domingo, 31 de diciembre de 2017

Feliz 2018

Sin escatimar recursos, la redacción de este blog ha mandado a su más afamado reportero gráfico a las mismísimas puertas del infierno, para obtener una imagen con la que deseamos felicitar el año que se avecina al suscriptor, al visitante y al simpatizante, a los tres; añadiendo, sin excesiva malicia, connotaciones de una sugerencia poco tranquilizadora: 2018 podría ser peor todavía que 2017.

Así que para que esto no ocurra, proponemos fruncir el ceño, tensar el cuello, contraer abdominales, apretar las nalgas y, en un esfuerzo combinado, gastrointestinal y respiratorio a un tiempo, vamos a apretar muy muy fuerte para rescatar el año entrante de los funestos presagios que lo envuelven y acompañan.



Tras relajarnos del intenso empujón, ya podemos consagrarnos a lo que hemos venido: Feliz 2018, que algunos de nuestros deseos se cumplan, que algunos de nuestros temores se soslayen y que haya un resto de esperanza en el fondo de la caja de Pandora.

jueves, 28 de diciembre de 2017

El Día De Los Inocentes

El abogado de oficio que me habían asignado parecía sinceramente perplejo.

 -Pero, hombre de Dios, ¿en qué estaba usted pensando? ¿Lo suyo es locura o estupidez? ¿Acaso estaba proyectando colgar un vídeo en Youtube para que sus amigos vieran lo memo que es, o estaba buscando que alguien le diera dos hostias?


 Me sorprendió que, pese a mi edad, no mucho más allá de la veintena y sin tomar en consideración mis pintas de retrasado, todos los que me conocen dicen unánimes “este chico parece un retrasado”, bueno, pues que el abogado cincuentón me tratara de usted y, aunque yo veía en su mirada una cierta conmiseración, no me apeó el tratamiento en los veinte minutos que estuvimos largando de lo mío.


El caso es que yo soy un enamorado, o más bien un fanático, del Día De Los Inocentes y de la más clásica de las inocentadas, el monigote de papel de periódico de toda la vida. Durante todo el día de ayer, estuve recortando periódicos: primero los doblo con un primoroso cuidado en forma de acordeón, para recortar de una sola vez tres o cuatro muñequitos totalmente simétricos. Luego les pongo una tira de celo en la cabeza, la doblo sobre sí misma para que no se ande pegando donde no debe y ya los tengo preparados; para mayor disimulo, los acabo ordenando en una carpeta.



Hoy por la mañana, como cada 28 de diciembre, salgo de casa con la carpeta en la mano, veo a un señor despistado y me hago el despistado yo también, saco el primer monigote como si fuera un documento que quisiera mirar, deshago la doblez del celo y paf, se lo planto disimuladamente en el gabán. Luego coloco dos o tres más a unos caballeros que están fumando en una terraza, me subo al 28 y allí endoso tres o cuatro más a algunos viajeros que van agarrados mirando al techo. Me bajo y, con el sigilo que me da la experiencia de años y años de trabajar la misma inocentada, me deshago de todos los muñecos menos uno, y es entonces cuando caigo en un detalle que me inquieta sobremanera: todas las víctimas de la sempiterna broma han sido varones, esta mañana y siempre. Toda la vida inocentes sólo del sexo masculino, desde que empecé a los siete años a colgar el papelito en las espaldas de mis compañeros. Esto me perturba, porque no sé si obro de esta manera por caballerosidad o por machismo. 


Así que, a bote pronto, decido endosarle el último a una fémina. Por la avenida hacia la plaza Aragón va una que me parece idónea, camina hablando por el móvil en voz más alta de lo normal y gesticulando un poco. Como considero que está en Babia, me acerco sigilosamente por detrás y le adhiero el monigote.


A continuación todo pasa tan rápido que me resulta difícil recordar la secuencia exacta. El grito y los ecos “¡me están acosando!””¡Un acosador! ¡Un acosador!” La pequeña multitud que se congrega con celeridad, me insulta y me zarandea. El coche patrulla que aparece de la nada, el policía que me introduce en él sin contemplaciones, la gente que pregunta “pero, ¿no lo van a esposar?” La llegada a los juzgados, que ahora están en las afueras... “¿Abogado? ¿Para qué voy a tener yo un abogado, si estoy estudiando un máster en robótica y, además, no me he metido en un lío en toda mi puta vida?”


Sin lugar a dudas, esta noche dormiré en el calabozo que comparto con dos yonquis desmejorados y temblorosos. Mañana, si hay suerte y dependiendo de cómo se tome la juez la denuncia, me pueden soltar, puesto que a todos parece golpearles la evidencia de que no soy peligroso: es casi seguro que, en nochevieja, me estaré tomando las uvas fuera, o eso me ha dicho el abogado que se va a encargar de mi defensa. Lo malo es que me van a echar del Colegio Mayor y, la fama que me va a colgar un incidente como éste, va a ser muy negativa. Estoy dudando si prefiero pasar por acosador o por imbécil.



“Muy probablemente por ambas cosas” ha rematado mi abogado, debe ser porque es el de oficio.

(© Prudencio Melgarejo. 2º Premio del concurso de microrrelatos de Gurguzcullar del Purejón.)

sábado, 2 de diciembre de 2017

De La Naturaleza Y Cualidades Del Gilipollas

En la última reunión de la junta ordinaria de la “Asociación de Amigos del Parénquima”, tuve un rifirrafe verbal con uno de los vocales de la directiva a propósito de una subvención a la remolacha forrajera y, para remachar su argumentación en contra, la coronó con un expeditivo “¡Gilipollas!” Como no soy muy ducho en el arte de insultar en directo, debido a cierta escasez de mordacidad, ingenio y reflejos, opté por guardársela y, tras documentarme, espetarle un denuesto absolutamente irrebatible, que lo dejara convertido en el hazmerreír de las cucarachas.

Volví a casa cariacontecido y, antes de comerme el bocadillo de anchoas que me ha recomendado el médico porque es bueno para la hipertensión, consulté en el diccionario RAE el significado preciso del que, a mi juicio es el insulto más utilizado en el ámbito peninsular, un insulto al alcance de todos los niveles culturales y léxicos, contundente, vejatorio y políticamente correcto, al no denigrar a ninguna minoría, menospreciar ninguna orientación sexual, ni escarnecer al titular de ningún defecto físico o mental inevitable para el sujeto zaherido con este vocablo tan corriente.




En el diccionario consultado, pone exactamente: “gilipollas: 1. adj. malson. Esp. Necio o estúpido. Apl. a pers., u. t. c. s.” Doy por sentado de que te percatas de todas las abreviaturas y paso a reflexionar por escrito acerca del contenido de la palabreja.


Un tío (o tía) del que afirmamos ser un gilipollas es, sencillamente todo aquél que despreciamos porque su conducta nos parece necia o estúpida. Sin embargo, no somos poseedores de la clave de la sabiduría en el comportamiento: lo que a nosotros nos parecen acciones propias de un gilipollas, al propio gilipollas no pueden parecérselo de modo alguno, pues nadie dirá de sus obras y de sus palabras: “Es que claro, como yo soy gilipollas, no tengo otra opción que actuar así u opinar de esta manera”. “Conduzco a 190 kilómetros por hora porque, como soy gilipollas, no creo en absoluto que el exceso de velocidad tenga que ver con los accidentes de tráfico”.




Aquí tenemos una notable cualidad del vocablo, su simetría: a no dudar, aquél a quién tú consideres gilipollas porque no bebe en una fiesta muy enrollada, considerará que es una gilipollez beber alcohol y ponerse a decir sandeces como haces tú.


Al margen de la simetría, otra nota característica de la gilipollez es su tinte emocional: aquéllos con los que no eres capaz de empatizar aunque te esfuerces, suelen ser unos gilipollas, mientras que son “tíos majos” aquéllos con los que empatizas sin ningún esfuerzo ni reserva. Esto nos llevaría a una interesante cuestión de índole matemática: si A considera gilipollas a un conjunto de sujetos que conoce, B tendrá su propio conjunto de beneficiarios del epíteto, C el suyo... y así hasta completar determinada comunidad de sujetos más o menos interrelacionados. Los gilipollas más auténticos estarán en la intersección del mayor número de conjuntos enumerados por los sujetos opinantes, aunque esto es dar demasiada importancia a la impopularidad con la que nuestro término ultrajante podría confundirse o solaparse: así, un profesor duro y exigente, será un gilipollas para la mayor parte de sus alumnos.




Otra característica de la gilipollez, es que alcanza más fácilmente a colectivos que a individuos. Por ejemplo, si yo, como aficionado del Zaragoza, digo que los del Huesca son unos gilipollas. Si después acabo conociendo y tratando a unos cuantos aficionados del Huesca, descubriré que uno por uno “son majos”, esto es lo que nos pasa cuando tratamos con un cierto grado de confianza a las personas: descubrimos que la mayoría “son majos” o tratables o incluso interesantes, lo que pasa es que tomados en una masa indiferenciada y ajena nos parecían todos iguales. De este modo, la gilipollez se suele atenuar con el trato... salvo cuando es auténtica, pero seguro que puedes concretar y defender pocos casos de genuina adecuación del ultraje con el sujeto.




Otra nota característica es que es muy difícil ser un gilipollas a tiempo completo, lo normal sería decir estar gilipollas. El paisano que esta mañana me ha quitado una plaza de aparcamiento mediante una maniobra heterodoxa, ganándose así el mencionado baldón, por la tarde me ha hecho notar que se me habían caído veinte euros del bolsillo y es que estamos ante una cualidad muy difícil de sostener de modo perdurable.




Corrección política dentro de la malsonancia, simetría, contenido emocional negativo, aplicación muy fácil a colectivos externos y falta de carácter permanente, estas son las características de un insulto muy popular, que lo dice todo y no dice nada del receptor. Así pues, llegamos a la conclusión de hallarnos ante un vocablo comodín, apto para cualquier clase de persona. De todas formas no es tan inocuo... Un auténtico gilipollas se sentirá muy herido si lo profieres y podría intentar desviarte el tabique nasal. Y, si has llegado hasta aquí, estarás pensando en mí con una certeza que ya no podría discutirte aunque quisiera, sí amigo, hasta formo parte de una ONG: Gilipollas Sin Fronteras (al servicio de tu desahogo).