viernes, 10 de noviembre de 2017

El Año De La Muerte De Ricardo Reis - José Saramago

El parco número de aficionados a las lecturas que sigan las entradas con la etiqueta “Libros” en este blog, pueden tener la equivocada impresión de que todo lo que cae en mis manos es chachi y me depara ratos de insoportable diversión, que comparto llevado de mi entusiasmo, de mi acierto y de mi buena suerte. Nada más lejos de la realidad: a veces, mi insobornable disciplina de lector me lleva a lidiar con prestigiosos ladrillos, que me deparan tardes de tedio y cansan mi vista ya casi residual, con bailes de letras fruto del desinterés que la obra causa en mis abatidas neuronas.

Y, claro, debería sentirme en la obligación de compartir también el aburrimiento, para advertir al eventual lector de que se va a enfrentar a un mamotreto sin escrúpulos, ¿no? Soy consciente de que Saramago es un prócer y esta crítica, tan personal como poco fundada, podría ofender a sus numerosos admiradores... En el caso de que leyeran esto, lo cual es muy poco probable, así que, adelante.



La cubierta de mi volumen

¿Por qué empecé a leer esta muy cansina novela? Bueno, la poesía de Fernando Pessoa y los poetas que también eran Fernando Pessoa y a los que dio existencia independiente de sí Fernando Pessoa, entre ellos el depurado clasicista Ricardo Reis, me han causado, desde que los conocí, una rendida admiración, pareciéndome su múltiple personalidad la cumbre que yo soy capaz de apreciar en las letras portuguesas contemporáneas.


Como la novela iba a tratar de una de las personalidades heterónimas de Pessoa (de una de sus máscaras, vamos), me sonó a que podría aportarme datos interesantes de la vida, obra y muerte del gran poeta portugués del siglo XX. Pessoa murió en 1935 y, en la ficción de Saramago, Ricardo Reis, una de las encarnaciones del gran poeta, regresa de Brasil tras la muerte de su... ¿Mentor? ¿Creador? ¿Progenitor? El propio Ricardo Reis morirá en Lisboa en 1936, después de unas cuantas insípidas peripecias amatorias, unos cuantos tediosos vaivenes por la capital portuguesa y unas cuantas confusas conversaciones con el propio Pessoa que, sin ser fantasma, se ausenta del cementerio para hablar de la vida y de la muerte con el opaco doctor Reis.


Esta vistosa portada no refleja el tono de la novela

¿Cuál es la clave para que el libro esté animado de una pasión de tan bajo perfil? ¿De un interés tan escaso? ¿De un argumento tan errático? Es muy simple, Saramago, desde sus concepciones ideológicas, que le absorben hasta plasmar aquí muy poco más que estas mismas convicciones, no admira en absoluto a Pessoa, ni al personaje, ni a su obra, ni a su creación de la que es parte el propio Doctor Ricardo Reis. Queda de este modo perpetrada una obra, no sólo desganada, sino esencialmente insincera. Cuando un escritor, sea de ideología o creencias comunistas (como es el caso), fascistas, reaccionarias, anarquistas, monárquicas o mormonas, no embrida su preconcepción, sino que la deja transparentar en todos sus párrafos, no estamos hablando tanto de obra literaria como de sermón. Y hay que advertírselo al lector, porque si no es creyente, se va a fatigar de lo lindo.


Para el premio Nobel de Literatura José Saramago, Ricardo Reis es un pequeñoburgués egoísta e insignificante, incapaz de percibir la pobreza, la desesperación y la atroz y ridícula dictadura en la que Portugal languidece día tras día. En una Lisboa invernal y desapacible, la peripecia del personaje, comienza con su desembarco e instalación en el hotel Bragança. Viene de Brasil sin un propósito definido, propósito que el autor no se propone definir en las quinientas páginas que nos aguardan. Enseguida nos damos cuenta de que el doctor Reis, médico y poeta, carece de conciencia y sensibilidad social, pecado imperdonable para Saramago, Reis sólo escribe unas odas en plan torre de marfil que, a su biógrafo, le parecen cosa risible, calderilla artística, formas hueras. 


El autor posa en plan intelectual

En el hotel, Ricardo Reis trabará relaciones con un elenco variopinto de personajes, entre los que destacan las dos mujeres que polarizan la escasa tensión sentimental del relato, la señorita Marcenda y la criada del establecimiento, Lidia. A la primera, una dama refinada aunque tullida, la ama con melancolía y renuncia, a la segunda, la usa para sus desahogos de señorito. Entre indiferente y mezquino, Reis, un producto de su clase, nunca será sensible a la entrega, la generosidad y el afecto de Lidia, a la que deja preñada en el más puro estilo calavera... 

Bien, todo esto se amalgama, acompañado de abundante lectura de periódicos, alguna mudanza, un viaje a Fátima, el clímax de una rebelión marinera en plan acorazado Potemkin, muchísimos paseos por Lisboa y mustios diálogos con el difunto Pessoa acerca de la vida y la muerte confundidas. Cuando Saramago se cansa de tan errático pulso, y tarda bastante, mata a su personaje con la misma desgana y falta de consistencia con que lo mantenía vivo, coronando así un texto a la vez denso, insustancial, engolado e insípido.

Bonita frase, y es verdad, la obra no me ha convencido

En cuanto al estilo, la pugna de una prosa desarticulada con amagos de vanguardia con el más puro realismo socialista, da lugar a un híbrido cansino que, sinceramente, no se me ha dado entender en qué plano funciona. Soy consciente del mérito indudable de la obra de Saramago, leí la “Historia del cerco de Lisboa” y disfruté bastante con él, pero esta vez me la ha jugado y, sin ánimo de ofender ni a su memoria ni a sus lectores, éste me ha parecido un guiso demasiado abundante y muy poco apetitoso.


Otra frase, para despedida

2 comentarios:

  1. Hola, Víctor: espero que la evolución de tu campo visual nos permita seguir disfrutando durante mucho tiempo de tu interesante blog, que acabo de descubrir. No creo que me recuerdes, ni falta que te hace, pero en el pleistoceno fuimos amigos, a una edad en la que serlo aún tenía cierto sentido. Un abrazo desde Barcelona, donde intento sobrellevar de la mejor forma posible la distopía catalana. Paco López Vázquez.

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    1. Curioso reencuentro, cincuenta años más tarde, por cierto, en el último recuerdo que conservo, todavía vamos en pantalón corto, haciendo trastadas por los solares de Jaca. El Pleistoceno fue una época muy estimulante. Espero que te hayan ido bien las cosas en tantísimo tiempo, te mando un cordial saludo.

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