí y allá, accedo a un “Decálogo del maestro”, fruto de la experiencia pedagógica de la poetisa chilena Gabriela Mistral; como me hubiera gustado suscribirlo y haberlo tenido presente, lo comparto aquí:


Los ojos de Pilar

"Ama... Si no puedes amar mucho, no enseñes a niños.
Simplifica... Saber es simplificar sin restar esencia.
Insiste...Repite como la naturaleza repite las especies, hasta alcanzar la perfección.
Enseña... Con intención de hermosura, porque la hermosura es madre.
Maestro...Sé fervoroso. Para encender lámparas has de llevar fuego en el corazón
Vivifica... Tu clase. Cada lección ha de ser viva como un ser.
Cultívate... Para dar, hay que tener mucho.
Acuérdate... de que tu oficio no es mercancía sino que es servicio divino.
Antes...de dictar tu lección cotidiana, mira a tu corazón y ve si está puro.
Piensa...en que Dios te ha puesto a crear el mundo del mañana."


El selfie de la clase

Aunque a veces tengo lúgubres pesadillas relacionadas con la profesión que desempeñé durante 40 años, guardo un montón de buenos recuerdos, tantos que llenarían 200 entradas como ésta; ante la imposibilidad de convocarlos todos, me voy a decantar por dos de los malos, sabiendo que este proceder tiene más morbo y más gancho:


Colegio Menéndez Pidal L'Hospitalet

Si bien el “Día del maestro” se celebra en honor de San José de Calasanz, fundador de las Escuelas Pías y nacido a poco más de 20 kilómetros de aquí, yo tengo un mal recuerdo de su empresa: a los seis años me llevaron a los escolapios de Jaca, donde el padre S. me hacía llenar una doble página diaria de palotes. Yo le había dicho que ya sabía leer y escribir, lo cual era cierto, pero no parecía impresionarle en absoluto. Él se concentraba en la corrección: yo iba a su mesa con mis palotes y él sacaba un martillo (con mango y cabeza de madera, menos mal) de su cajón. Repasábamos los palotes y, por cada uno que hallaba torcido, me daba un “afectuoso” martillazo en los parietales. Menos mal que mis padres olvidaron de pagar las cuotas y, al cabo de tres meses, me despidieron de semejante institución, yendo a parar a las Escuelas Nacionales, donde ya no tuve ocasión de atesorar experiencias similares.


Colegio Menéndez Pidal L'Hospitalet años 80

El otro recuerdo inmundo data de 2010, cuando el ineptísimo mandamás del Ejecutivo nos rebajó un 5 % nuestras ya no demasiado fastuosas retribuciones. Pudimos seguir comiendo, claro; mucha gente perdió su empleo y lo pasó peor que los maestros en tan señalada crisis, por supuesto... Pero, amigo, si tú crees que cobras un salario por tu trabajo, algo con lo que se tasa monetariamente tu esfuerzo y resulta que lo que percibes es un obsequio, más o menos generoso, según el César de turno, pues claro, tienes que mover tu punto de enfoque, tu criterio y tu valoración de tu desempeño: ahora resulta que eres la mantenida del gobernante X.
Y ya no le das tanto gusto.

sábado, 19 de noviembre de 2016

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles. Novela Completa

Hala, ya está. Al fin, tras ímprobos esfuerzos (ímprobos en su doble acepción de deshonrosos y agotadores), he conseguido acabar la novela que prácticamente he escrito en directo en este apartado rincón de la más incorruptible y radical bloguemia (bueno, tanto radical, como radiarena, una de cada).

Comencé a publicar el relato por entregas en este blog, el 16 de abril de 2013, tomando como base unas notas encontradas en un cuaderno que empecé a escribir allá por los años 80. En el capítulo 6 se me habían acabado las notas manuscritas, los recursos y la inspiración, pese a todo seguí adelante y, hace unos días, pude completar la himphamia.


Como alguno de los escasos lectores que semejante evento narrativo ha tenido, me han observado que el relato gana enteros si se lee todo seguido, en lugar de a trozos volublemente publicados cada tres o cuatro semanas, me he decidido a reunirlos en un libro (electrónico, por supuesto) y a lanzarlo al mercado al imbatible precio de 0.00 €. Si se vende bien, igual me animo a revisarlo y a corregir algunas erratas y otros errores que he detectado.




Y como se trataba del vector más enérgico de estas páginas y ha llegado a su fin, me veo en la obligación de asegurar que este blog continuará, como hasta ahora, en la más absoluta deriva (“comprometidos con la inoperancia”), llevando mis cada vez más escasas y desorientadas ideas y maquinaciones hasta la pantalla del seguidor, si lo hubiere. Se me había ocurrido comenzar ahora un manual de autoayuda, tal vez con el título de “Manual Del Perfecto Miserable”, o un ensayo filosófico-sociológico “Retrógrados Contra Gilipollas” que ya he empezado a esbozar, aunque no puedo prometer nada.


Si sospechas que la novelita puede hacerte pasar un rato agradable y entretenido (yo creo que sí, aunque solo se trata de mi fe, sin más evidencias) aquí te pongo la dirección, es un enlace que te lleva a “La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles”, íntegra en los formatos de e-book más corrientes. Eliges el archivo, te lo descargas y lo puedes leer en cualquier dispositivo, hasta en el móvil si tienes buena vista.


Libro PCETBeatles.epub
Libro PCETBeatles.fb2
Lbro PCETBeatles.mobi

Si no te ha gustado, en los comentarios puedes echarme en cara sus fallos: por una vez puedo decir que son íntegramente responsabilidad mía.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles ...y 63

38.  RACIMO DE CODAS
Iluso de mí, creí que Nines había regresado a Jaca empujada por una nostalgia que yo compartía, creí que había venido empujada por la misma añoranza, por la misma atracción que a mí me había tenido cerca de un año secuestrado. Pero no era así.


Un Teo obsequioso y deferente, delicado y galante, servicial y generoso, en resumen, un Teo que nunca había existido y que yo tuve que inventar sobre la marcha, a golpe de pura tenacidad, tardó casi otro año en reconquistar su afecto y su confianza. Habían surgido dos nuevos obstáculos: una recién constituida patrulla de moscones (el menos peligroso de los cuales era Satué), con la que no había tenido que lidiar la vez anterior y es que ahora Nines sabía sacarse el olor del pescado, aderezarse como una verdadera señorita y conseguir que las miradas la siguieran; hasta yo me daba cuenta de que, de no haber estado enamorado, igual me hubiera parecido una preciosidad… Y por otra parte, la niña había aprendido a coquetear, a hacerse valer, a dar largas, a crear y alimentar expectativas sin comprometerse. Durante meses estuve sometido a una tortura que muchos conocen y que les haría preferir una negativa extemporánea y rotunda, antes que esta mezcla de esperanzada incertidumbre y angustioso suplicio.



A comienzos de la siguiente primavera, una Nines muy formal se avino a salir conmigo “otra vez en serio”. Quiero pensar que no tuvo que ver con su decisión el hecho de que me había sacado el puesto de auxiliar, promocionando mediante unas pruebas que llevaba mucho tiempo preparando: ahora me tiraba todo el día en la oficina rellenando recibos, asientos, formularios, pagarés, letras y otros papeles que al final de la jornada pasaba a la firma paternal y ampulosa de don Gustavo, mientras los recaditos del ordenanza, cafés incluidos, los llevaba a cabo un desastrado chaval que había ingresado en la plantilla y era él y no yo quien compartía las correrías de botones con Satué, con el que por cierto hizo muy buenas migas.



Y el chinchorrero de Satué, lejos de reconocer que andaba algo estancado, no perdía ocasión de manifestarme su rencor, por Nines, por mi ascenso y por esos asquerosos mamarrachos melenudos que me gustaban: con mis haberes me había comprado una maletita estéreo y, cuando le invité un día a venir a mi casa a escuchar mi flamante copia de “Abbey Road”, el primer elepé que había podido adquirir gracias al fruto de mi trabajo, fue un desastre: hizo frente común con mi abuelo, al que le propuso echar a la estufa aquella “chirriante jaula de grillos”. Lo que no sabía el majadero de Satué era que a mi pobre abuelo le patinaba el coco y, no bien nos hubimos ido a echar una cerveza, le faltó tiempo de arrojar a la estufa disco y tocadiscos. Y encima se quemó las manos.



Mientras mis tesoros se chamuscaban y a mi abuelo le vendaba las quemaduras el practicante de la casa de enfrente, atraído por los alaridos que Jeremías y Anacleta daban al unísono en el balcón, Satué, haciendo frente a su cuarta cerveza, no perdió la ocasión de remachar su faena:


 - Que sepas, Jaboncín, que si el director de tu sucursal no fuera un futuro Procurador en Cortes, te hubieran dado el puesto de auxiliar en un poblacho a cien kilómetros de aquí, así va este país, donde sólo medráis los enchufados, los pelotas y los lameculos.


 - Me voy con Nines – le contesté. Y se echó a llorar.



Creo que, descontando a Satué que era, como se ve, un castigo del cielo, por aquella época, me había quedado ya sin amigos. Y es que los del instituto se habían ido el otoño anterior “a estudiar fuera”. A la mayoría no volví a verlos nunca, porque cuando se hicieron abogados, filósofos, periodistas o médicos, cambiaron la pequeña ciudad episcopal por otras capitales que, si bien eran de menor belleza, singularidad y postín, ofrecían más clientela y mayores medios de vida. Desde aquí me dan ganas de mandarles, tantos años después, un cariñoso saludo, aunque no voy a hacerlo por recato.



En cuanto a Nines, la persona con la que he compartido buena parte de mi vida (precisamente la que no voy a contar aquí), quizá alguien se esté preguntando a estas alturas, cómo es que hablando un perfecto francés y habiendo visto partes más interesantes del mundo, regresó a Jaca a seguir vendiendo pescado y a continuar festejando con un penco incapaz de haber descubierto, en su primera oportunidad, tesoro alguno de los muchos que albergaba. Ella misma desveló parte del misterio:


 - Verás Teo – me dijo una tarde en la terraza del bar “Somport”, junto al Paseo. Había tal algarabía de pájaros que apenas podía oírla, además hablaba muy bajo – el motivo por el que regresé de Francia me da mucha vergüenza contarlo y mis padres, desde luego, no lo sabrán jamás. En un principio, todo era estupendo: la tienda de mis tíos, allí en una banlieue de Lyon, era un sueño. Y mis tíos eran amabilísimos conmigo: me enseñaban sobre las cosas de la tienda, quesos, patés y vinos, y aunque me hacían trabajar un montón de horas, me trataban como a una princesa. Se portaban tan bien conmigo, mi tía comprándome más cosas de las que había soñado tener y su marido Jacques Henry llevándome a verlo todo, a todas partes... Para cuando empecé a sospechar que él se estaba aprovechando de mi ingenuidad, ya era un poco tarde. Fue cuando me llevó a ver una película muy fuerte que, gracias a la implacable y recta resolución del Caudillo, está prohibida aquí y se titula “Lolita”: va de un señor mayor que se enamora de una criaja como yo. Eso le había pasado a él, me dijo el marido de mi tía. Y yo me di cuenta de que me había hecho cosas que parecían inocentes, pero no son las que un tío le hace a su sobrina. Luego siguió adelante conmigo y cuando yo intenté pararle los pies y le dije que aquello ya pasaba de castaño oscuro, me chantajeó con un recurso muy simple: si se lo decía a mi tía, le causaría un gran disgusto. De este modo me convertí en su rehén y cada vez se propasaba más conmigo... - En ese momento, el pandemónium vespertino de los pájaros reuniéndose, sobrevolando las copas de los árboles del vecino Paseo, me impidieron oír un susurro apagado en exceso que duró algún minuto - ...al final no podía más y, pasara lo que pasase, opté por decírselo a mi tía. Pensé que me ayudaría y en cierto modo lo hizo: me arregló los papeles, me dio bastante dinero y me puso en un tren camino de la frontera. Lo más curioso es que no parecía muy enfadada con Jacques Henry.



Algunos días más tarde, Nines me encaminó allí donde su tiastro había campado mientras ella estuvo en la Galia y creí que el cielo se desplomaba sobre mi cabeza.


Y lo que vino a continuación, fue todavía mejor. Y aunque quizá hayáis llegado hasta aquí con el fin de saberlo y, por tanto, merecéis que os lo cuente, la discreción me impide proseguir con ello.


FIN


                                         San Baudilio de Llobregat a 24 de Mayo de 1970.
Querida familia:


Este disco que mando como obsequio para Teófilo, ha sido en mis circunstancias bastante difícil de conseguir, ya que yo aquí estoy en un régimen de reclusión que, si bien se va suavizando conforme mis muestras de buen juicio son más y más evidentes, es todavía severo; aunque rezar sin descanso, lo sé, me hará pronto ganar la libertad.


Mi carta y el álbum espero que os lleguen sin el displicente retraso con que aquí tratan el correo de los internos. El disco le va a gustar mucho a Teo, dádselo directamente a él: es “Let It Be”, el punto final de este Nuevo Testamento, un Evangelio merced al que algunos, como sabéis, hemos vuelto a sufrir persecución por causa de la Justicia.


No sé si os afectan o no demasiado las nuevas de mí, rehusado como padre por el propio Teo, llevado por el mal camino por su hermano Rosendo que, hablándome de una renovada Eucaristía, se aprovechó de mi buena fe, e ignorado por los demás. Un sucinto resumen de mi Gólgota os hará saber que estuve un año en el penal de El Puerto de Santa María, de los tres en que se sustanció mi condena, tan sólo uno. El motivo fue volver a sentir la inmensa e insobornable llamada de la Fe y de la Gracia Santificante, lo que me llevó a intentar sustituir al capellán de la cárcel en sus sagradas funciones, pues no me parecía un Ministro de Dios, sino un despreciable vertedero de depravación y corruptelas, y un sodomita. Tras suplantarlo en dos ceremonias menores y una misa, me mandaron aquí, que es como una casa de reposo, aunque algunos de los huéspedes están locos como cencerros, el Señor se apiade de ellos y enjuicie misericordioso sus almas carentes de juicio.


El compañero más grato y valedero con el que me relaciono ha resultado ser un muchacho de Jaca, que se fue de voluntario a la marina y, armado tan sólo de sus firmes convicciones, yo diría que apostólicas, organizó una insurrección que, habiendo fracasado, lo condujo por inextricables vericuetos a este hogar de pecadores arrepentidos y de orates. El chico pinta cuadros en sus ratos libres, que aquí son casi todos, y muy bien por cierto; además, oh sorpresas de un mundo muy muy pequeño, dice ser un buen amigo de Teófilo, al que me encarga mandar recuerdos. Me dijo su nombre, que es el de un evangelista... ¿Marcos? ¿Lucas? Bueno, Teo ya lo conoce, hacedle llegar esta carta en la que le pido que me escriba, por favor, aquí hay pocas cosas que hacer y el tiempo, al compás de los rezos, pasa muy despacio. Un abrazo.
                                    Serafín.  

        

Imágenes en Blanco y Negro tomadas de "jacaenlamemoria"

martes, 15 de noviembre de 2016

La Superluna

¿Alunizando o alucinando? Ninguna de las dos cosas por desgracia. La prensa (digital e impresa) anunciaba para la noche de ayer una Superluna, más grande, más luminosa y más mediática que las vulgares lunas que surcan el cielo sin atraer otras miradas que las de los enamorados, los hombres lobo y los distraídos, así que a las 18:18 estaba yo, en las afueras de mi pueblo, cámara en ristre para captar el fenómeno: la Superluna superguay asomando por el horizonte...



Solo que, supercegato de mí, no advertí que los cables del tendido eléctrico, esos que cruzan el horizonte en todas direcciones, se interponían entre mi objetivo ávido de captar la secuencia de la salida de nuestro ciclado satélite y afeaban su dorada faz. Cagada, colega, en dos sentidos: todas las fotos tenían la luna rayada y desenfocada, porque además el enfoque automático se fijaba en los cables. Esta es una de las fotos reales, la anterior estaba, ay, retocada.




Intenté paliarlo cambiando de ubicación, pero no era mi noche: la Luna cercana al horizonte se ve menos nítida que cuando está en su cénit, así que no son las mejores fotos que he conseguido sacarle. Una ocasión perdida.




Aprovecho la oportunidad para plantear una cuestión curiosa: extendiendo el brazo, ¿con qué objeto redondo podrías tapar enteramente el disco lunar, ¿con un plato? ¿Con una pelota de ping-pong? ¿Con una moneda?




La respuesta correcta es desconcertante ¡bastaría con una lenteja sostenida entre tus dedos índice y pulgar! Pruébalo.




lunes, 14 de noviembre de 2016

Láminas De Aves 2

Hubo una colección de cromos que marcó a todos los que, en este país, éramos niños allá por 1965 (o un poco más tarde). Se publicó con el atractivo nombre de “Vida y Color” y, seguramente nos podríamos contar por decenas de millares, los niños que tuvimos la paciencia y la fortuna de completarla. En ella se daba una visión arcádica e idílica del mundo natural y humano en más de cuatrocientos cromos primorosamente pintados (no eran fotos).

Comenzaba la cosa con el mundo de las plantas y flores, el de los animales, invertebrados y vertebrados, la anatomía humana, de donde se excluían los órganos sexuales (cosas del Caudillo y la aguerrida decencia de sus sotanosaurios) y terminaba con un vistoso elenco de retratos de etnias humanas, que entonces se llamaban razas. El criterio usado en la selección de imágenes era el de la vistosidad: las flores más coloridas, las mariposas más llamativas, las razas más exóticas, hasta en las láminas anatómicas asomaba la intención estética de los ilustradores. Una delicia.



Una vez completado el álbum, crecí con él, pasando y repasando sus páginas hasta que se desencuadernó y, finalmente, en alguno de mis azarosos traslados, lo perdí (snif) y no he vuelto a saber de él. Me debía de gustar mucho, pues si no, no me explico esta manía de reconstruirlo y perpetuarlo a través de estas láminas que también son ilustraciones (nada de fotos).



Por esta vez, los ilustradores se han dejado la paleta de color guardada, ofreciendo a nuestros ojos versiones monocromas de algunas de las aves más corrientes por esos ecosistemas de dios. Se cierra el apartado dedicado a las aves con una lámina anatómica, donde se ha personificado el mundo de los plumíferos en una humilde gallina, cuyo despiece la deja lista para ser convertida en Avecrem. Que aproveche.


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Ah, por si no la conocías, te enlazo el vídeo que muestra (estupendamente, por cierto) la colección inspiradora, “Vida y Color” forever.



jueves, 10 de noviembre de 2016

La Rebelión De Las Lavanderas - J. Yeoman / Q. Blake

O la Revolución contada a los niños. Leí este manifiesto, medio libertario medio hippie, hace bastante tiempo, cuando andaba obstinado en aficionar a la lectura a los pupilos confiados a mi profesional custodia y, no sé por qué, tal vez porque los años nos van barnizando con capas de desconfianza, desilusión y bilis reaccionaria, pensé que ahora me haría menos gracia.

Pues me equivocaba, porque el relato es fresco, simpático, divertido y más que un tanto poético. Es una pena que no lleve más que unos pocos minutos leerlo, pero se puede repetir y vuelve a ser como una brisa de aire fresco, perfumado y jovial. Llego a la conclusión de que uno no debe despedirse nunca ni del niño, ni del rebelde que llevaba dentro.



Los culpables de esta desaliñada y encantadora fábula, son los británicos John Yeoman y Quentin Blake. Este último es un dibujante muy célebre al que ya conocía, pues es el encargado habitual de ilustrar los maravillosos relatos de uno de mis cuentistas favoritos, uno de los pocos que sí conseguía que leyeran mis imprentífugos alumnos: Roald Dahl.


El título original inglés es The Wild Washerwomen y, sí, me gusta más. Lo encuentro más silvestre, aunque el que yo comparto aquí es la versión española de Altea Benjamín. Es un hallazgo: que lo disfrutes. Teach Your Children.
















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domingo, 6 de noviembre de 2016

El Reloj De Mi Abuelo

Dentro de unos días publicaré la última entrega de “La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles”, una esforzada ficción en primera persona donde se traza una muy poco elogiosa semblanza de mi familia ficticia.

Como desagravio, hoy quisiera traer aquí a los mayores de mi familia real, particularmente a mi abuelo materno, el primero en la lista de los fallecidos de los que aún guardo algún recuerdo. Murió en Jaca, a los 60 años: más joven de lo que soy yo en este momento, digamos que no llegó a cumplir mi edad actual. Fue impresor de profesión y trabajó en el periódico local, “El Pirineo Aragonés”.


No sé de quiénes habrán sido la iniciativa y el esfuerzo, pero desde aquí les dispenso un enorme agradecimiento: han digitalizado por completo el periódico en PDF, gracias a lo cual se recupera por entero una época y sus acontecimientos en la bella ciudad pirenaica. Bravo.




Rescato la esquela publicada con motivo del fallecimiento de mi abuelo y una breve reseña acerca de él, ya que era un trabajador de aquella imprenta añeja que alumbraba el semanario; de todo esto hace la friolera de 58 años.




Conservaba yo, entre mis papelotes, fotos de ambos: de mi abuelo y de mi abuela, del impresor y su esposa. Pese a los escritorios que muestran las imágenes, ella careció durante toda su larga vida de las primeras letras. Un contraste llamativo aunque no inhabitual en aquellos años oscuros.



También conservo el reloj de bolsillo, muy probablemente un objeto de plata, que perteneció a mi abuelo y que lleva más de medio siglo parado: prometí, al hacerme con él, restaurarlo con una corona nueva e intentar ponerlo en funcionamiento. A estas alturas, tendré que sobrellevar la infamia de no haberlo hecho: que Honorato, allí donde esté, me perdone. También me hubiera gustado llevar su robusto nombre que, tal vez por mera etimología, me hubiera puesto a salvo de alguna que otra deshonra de las que voy arrastrando.